Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



jueves, 16 de agosto de 2012

Los católicos y el voto electoral



La participación en la vida política del propio país es un derecho y es también un deber que tiene cada ciudadano. Para el católico es una obligación ineludible. Sólo participando activamente en los procesos electorales que se lleven a cabo, a cualquier nivel, en nuestro país podemos tener influencia en las medidas y leyes que se pretendan llevar adelante para ser aprobadas. Sólo participando activamente podemos lograr mantener vivos y firmes los valores morales fundados en nuestra Fe, allí donde aun están presentes, y ayudar a restaurarlos donde se han perdido. No participar activamente en los procesos electorales de nuestro país es un grave pecado de omisión.

El relativismo moral que ha ido invadiendo el mundo y que ha logrado nublar las conciencias de muchas personas hace que, en menor o mayor grado, ya no distingamos lo que es bueno de lo que es malo, lo que es moral de lo que es inmoral. Ahora todo es relativo según la opinión y los gustos de cada persona y según el lugar. Todo es válido y hay que complacer a todos de acuerdo a sus gustos y a sus preferencias. Este relativismo moral ha penetrado también el ámbito político. Vemos, cada vez con más frecuencia, como quienes compiten como candidatos a legisladores, a la gobernación de un estado o a la presidencia de un país, se manifiestan a favor del aborto y/o muestran simpatía por el llamado matrimonio entre homosexuales. Este fenómeno está recorriendo los países de Latinoamérica. ¿Propuestas y ofrecimientos para ganar más adeptos, para lograr los votos de las estas minorías? Es probable, ¿Condición que se hace necesaria para lograr el apoyo a un determinado candidato presidencial por parte de algunos organismos internacionales que, con ese apoyo brindado, se garantizan que de ganar las elecciones ese candidato pueden introducir en ese país determinados programas por demás inmorales? Quizás. Todo es posible. Pero lo que está bien claro es que ninguna de estas dos causas; una ley que despenalice el aborto y una ley que apruebe el matrimonio entre personas de mismo sexo, entre otras igualmente inaceptables, son justas ni representan un bien para la persona ni para la sociedad.

Hay procesos electorales en los que ninguno de los candidatos que se presentan a la contienda reúnen todas las condiciones idóneas para ser electos, ya que pueden haber uno o varios aspectos en sus propuestas de gobierno, o en sus intenciones no del todo explicitas pero que se dejan entrever, que nos muestran que de ganar las elecciones cualquiera de esos candidato estaremos frente a procesos de aprobación de leyes que atentarían contra la dignidad de la persona humana, en alguno o en varios aspectos y, por ende, con serias repercusiones en la sociedad en general.

Puede ser que los programas de gobierno, de alguno o de todos los candidatos que se presenten a la contiendan electoral, se muestren muy bien estructurados a nivel económico, por ejemplo, y que pudiera ser muy factible llevarlo a cumplimiento. Esto, sin duda, es muy atractivo para los ciudadanos principalmente en las regiones y en los países donde la crisis económica golpea más fuertemente. Pero que, a su vez, estos candidatos en sus programas de gobierno tengan contemplado, explícita o implícitamente, llevar a cabo algunos cambios o procesos que no van en concordancia o que choquen fuertemente con la fe católica; aquí se le presenta al ciudadano católico que quiere cumplir de manera impecable con el doble deber, cívico y cristiano del voto electoral, un conflicto de tipo moral. Por una parte, el deber como ciudadano le llama a participar con su voto en la elección de las autoridades que con su proyecto de gobierno regirán los destinos de una región o de un país, y de cada una de las personas que allí habitan. Tiene el derecho/deber de decidirse por un candidato, el que considere que reúne todas las condiciones para cumplir con tan grande responsabilidad y apoyarlo con el propio voto. Por otra parte, el deber como católico va más allá, y le indica que la elección de su voto debe ser coherente con los principios de su fe.

Debido a este conflicto moral, sucede muchas veces que el ciudadano católico se siente en medio de una encrucijada˸ ¿Votar o no votar? Ambos deberes se encuentran en conflicto, quiere cumplir con sus obligaciones pero no quiere equivocarse. No quiere cooperar ni directamente ni indirectamente al mal, ni por acción ni por omisión. No quiere verse en el futuro cómplice de medidas y de leyes que atenten contra el bien común.

La respuesta a este dilema es: que si, que debe votar y elegir, luego de un minucioso discernimiento, la opción que represente el mal menor. De no votar, de no pronunciarse a favor de aquella candidatura que represente el mal menor, le estaría dando la oportunidad del triunfo a aquella que representa el mal mayor. Pero todo no queda aquí, la responsabilidad no termina el día de las elecciones.

Una vez realizadas las elecciones, ya sea que los resultados hayan favorecido o no al candidato al que le hemos dado nuestro voto, comienza otra etapa de nuestro deber y responsabilidad ciudadana y cristiana: tenemos que pronunciarnos de manera activa y firme, hasta donde nos sea posible, en contra de la aprobación de aquellas leyes que antes nos hicieron dudar sobre si votar o no. Y aun así, si fuesen aprobadas, hay que luchar para que sean derogadas.

Con relación al cumplimiento de los deberes civiles comunes por parte de los ciudadanos católicos, de acuerdo a su conciencia cristiana, el Concilio Vaticano II enseña que: ≤los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la “política”; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común, que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia, la solidaridad, etc.≥[1].

La fe en Jesucristo, que se ha definido a sí mismo ≤camino, verdad y vida≥ (Jn 14,6), exige a los cristianos el esfuerzo de entregarse con mayor diligencia en la construcción de una cultura que, inspirada en el Evangelio, reproponga el patrimonio de valores y contenidos de la tradición católica. Es insuficiente y reductivo pensar que el compromiso social de los católicos se deba limitar a una simple transformación de las estructuras, pues si en la base no hay una cultura capaz de acoger, justificar y proyectar las instancias que derivan de la fe y de la moral, las transformaciones se apoyaran siempre sobre fundamentos frágiles[2].

Esther María Iannuzzo.



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1. Cfr. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, n 42.
2. Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, n 7.



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