Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



sábado, 30 de julio de 2011

Poco sabemos de valores (2)

A inicios de este año asistimos al estreno de una de las películas juveniles más vistas. Su nombre: La Red Social. Como todos saben es la historia de la creación de esa red que ha cautivado a más de cinco millones de personas en el mundo y tiene un valor de más de 25 mil millones de dólares. Su creador, Mark Zukerberg, es el joven multimillonario más rico de la historia. Buen inicio.

La cinta, en sí misma no tiene nada de extraordinario. Lo que nos envuelve es la historia tan actual, donde sus protagonistas están entre nosotros y los vemos en los noticieros y conferencias internacionales. A primera vista (y creo que ha sido la vista de la mayoría de los espectadores) podríamos exclamar: ¡Guau! Quién pudiera ser como este joven.

Sin embargo, una visión más a fondo de la película nos deja algo desconcertados.

El engaño, la difamación, la traición, la droga, la inmoralidad de los comportamientos son los “valores” necesarios para llegar a tener un status social, un nombre, dinero fácil. A Mark lo llaman de diversos sitios a dar conferencias, participar en foros internacionales, relatar su experiencia exitosa. La propuesta de un liderazgo con principios y valores equivocados.

Si para tener éxito debemos seguir este camino, el futuro lo tenemos muy claro…

P. Daniel Muñoz, L.C.


martes, 19 de julio de 2011

En el mundo empresarial las mujeres hacen la diferencia.


En fecha reciente participé en un congreso que se llevó a cabo en una universidad romana en el que varios ponentes de diferentes países y provenientes del mundo empresarial, de entes gubernamentales y de instituciones académicas se reunieron para exponer, cada uno desde su experiencia, el importante rol que desempeña la mujer en el crecimiento sostenible y en el desarrollo de las empresas y organizaciones.

La participación de la mujer dentro del mundo empresarial marca una diferencia que se hace sentir en los diferentes niveles de la estructura organizacional, sobre todo cuando ésta ocupa cargos gerenciales. Las empresas cuya directiva está integrada por hombres y mujeres obtienen mejores resultados operativos y económicos porque logran cubrir las diferentes dimensiones que influencian el buen desempeño de estas.

A continuación cito algunos de los importantes aportes que la mujer hace al mundo empresarial y que fueron mencionados en el congreso:

- La mujer es más flexible que el hombre y esto hace que el empleado se sienta más cómodo, sienta que no tiene que trabajar con tanta presión. Es más flexible también a la hora de entender las necesidades de estos en los casos de requerir algún permiso por enfermedad propia o de un pariente inmediato o por algún otro motivo importante, el empleado al sentirse comprendido es más productivo.
- El cerebro de la mujer busca más la contribución y la colaboración en todo, y por ello, a la hora de tomar una decisión importante la mujer desarrolla un proceso de decisión participativo, busca el consenso de las partes implicadas.
- La mujer reconoce al otro, lo cuida, y por ello está más pendiente de las necesidades, del desarrollo y de la formación de las personas que tiene a su lado.
- La inteligencia emotiva influye mucho en el performance de una empresa, si hay integración de las emociones se puede reaccionar mejor frente al ambiente y frente a las situaciones. Las emociones no se deben dejar de lado en la toma de decisiones, las mujeres integran las emociones para afrontar las situaciones y a la hora de tomar decisiones.
- En el ámbito laboral la ética, la integridad y los valores están más presentes en la mujer que en el hombre.
- La mujer es más honesta; no busca el poder por el poder.
- La mujer es más transparente consigo misma y con los demás.
- La mujer es más intuitiva y por ello tiene más cuidado y evalúa mejor las cosas a la hora de tomar riesgos de gran envergadura.
- La empatía, presente con mayor énfasis en la mujer, es una característica que aporta un gran contributo a la hora de conciliar las partes para llegar a un acuerdo.
- Las mujeres con relación al ambiente buscan más una relación de adaptación, el hombre frente al ambiente tiene una relación más bien de disfrute.

Algunos aspectos necesarios para el éxito del liderazgo femenino.
 

Si bien es cierto que la mujer y su liderazgo son un gran contributo para el desarrollo empresarial , y por ende social y humano, es también cierto que para que este liderazgo pueda dar los frutos antes mencionados es necesario que:

- La mujer se haga presente en el mundo empresarial portando consigo sus características femeninas en lugar de querer adoptar aquellas masculinas.
- La mujer sepa que el líder no nace tal sino que se hace y que se requiere de una cierta formación y del desarrollo de algunas habilidades para ello.
- Se sepa mantener la humildad una vez que se haya alcanzado un alto nivel.
- Se deje de lado el miedo a la hora de medirse con las más altas autoridades y cuando se deba decidir y actuar en aquello que se sabe se debe decidir y actuar aunque sea difícil.
- No se sea tímida ni temerosa y se tome la iniciativa si se considera que se deben establecer nuevas normas.
- Se aprenda a establecer un orden de prioridades de las cosas.
- Se sepa ser el jefe de una misma en el sentido de que no se puede esperar a que el jefe siempre diga lo que se debe hacer.

Aspectos que pueden favorecer el desarrollo del liderazgo femenino.

Los ponentes del congreso coincidieron en que se deben dar unas ciertas condiciones para apoyar y fomentar el liderazgo femenino:

- Que a nivel mundial los gobiernos centren el desarrollo de sus pueblos principalmente en el desarrollo de las personas y no solamente en el desarrollo económico, dar prioridad a las personas y a su bienestar y dentro de ello dar cabida y valorar el contributo de la mujer. En los países en vía de desarrollo la mujer tiene una gran participación en la sostenibilidad de sus economías.
- Fomentar la cultura del merito; que surjan y avancen aquellos que reúnan los meritos sean hombres o mujeres.
- Crear a nivel social y a nivel empresarial las estructuras necesarias para que la mujer pueda desarrollar satisfactoriamente los roles de esposa – madre – trabajadora. Para que esto sea posible es necesario también que el esposo comparta con su esposa el cuidado y la educación de los hijos. Si la mujer cuenta con el apoyo necesario entonces podrá tener un mayor desempeño y un mayor rendimiento laboral.
- Promover la práctica del trabajo remoto. Algunas empresas en algunos países han implementado la modalidad del trabajo remoto y esto ha permitido a muchas mujeres trabajar desde sus casas estando conectadas con las empresas.
- La familia es una escuela para el liderazgo, dentro de la familia se siembran las primeras semillas que darán como fruto al o a la futuro líder. Se deben fomentar y las apoyar las aptitudes de líder de los hijos. La manera como son formados el niño y la niña en su hogar inciden mucho en el modo en que se desenvolverán en el trabajo.

Quiero concluir con el mensaje dirigido a las mujeres con el que una de las ponentes finalizó su participación:
“Las mujeres siempre tenemos niñas que nos miran y que nos dicen: cuando sea grande quiero ser como tú, son pequeñas mujeres que crecen y nosotras somos ejemplo para esas pequeñas mujeres que crecen”.

Y yo añado: que no falte de nuestra parte el hacer aquello que nos lleve a ser unas verdaderas líderes para así poder contribuir eficazmente, con nuestro “genio femenino”, en el desarrollo de una sociedad más equilibrada, más justa y llena de valores. Para que sepamos ser un digno ejemplo para las niñas que nos miran y que se convertirán en mujeres y que no escatimemos esfuerzos en ayudar a crear y fomentar las estructuras adecuadas para, de una parte, apoyar la formación de la mujer y de la otra parte ayudar a que la mujer pueda conciliar sus roles de esposa y madre con el trabajo.

Esther María Iannuzzo.


lunes, 11 de julio de 2011

De regreso al hogar

No olvides que habrá seres cuyo amor y comprensión siempre estarán contigo, aún cuando te sientas solo.

«El único camino para la paz es el perdón». Éste fue el mensaje de Juan Pablo II para la Cuaresma del 2001. ¡Dios mío, qué difícil es perdonar! Y, sin embargo, no habrá paz en la tierra hasta que no se aprenda a perdonar. No sanará nuestro corazón hasta que perdone, se deje perdonar.

El perdón sigue siendo un arma secreta en la vida cristiana para conquistar corazones y para ayudar al mundo a ser más humano y vivir en paz.

Es precisamente de esta misericordia y capacidad de perdón de lo que tenemos necesidad hoy, para no resbalar cada vez más en el abismo de una violencia y un sufrimiento sin sentido. El Apóstol escribía a los Colosenses: «Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas [literalmente] de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros» (Col 3,12-13).

Corría el tren por la vía en busca de las estaciones que se acercaban sin cesar. Entre el bullicio que había en el pasillo, nadie reparó en un joven que estaba sentado con el rostro entre las manos. Cuando levantaba el rostro se veían en él las huellas de la tristeza, el desencanto y la preocupación.

Después de varias estaciones, un señor mayor que estaba sentado frente a él, se animó a preguntarle cuál era el motivo de su turbación, siendo adolescente, era muy rebelde y no hice caso a mi madre que me aconsejaba a dejar las malas compañías. En una pelea, maté a una persona...

Fui juzgado, condenado a diez años de cárcel y mi sentencia la tuve que purgar en un presidio lejos de mi casa.

Nadie me escribió durante ese tiempo y todas la cartas que envié no tuvieron respuesta. Unos meses atrás, cuando supe la fecha de mi liberación le escribí a mi madre una carta.

- En ella le decía más o menos así:

“Querida mamá sé que has sufrido mucho por mi causa en estos diez años. Sé que he sido un mal hijo y que entiendo tu silencio al no querer comunicarte conmigo. Dentro de unos meses voy a quedar libre y quisiera regresar a casa.
No sé si me estarás esperando, por lo cual te ruego me des una señal que me aceptarás.

¿Te acuerdas del peral que hay en la estación de trenes?. Yo voy a comprar un pasaje que me sirva para más allá de nuestro pueblo. Si tu me perdonaste y aceptas mi regreso, te ruego le pongas una cinta amarilla a ese peral, entonces, yo al verlo me bajaré.

Si es que no aceptas mi regreso, al no ver la cinta amarilla en el árbol, seguiré de largo y nunca más te molestaré”.

- Esta es mi historia señor, y quisiera pedirle un favor. ¿Podría usted mirar en la próxima estación si ve el árbol con la cinta amarilla?. Tengo tanto miedo que no me amino a mirar. En silencio sólo interrumpido por los sollozos del joven, el tren fue avanzando, acercándose más a la estación asignada.

De repente, el señor que estaba en frente gritó lleno de júbilo: ¡joven, joven, mire!....

Alzando los ojos surcados por las lágrimas, el joven contempló el espectáculo más hermoso que podían ver sus ojos. La luz de la esperanza llenó su corazón.

El peral no tenía una cinta amarilla. Estaba llena de cintas amarillas, pero no solo él…sino todos los árboles del pueblo estaban llenos de cintas amarillas.

No hay corazón que aguante el sentirse perdonado y aceptado, después de uno o varios errores cometidos. Aprende a descubrir la serenidad y tranquilidad en un mundo imposible de entender.

Que el dolor que has vivido y los problemas que has experimentado, te den el poder de caminar por la vida enfrentando cada situación con optimismo y valor.

No olvides que habrá seres cuyo amor y comprensión siempre estarán contigo, aún cuando te sientas solo.

Perdonar, saber perdonar. ¡Saber pedir perdón! ¡Qué difícil, Dios mío! Para muchos, tal vez la mayoría, perdonar es signo de debilidad y de humillación. Y, sin embargo, el perdón requiere una enorme fortaleza, la única que vale. Es la fuerza de quien sabe vencer al mal con el bien. Sólo esta fortaleza es el antídoto que podrá salvar a este mundo enfermo.


P. Dennis Doren, L.C.

ddoren@legionaries.org

sábado, 2 de julio de 2011

Septima Catequesis de Benedicto XVI sobre la Oración


AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro

Miércoles 22 de junio de 2011



Queridos hermanos y hermanas:


En las catequesis anteriores nos centramos en algunas figuras del Antiguo Testamento particularmente significativas para nuestra reflexión sobre la oración. Hablé de Abraham, que intercede por las ciudades extranjeras; de Jacob, que en la lucha nocturna recibe la bendición; de Moisés, que invoca el perdón para su pueblo; y de Elías, que reza por la conversión de Israel. Con la catequesis de hoy quiero iniciar una nueva etapa del camino: en vez de comentar episodios particulares de personajes en oración, entraremos en el «libro de oración» por excelencia, el libro de los Salmos. En las próximas catequesis leeremos y meditaremos algunos de los Salmos más bellos y más arraigados en la tradición orante de la Iglesia. Hoy quiero introducirlos hablando del libro de los Salmos en su conjunto.

El Salterio se presenta como un «formulario» de oraciones, una selección de ciento cincuenta Salmos que la tradición bíblica da al pueblo de los creyentes para que se convierta en su oración, en nuestra oración, en nuestro modo de dirigirnos a Dios y de relacionarnos con él. En este libro encuentra expresión toda la experiencia humana con sus múltiples facetas, y toda la gama de los sentimientos que acompañan la existencia del hombre. En los Salmos se entrelazan y se expresan alegría y sufrimiento, deseo de Dios y percepción de la propia indignidad, felicidad y sentido de abandono, confianza en Dios y dolorosa soledad, plenitud de vida y miedo a morir. Toda la realidad del creyente confluye en estas oraciones, que el pueblo de Israel primero y la Iglesia después asumieron como mediación privilegiada de la relación con el único Dios y respuesta adecuada a su revelación en la historia. En cuanto oraciones, los Salmos son manifestaciones del espíritu y de la fe, en las que todos nos podemos reconocer y en las que se comunica la experiencia de particular cercanía a Dios a la que están llamados todos los hombres. Y toda la complejidad de la existencia humana se concentra en la complejidad de las distintas formas literarias de los diversos Salmos: himnos, lamentaciones, súplicas individuales y colectivas, cantos de acción de gracias, salmos penitenciales y otros géneros que se pueden encontrar en estas composiciones poéticas.

No obstante esta multiplicidad expresiva, se pueden identificar dos grandes ámbitos que sintetizan la oración del Salterio: la súplica, vinculada a la lamentación, y la alabanza, dos dimensiones relacionadas y casi inseparables. Porque la súplica está animada por la certeza de que Dios responderá, y esto abre a la alabanza y a la acción de gracias; y la alabanza y la acción de gracias surgen de la experiencia de una salvación recibida, que supone una necesidad de ayuda expresada en la súplica.

En la súplica, el que ora se lamenta y describe su situación de angustia, de peligro, de desolación o, como en los Salmos penitenciales, confiesa su culpa, su pecado, pidiendo ser perdonado. Expone al Señor su estado de necesidad confiando en ser escuchado, y esto implica un reconocimiento de Dios como bueno, deseoso del bien y «amante de la vida» (cf. Sb 11, 26), dispuesto a ayudar, salvar y perdonar. Así, por ejemplo, reza el salmista en el Salmo 31: «A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado. (...) Sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi amparo» (vv. 2.5). Así pues, ya en la lamentación puede surgir algo de la alabanza, que se anuncia en la esperanza de la intervención divina y después se hace explícita cuando la salvación divina se convierte en realidad. De modo análogo, en los Salmos de acción de gracias y de alabanza, haciendo memoria del don recibido o contemplando la grandeza de la misericordia de Dios, se reconoce también la propia pequeñez y la necesidad de ser salvados, que está en la base de la súplica. Así se confiesa a Dios la propia condición de criatura inevitablemente marcada por la muerte, pero portadora de un deseo radical de vida. Por eso el salmista exclama en el Salmo 86: «Te alabaré de todo corazón, Dios mío; daré gloria a tu nombre por siempre, por tu gran piedad para conmigo, porque me salvaste del abismo profundo» (vv. 12-13). De ese modo, en la oración de los Salmos, la súplica y la alabanza se entrelazan y se funden en un único canto que celebra la gracia eterna del Señor que se inclina hacia nuestra fragilidad.

Precisamente para permitir al pueblo de los creyentes unirse a este canto, el libro del Salterio fue dado a Israel y a la Iglesia. Los Salmos, de hecho, enseñan a orar. En ellos la Palabra de Dios se convierte en palabra de oración —y son las palabras del salmista inspirado— que se convierte también en palabra del orante que reza los Salmos. Es esta la belleza y la particularidad de este libro bíblico: las oraciones contenidas en él, a diferencia de otras oraciones que encontramos en la Sagrada Escritura, no se insertan en una trama narrativa que especifica su sentido y su función. Los Salmos se dan al creyente precisamente como texto de oración, que tiene como único fin convertirse en la oración de quien los asume y con ellos se dirige a Dios. Dado que son Palabra de Dios, quien reza los Salmos habla a Dios con las mismas palabras que Dios nos ha dado, se dirige a él con las palabras que él mismo nos da. Así, al rezar los Salmos se aprende a orar. Son una escuela de oración.

Algo análogo sucede cuando un niño comienza a hablar: aprende a expresar sus propias sensaciones, emociones y necesidades con palabras que no le pertenecen de modo innato, sino que aprende de sus padres y de los que viven con él. Lo que el niño quiere expresar es su propia vivencia, pero el medio expresivo es de otros; y él poco a poco se apropia de ese medio; las palabras recibidas de sus padres se convierten en sus palabras y a través de ellas aprende también un modo de pensar y de sentir, accede a todo un mundo de conceptos, y crece en él, se relaciona con la realidad, con los hombres y con Dios. La lengua de sus padres, por último, se convierte en su lengua, habla con palabras recibidas de otros que ya se han convertido en sus palabras. Lo mismo sucede con la oración de los Salmos. Se nos dan para que aprendamos a dirigirnos a Dios, a comunicarnos con él, a hablarle de nosotros con sus palabras, a encontrar un lenguaje para el encuentro con Dios. Y, a través de esas palabras, será posible también conocer y acoger los criterios de su actuar, acercarse al misterio de sus pensamientos y de sus caminos (cf. Is 55, 8-9), para crecer cada vez más en la fe y en el amor. Como nuestras palabras no son sólo palabras, sino que nos enseñan un mundo real y conceptual, así también estas oraciones nos enseñan el corazón de Dios, por lo que no sólo podemos hablar con Dios, sino que también podemos aprender quién es Dios y, aprendiendo cómo hablar con él, aprendemos el ser hombre, el ser nosotros mismos.

A este respecto, es significativo el título que la tradición judía ha dado al Salterio. Se llama tehillîm, un término hebreo que quiere decir «alabanzas», de la raíz verbal que encontramos en la expresión «Halleluyah», es decir, literalmente «alabad al Señor». Este libro de oraciones, por tanto, aunque es multiforme y complejo, con sus diversos géneros literarios y con su articulación entre alabanza y súplica, es en definitiva un libro de alabanzas, que enseña a dar gracias, a celebrar la grandeza del don de Dios, a reconocer la belleza de sus obras y a glorificar su santo Nombre. Esta es la respuesta más adecuada ante la manifestación del Señor y la experiencia de su bondad. Enseñándonos a rezar, los Salmos nos enseñan que también en la desolación, también en el dolor, la presencia de Dios permanece, es fuente de maravilla y de consuelo. Se puede llorar, suplicar, interceder, lamentarse, pero con la conciencia de que estamos caminando hacia la luz, donde la alabanza podrá ser definitiva. Como nos enseña el Salmo 36: «En ti está la fuente de la vida y tu luz nos hace ver la luz» (Sal 36, 10).

Pero, además de este título general del libro, la tradición judía ha puesto en muchos Salmos títulos específicos, atribuyéndolos, en su gran mayoría, al rey David. Figura de notable talla humana y teológica, David es un personaje complejo, que atravesó las más diversas experiencias fundamentales de la vida. Joven pastor del rebaño paterno, pasando por alternas y a veces dramáticas vicisitudes, se convierte en rey de Israel, en pastor del pueblo de Dios. Hombre de paz, combatió muchas guerras; incansable y tenaz buscador de Dios, traicionó su amor, y esto es característico: siempre buscó a Dios, aunque pecó gravemente muchas veces; humilde penitente, acogió el perdón divino, incluso el castigo divino, y aceptó un destino marcado por el dolor. David fue un rey, a pesar de todas sus debilidades, «según el corazón de Dios» (cf. 1 S 13, 14), es decir, un orante apasionado, un hombre que sabía lo que quiere decir suplicar y alabar. La relación de los Salmos con este insigne rey de Israel es, por tanto, importante, porque él es una figura mesiánica, ungido del Señor, en el que de algún modo se vislumbra el misterio de Cristo.

Igualmente importantes y significativos son el modo y la frecuencia con que las palabras de los Salmos son retomadas en el Nuevo Testamento, asumiendo y destacando el valor profético sugerido por la relación del Salterio con la figura mesiánica de David. En el Señor Jesús, que en su vida terrena oró con los Salmos, encuentran su definitivo cumplimiento y revelan su sentido más pleno y profundo. Las oraciones del Salterio, con las que se habla a Dios, nos hablan de él, nos hablan del Hijo, imagen del Dios invisible (cf. Col 1, 15), que nos revela plenamente el rostro del Padre. El cristiano, por tanto, al rezar los Salmos, ora al Padre en Cristo y con Cristo, asumiendo estos cantos en una perspectiva nueva, que tiene en el misterio pascual su última clave de interpretación. Así el horizonte del orante se abre a realidades inesperadas, todo Salmo adquiere una luz nueva en Cristo y el Salterio puede brillar en toda su infinita riqueza.

Queridos hermanos y hermanas, tomemos, por tanto, en nuestras manos este libro santo; dejémonos que Dios nos enseñe a dirigirnos a él; hagamos del Salterio una guía que nos ayude y nos acompañe diariamente en el camino de la oración. Y pidamos también nosotros, como los discípulos de Jesús, «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11, 1), abriendo el corazón a acoger la oración del Maestro, en el que todas las oraciones llegan a su plenitud. Así, siendo hijos en el Hijo, podremos hablar a Dios, llamándolo «Padre nuestro». Gracias.


Fuente de la Información:

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2011/documents/hf_ben-xvi_aud_20110622_sp.html