Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



miércoles, 31 de octubre de 2012

El Silencio de Dios.



Los hombres nos acostumbramos a querer tener respuestas a todos los interrogantes, más aún, cuando alguno de ellos tiene el aspecto de fracaso, injusticia o falta de sentido común, nuestro interior se debate y se revela en cuestionamientos y en querer dar las respuestas que nos parecen más acertadas.

El silencio de Dios; la vida de Dios está rodeada de silencio. La maravillosa creación del hombre y su gestación, toda ella se va realizando en el silencioso vientre de una madre; la eterna generación de su Hijo Jesucristo, la Encarnación, se tiene en medio del silencio “en medio del silencio” (Sal 18, 4ss). “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre con eterno silencio” (San Juan de la Cruz, Max 21).

El silencio de la creación, los espectáculos más grandiosos de la naturaleza, se desenvuelven en perfecto silencio: un amanecer, el correr de un río, el espejo de un lago, el volar de un cóndor, el influjo del silencio, ha dado origen a obras maestras del pensamiento y del arte: San Juan de la Cruz, Beethoven, Miguel Ángel, etc. Así es el silencio de Dios, un silencio que se convierte en prudencia y espera.

“La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo”.
 
P. Dennis Doren, L.C.

martes, 30 de octubre de 2012

Mensaje del Concilio Vaticano II a los Trabajadores.



A lo largo del Concilio, nosotros, los Obispos católicos de los cinco continentes, hemos reflexionado conjuntamente, entre muchos temas, sobre las graves cuestiones que plantean a la conciencia de la humanidad las condiciones económicas y sociales del mundo contemporáneo, la coexistencia de las naciones, el problema de los armamentos, de la guerra y de la paz. Y somos plenamente conscientes de las repercusiones que la solución dada a estos problemas puede tener sobre la vida concreta de los trabajadores y de las trabajadoras del mundo entero. También deseamos, al término de nuestras deliberaciones, dirigirles a todos ellos un mensaje de confianza, de paz y de amistad.

Hijos muy queridos: estad seguros, desde luego, de que la Iglesia conoce vuestros sufrimientos, vuestras luchas, vuestras esperanzas; de que aprecia altamente las virtudes que ennoblecen vuestras almas: el valor, la dedicación, la conciencia profesional, el amor de la justicia; de que reconoce plenamente los inmensos servicios que cada uno en su puesto, y en los puestos frecuentemente más oscuros y menos apreciados, hacéis al conjunto de la sociedad. La Iglesia se siente muy contenta por ello, y por nuestra voz os lo agradece.

En estos últimos años, la Iglesia no ha dejado de tener presentes en su espíritu los problemas, de complejidad creciente sin cesar, del mundo y del trabajo. Y el eco que han encontrado en vuestras filas las recientes encíclicas pontificias ha demostrado cómo el alma del trabajador de nuestro tiempo marcha de acuerdo con la de sus más altos jefes espirituales.

El que enriqueció el patrimonio de la Iglesia con sus mensajes incomparables, el papa Juan XXIII, supo encontrar el camino hacia vuestro corazón. Mostró claramente en su persona todo el amor de la Iglesia por los trabajadores, así como por la verdad, la justicia, la libertad, la caridad, sobre las que se funda la paz en el mundo.

De este amor de la Iglesia hacia vosotros los trabajadores, queremos también, por nuestra parte, ser testigos cerca de vosotros y os decimos con toda la convicción de nuestras almas: la Iglesia es amiga vuestra. Tened confianza en ella. Tristes equívocos en el pasado mantuvieron durante largo tiempo la desconfianza y la incomprensión entre nosotros; Iglesia y la clase obrera han sufrido una y otra con ella. Hoy ha sonado la hora de la reconciliación, y la Iglesia del Concilio os invita a celebrarla sin reservas mentales.

La Iglesia busca siempre el modo de comprenderos mejor. Pero vosotros debéis tratar de comprender, a vuestra vez, lo que es la Iglesia para vosotros los trabajadores, que sois los principales artífices de las prodigiosas transformaciones que el mundo conoce hoy, pues bien sabéis que, si no les anima un potente soplo espiritual, harán la desgracia de la humanidad en lugar de hacer su felicidad. No es el odio lo que salva al mundo, no es sólo el pan de la tierra lo que puede saciar el hambre del hombre.

Así, pues, recibid el mensaje de la Iglesia. Recibid la fe que os ofrece para iluminar vuestro camino; es la fe del sucesor de Pedro y de los dos mil Obispos reunidos en Concilio, es la fe de todo el pueblo cristiano. Que ella os ilumine. Que ella os guíe. Que ella os haga conocer a Jesucristo, vuestro compañero de trabajo, el Señor, el Salvador de toda la humanidad.



Fuente de la Informacion:




domingo, 28 de octubre de 2012

Decálogo para ser fiel en tu matrimonio (Parte I)



«Ser fiel es la virtud de los fuertes, de los convencidos.

Te invito a formar parte de este equipo, te llenará de

satisfacción y paz interior».

 
 
 
"Si sólo damos, nos vaciamos; si sólo recibimos, somos egoístas.
El amor es dar y recibir".
La virtud de la fidelidad, en general, “no es otra cosa que la lealtad, la cumplida adhesión, la observancia exacta de la fe que uno le debe al otro” (Teología de la perfección cristiana, P. Royo Marín, Editorial BAC, Pág. 777); ella nos lleva a mantener, a través del tiempo, el compromiso tomado en un momento determinado de la vida. La fidelidad, hija de la fortaleza, es la constancia en un comportamiento determinado; se refiere a lo que creemos, a nuestros principios y a nuestro prójimo. En el mundo de hoy cada vez encontramos más ausente esta virtud, con mucha facilidad se engaña, se miente, se ocultan cosas. Hoy queremos valorar este don y compromiso con las personas que queremos.
 
Abarca lo que se cree, lo que se piensa y se valora, aceptando incomprensiones, desafíos, burlas, silencios y aún calumnias, antes que permitir renunciar o poner en conflicto lo que se piensa, lo que se cree y lo que se vive en el ámbito de las creencias religiosas, del amor a la patria, a nuestra vocación religiosa, a la familia, a nuestro cónyuge, a nuestros amigos y afectos más cercanos, a nuestras ideas, principios, convicciones o a nuestra palabra empeñada. Ser fiel es la virtud de los fuertes, de los convencidos. Te invito a formar parte de este equipo, te llenará de satisfacción y paz interior.

1) Reflexionar en lo sagrado del matrimonio a los ojos de Dios.
Es un camino de realización personal y es sagrado porque viene de Dios, y lo que Dios quiere es siempre bueno. Es sagrado, porque Cristo lo elevó a sacramento; es el símbolo del amor de Dios a la humanidad. Es recomendable y, muy provechoso, leer la carta a los Efesios.

2) Estar dispuesto a dar y a recibir.
Cada uno tiene un tesoro que debe estar dispuesto a compartir con el otro, cada uno tiene características propias que debe poner al servicio del otro. La mujer es más intuitiva, generosa, delicada, tierna, con más tacto. El hombre es más pragmático, racional, firme. Mutuamente deben compenetrarse y complementarse en las carencias de cada uno. Hay que dar y recibir. Si sólo damos, nos vaciamos; si sólo recibimos, somos egoístas. El amor es dar y recibir.

3) Desvivirse en detalles para con el otro.
El detalle es la esencia, el extracto del amor: "Dime qué detalles tienes con tu esposo/a y te diré cómo es tu amor".

Detalles que una mujer pediría a su esposo:
No te quejes de estar agotado por el trabajo, escúchame.
Después de una discusión no pases tres días sin hablarme y enojado.
No me recuerdes continuamente mis faltas pasadas.
De vez en cuando dime que me encuentro linda, agradable.
Durante el desayuno y la cena préstame atención, que no soy una pared.
Háblame un poco de lo que vas a hacer, aunque sea trivial.
Preocúpate por tus hijos cuando llegas a casa.
Colabora en las tareas de la casa.
Algún día, en especial, llévame a cenar fuera.
Dame un beso al despedirte.

Detalles que un esposo pediría a su mujer:
Llena mis tiempos de descanso con calma y sosiego y háblame de los gastos en el momento oportuno.
Gasta menos, sé más económica.
De vez en cuando elógiame, elogia mi carrera pues “mi triunfo es también tuyo”.
Nunca compares nuestro matrimonio con otros.
Sé oportuna cuando tengas que corregirme y nunca delante de nuestros hijos y amigos.
No te quejes por todo ni discutas por cosas pequeñas.
No rechaces sistemáticamente a mis amigos y mis gustos.
No solo me reclames que le deje más tiempo a nuestros hijos.

4) Respetar las características del otro.
No podemos cambiar las características del otro, al contrario, debemos enriquecernos de ellas. El otro es distinto de ti, por lo tanto, respétalo. El respeto significa: capacidad de perdonar, apertura, no estar viendo solo los defectos del otro, comprensión. El respeto se puede quebrar de tres maneras: con la palabra (dura, grosera, soez), por actos (agresión física), o con gestos (caras largas, desprecios, silencios elocuentes). Hay que saber ver las virtudes del otro y halagarlas.

5) Evitar discusiones innecesarias.
Las discusiones innecesarias desunen y destruyen la armonía familiar. No se debe discutir, se debe analizar. Con las discusiones se ganan enfados, nervios, tensiones, desgastes inútiles, malos ejemplos a los hijos, visitas al psicólogo o al psiquiatra.

Comienza a analizar estos cinco primeros mandamientos de la fidelidad y, con ánimo renovado, dale el valor y el peso que merece, para que así, tu vida, se vea siempre plenamente realizada.

P. Dennis Doren, L.C.

 

miércoles, 24 de octubre de 2012

Mensaje del Concilio Vaticano II a los Pobres, a los Enfermos, a todos los que sufren.



Para todos vosotros, hermanos que sufrís, visitados por el dolor en sus mil modos, el Concilio tiene un mensaje muy especial.

Siente fijos sobre él vuestros ojos implorantes, brillantes por la fiebre o abatidos por la fatiga, miradas interrogantes que buscan en vano el porqué del sufrimiento humano y que preguntan ansiosamente cuándo y de dónde vendrá el consuelo.

Hermanos muy queridos, sentimos profundamente resonar en nuestros corazones de padres y pastores vuestros gemidos y lamentos. Y nuestra pena aumenta al pensar que no está en nuestro poder el concederos la salud corporal, ni tampoco la disminución de vuestros dolores físicos, que médicos, enfermeros y todos los que se consagran a los enfermos se esfuerzan en aliviar lo más posible.

Pero tenemos una cosa más profunda y más preciosa que ofreceros, la única verdad capaz de responder al misterio del sufrimiento y de daros un alivio sin engaño: la fe y la unión al Varón de dolores, a Cristo, Hijo de Dios, crucificado por nuestros pecados y nuestra salvación.

Cristo no suprimió el sufrimiento y tampoco ha querido desvelarnos enteramente su misterio: El lo tomó sobre sí, y eso es bastante para que nosotros comprendamos todo su valor.

¡Oh vosotros que sentís más pesadamente el peso de la cruz! Vosotros que sois pobres y desamparados, los que lloráis, los que estáis perseguidos por la justicia, vosotros sobre los que se calla, vosotros los desconocidos del dolor, tened ánimo; sois los preferidos del reino de Dios, el reino de la esperanza, de la bondad y de la vida; vosotros sois los hermanos de Cristo paciente, y con El, si queréis, salváis al mundo.

He aquí la ciencia cristiana del dolor, la única que da la paz. Sabed que vosotros no estáis solos, ni separados, ni abandonados, ni inútiles; sois los llamados por Cristo, su viva y transparente imagen. En su nombre, el Concilio os saluda con amor, os da las gracias, os asegura la amistad y la asistencia de la Iglesia y os bendice.



8 de diciembre de 1965



Fuente de la información: http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/speeches/1965/documents/hf_p-vi_spe_19651208_epilogo-concilio-poveri_sp.html


lunes, 22 de octubre de 2012

Decalogo para organizar tu tiempo.



1.- Busca tiempo para meditar, es un ejercicio necesario para llegar a la profundidad de tu corazón, ahí podrás descubrir y discernir qué es lo que Dios quiere de ti.

2.- Busca tiempo para leer, es una manera de crecer con el saber de los demás, tantas buenas lecturas de personas sabias que han sabido estampar en letras el valor y sentido de la vida.

3.- Busca tiempo para rezar, es el modo de entrar en contacto con Dios y expresarle tu amor, necesitas estar en comunicación frecuente con aquel que te enseña el camino del bien y de la verdad.

4.- Busca tiempo para dialogar, es la acción más noble del ser humano a través de la cual uno escucha y habla, recibe y da, y así crece y se consolida la amistad, el respeto y la comprensión.

5.- Busca tiempo para amar, es la esencia de la vida que brinda al ser humano sentido y felicidad, el corazón que ama siempre está dispuesto a dar.

6.- Busca tiempo para contemplar la naturaleza, es el arte de Dios, donde Él se ha manifestado con toda su belleza, ahí lo descubrirás, en la creación Dios ha estampado su firma.
 
7.- Busca tiempo para trabajar diligentemente, es el precio que has de pagar para realizarte a ti mismo, ser útil a los demás y construir una sociedad más justa y humana.

8.- Busca tiempo para viajar, es una actividad que enriquece en gran manera, porque entras en contacto con gentes y culturas diversas que te pueden complementar y así contemplas diferentes realidades de la vida.

9.- Busca tiempo para evaluarte a ti mismo, es un momento propicio para hacer balance y decidir con energía lo bueno que debes potenciar y lo malo que debes corregir.

10.- Busca tiempo para observar a los demás, es una actitud que te enseñará mucho, te ayudará a imitar lo positivo de los otros y a evitar sus defectos.

Con estas 10 pautas puedes hacer de tu vida una verdadera aventura que valga la pena. San Bernardo decía: "no hay nada tan precioso que el tiempo y no hay nada tan menospreciado". Cada momento utilizado según Dios, si estamos en estado de gracia, puede merecernos tesoros de gloria y alegría eternas. El tiempo es la moneda del cielo. Cada momento vale una eternidad. Cada segundo del tiempo es un destello minucioso de la vida que queda atrás. El tiempo no perdona. El tiempo recorre sin piedad sus senderos y tarde o temprano a todos se nos termina.
 
P. Dennis DOren, L.C.
 
 

miércoles, 17 de octubre de 2012

Mensaje del Concilio Vaticano II a los Gobernantes.


Santo Tomás Moro
Patrono de los Gobernantes y de los Políticos.

En este instante solemne, nosotros, los Padres del XXI Concilio Ecuménico de la Iglesia católica, a punto ya de dispersarnos después de cuatro años de plegarias y trabajos, con plena conciencia de nuestra misión hacia la humanidad, nos dirigimos, con deferencia y confianza, a aquellos que tienen en sus manos los destinos de los hombres sobre esta tierra, a todos los depositarios del poder temporal.

Lo proclamamos en alto: honramos vuestra autoridad y vuestra soberanía, respetamos vuestras funciones, reconocemos vuestras leyes justas, estimamos a los que las hacen y a los que las aplican. Pero tenemos una palabra sacrosanta que deciros. Hela aquí: sólo Dios es grande. Sólo Dios es el principio y el fin. Sólo Dios es la fuente de vuestra autoridad y el fundamento de vuestras leyes.

Es a vosotros a quienes toca ser sobre la tierra los promotores del orden y de la paz entre los hombres. Pero no lo olvidéis: es Dios, el Dios vivo y verdadero, el que es Padre de los hombres. Y es Cristo, su Hijo eterno, quien ha venido a decírnoslo y a enseñarnos que todos somos hermanos. El es el gran artesano del orden y la paz sobre la tierra, porque es El quien conduce la historia humana y el único que puede inclinar los corazones a renunciar a las malas pasiones que engendran la guerra y la desgracia. Es El quien bendice el pan de la humanidad, quien santifica su trabajo y su sufrimiento, quien le da alegrías que vosotros no le podéis dar, y la reconforta en los dolores, que vosotros no podéis consolar.

En vuestra ciudad terrestre y temporal construye El misteriosamente su ciudad espiritual y eterna: su Iglesia. ¿Y qué pide ella de vosotros, esa Iglesia, después de casi dos mil años de vicisitudes de todas clases en sus relaciones con vosotros, las potencias de la tierra, qué os pide hoy? Os lo dice en uno de los textos de mayor importancia de su Concilio; no os pide más que la libertad: la libertad de creer y de predicar su fe; la libertad de amar a su Dios y servirle; la libertad de vivir y de llevar a los hombres su mensaje de vida. No temáis: es la imagen de su Maestro, cuya acción misteriosa no usurpa vuestras prerrogativas, pero que salva a todo lo humano de su fatal caducidad, lo transfigura, lo llena de esperanza, de verdad, de belleza.

Dejad que Cristo ejerza esa acción purificante sobre la sociedad. No lo crucifiquéis de nuevo; eso sería sacrilegio, porque es Hijo de Dios; sería un suicidio, porque es Hijo del hombre. Y a nosotros, sus humildes ministros, dejadnos extender por todas partes sin trabas la buena nueva del Evangelio de la paz, que hemos meditado en este Concilio. Vuestros pueblos serán sus primeros beneficiarios, porque la Iglesia forma para vosotros ciudadanos leales, amigos de la paz social y del progreso.

En este día solemne en que ella clausura las reuniones de su XXI Concilio Ecuménico, la Iglesia os ofrece por nuestra voz su amistad, sus servicios, sus energías espirituales y morales. Os dirige a vosotros todos un mensaje de saludo y de bendición. Acogedlo como ella os lo ofrece, con un corazón alegre y sincero, y transmitirlo a todos vuestros pueblos.


8 de diciembre de 1965


Fuente de la Información˸ 
http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/speeches/1965/documents/hf_p-vi_spe_19651208_epilogo-concilio-governanti_sp.html    

lunes, 15 de octubre de 2012

Intenta perdonar que lo conseguirás.


Siendo sinceros de corazón, podemos ejercitarnos en algunos pasos para lograr liberarnos de la carga que significa el rencor y liberar a la otra persona también.

Considera las circunstancias que pudo haber vivido la persona que te ofendió, para llegar a ser como es, o qué situación estaría viviendo para haber hecho lo que hizo, aun intencionalmente.
Considera qué parte jugaste, o qué pudiste haber hecho para propiciar el incidente.
Deja atrás el papel de víctima y continua con tu vida.
Recuerda las cosas positivas y buenas que te unieron a esa persona, los ratos buenos y bellos que pasaste con ella, los momentos de amor, apoyo, consejo y comprensión mutuos.
Pide al Señor que bendiga a esa persona, y que le muestre lo que hizo mal y se arrepienta.
Libera a la persona con tu perdón. Así vas a liberarte a ti mismo por vivir en el presente, en el aquí y el ahora.

2 Corintios 2, 5-11 "Si alguno ha causado tristeza, no me la ha causado sólo a mí; hasta cierto punto -y lo digo para no exagerar- se la ha causado a todos ustedes. Para él es suficiente el castigo que le impuso la mayoría. Más bien debieran perdonarlo y consolarlo para que no sea consumido por la excesiva tristeza. Por eso les ruego que reafirmen su amor hacia él. Con este propósito les escribí: para ver si pasan la prueba de la completa obediencia. A quien ustedes perdonen, yo también lo perdono. De hecho, si había algo que perdonar, lo he perdonado por consideración a ustedes en presencia de Cristo, para que Satanás no se aproveche de nosotros, pues no ignoramos sus artimañas".

P. Dennis Doren, L.C.


sábado, 13 de octubre de 2012

Mensaje del Concilio Vaticano II a los Jóvenes.



Finalmente, es a vosotros, jóvenes de uno y otro sexo del mundo entero, a quienes el Concilio quiere dirigir su último mensaje. Porque sois vosotros los que vais a recibir la antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia. Sois vosotros los que, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas de vuestros padres y de vuestros maestros, vais a formar la sociedad de mañana; os salvaréis o pereceréis con ella.

La Iglesia, durante cuatro años, ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para responder mejor a los designios de su Fundador, el gran viviente, Cristo, eternamente joven. Al final de esa impresionante «reforma de vida» se vuelve a vosotros. Es para vosotros los jóvenes, sobre todo para vosotros, por lo que la Iglesia acaba de alumbrar en su Concilio una luz, una luz que alumbrará el porvenir, vuestro porvenir.

La Iglesia está preocupada porque esa sociedad que vais a constituir respete la dignidad, la libertad, el derecho de las personas, y esas personas son las vuestras.

Está preocupada, sobre todo, porque esa sociedad deje expandirse su tesoro antiguo y siempre nuevo: la fe, y porque vuestras almas se puedan sumergir libremente en su bienhechoras claridades. Confía en que encontraréis tal fuerza y tal gozo, que no estaréis tentados, como algunos de vuestros mayores, de ceder a la seducción de las filosofías del egoísmo o del placer, o a las de la desesperanza y de la nada, y que, frente al ateísmo, fenómeno de cansancio y de vejez, sabréis afirmar vuestra fe en la vida y en lo que da sentido a la vida: la certeza de la existencia de un Dios justo y bueno.

En el nombre de este Dios y de su Hijo, Jesús, os exhortamos a ensanchar vuestros corazones a las dimensiones del mundo, a escuchar la llamada de vuestros hermanos y a poner ardorosamente a su servicio vuestras energías. Luchad contra todo egoísmo. Negaos a dar libre curso a los instintos de violencia y de odio, que engendran las guerras y su cortejo de males. Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros. Y edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores.

6. La Iglesia os mira con confianza y amor. Rica en un largo pasado, siempre vivo en ella, y marchando hacia la perfección humana en el tiempo y hacia los objetivos últimos de la historia y de la vida, es la verdadera juventud del mundo. Posee lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas. Miradla y veréis en ella el rostro de Cristo, el héroe verdadero, humilde y sabio, el Profeta de la verdad y del amor, el compañero y amigo de los jóvenes. Precisamente en hombre de Cristo os saludamos, os exhortamos y os bendecimos.


8 de diciembre de 1965.



Fuente de la información: http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/speeches/1965/documents/hf_p-vi_spe_19651208_epilogo-concilio-giovani_sp.html  

Fe que no mueve montañas, sino la vida.



Cada acto de fe es un acto personal, no impuesto, personal, es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado.

Como dijo San Ambrosio: “Aquello que hace el amor, no podrá nunca hacerlo el miedo”. Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban.

Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara la fe» (cf. 2 Tm 2, 22). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Ella es nuestra compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros y la que nos permite comprender que el misterio de la Cruz y el participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son el preludio de la alegría que nos terminará conduciendo a la felicidad eterna.

P. Dennis Doren, L.C.


jueves, 11 de octubre de 2012

Mensaje del Concilio Vaticano II a las Mujeres.


1. Y ahora es a vosotras a las que nos dirigimos, mujeres de todas las condiciones, hijas, esposas, madres y viudas; a vosotras también, vírgenes consagradas y mujeres solteras. Sois la mitad de la inmensa familia humana.

2. La Iglesia está orgullosa, vosotras lo sabéis de haber elevado y liberado a la mujer, de haber hecho resplandecer, en el curso de los siglos, en la diversidad de sus caracteres, su innata igualdad con el hombre.

3. Pero llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer llega a su plenitud, la hora en que la mujer ha adquirido en el mundo una influencia un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora.

4. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a la humanidad a no degenerar.

5. Vosotras, las mujeres, tenéis siempre como misión la guardia del hogar, el amor a las fuentes de la vida, el sentido de la cuna. Estáis presentes en el misterio de la vida que comienza. Consoláis en la partida de la muerte. Nuestra técnica lleva el riesgo de convertirse en inhumana. Reconciliad a los hombres con la vida. Y, sobre todo, velad, os lo suplicamos, por el porvenir de nuestra especie. Detened la mano del hombre que en un momento de locura intentara destruir la civilización humana.

6. Esposas, madres de familia, primeras educadores del género humano en el secreto de los hogares, transmitid a vuestros hijos y a vuestras hijas las tradiciones de vuestros padres, al mismo tiempo que los preparáis para el porvenir insondable. Acordaos siempre de que una madre pertenece, por sus hijos, a ese porvenir que ella no verá probablemente.

7.Y vosotras también, mujeres solteras, sabed que podéis cumplir toda vuestra vocación de devoción. La sociedad os llama por todas partes. Y las mismas familias no pueden vivir sin la ayuda de aquellas que no tienen familia.

8. Vosotras, sobre todo, vírgenes consagradas, en un mundo donde el egoísmo y la búsqueda de placeres quisieran hacer la ley, sed guardianas de la pureza, del desinterés, de la piedad. Jesús, que dio al amor conyugal toda su plenitud, exaltó también el renunciamiento a ese amor humano cuando se hace por el amor infinito y por el servicio a todos.

9. Mujeres que sufrís, en fin, que os mantenéis firmes bajo la cruz a imagen de María; vosotras, que tan a menudo, en el curso de la historia, habéis dado a los hombres la fuerza para luchar hasta el fin, para dar testimonio hasta el martirio, ayudadlos una vez más a guardar la audacia de las grandes empresas, al mismo tiempo que la paciencia y el sentido de los comienzos humildes.

10. Mujeres, vosotras que sabéis hacer la verdad dulce, tierna, accesible, dedicaos a hacer penetrar el espíritu de este Concilio en las instituciones, escuelas, hogares y en la vida de cada día.

11. Mujeres del universo todo, cristianas o no creyentes, a vosotras, que os está confiada la vida, en este momento tan grave de la historia, vosotras debéis salvar la paz del mundo.

8 de diciembre de 1965.




Fuente de la Informació: http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/speeches/1965/documents/hf_p-vi_spe_19651208_epilogo-concilio-donne_sp.html