Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



jueves, 13 de enero de 2011

ANHELOS DE UNION, JUSTICIA, LIBERTAD Y PAZ PARA VENEZUELA



Exhortación Pastoral de la XCV Asamblea Ordinaria Plenaria 2011

Conferencia Episcopal Venezolana

A todos los sacerdotes y diáconos, a los miembros de instituto de vida consagrada, a todos los fieles católicos y a las personas de buena voluntad:

INTRODUCCIÓN

1. Al comenzar este Año Bicentenario de la Declaración de la Independencia, los Arzobispos y Obispos de Venezuela saludamos y bendecimos afectuosamente a todos los venezolanos, y les hacemos una cordial invitación a crecer en la esperanza y la confianza en Dios, Padre misericordioso, Señor de la historia. La celebración de la Navidad nos ha recordado que “Dios es amor” (1) y que Jesucristo está con nosotros (2), para comunicarnos vida, paz y felicidad plena y eterna.

2. Reunidos en nuestra XCV Asamblea Ordinaria queremos compartir con todos los fieles católicos y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad nuestra preocupación sobre la actual situación del país, al cual servimos con nuestra misión pastoral. Igualmente nos proponemos iluminar a la luz del Evangelio de Jesucristo, de la Doctrina Social de la Iglesia y de los principios éticos universales, la difícil coyuntura histórica que vive hoy nuestra patria. Nuestro presente llamado a la unidad, la libertad y la paz quiere ser una contribución al entendimiento político y social, a la edificación de una sociedad fundamentada en el respeto a la vida y a la dignidad de toda persona, en el imperio de la verdad y de la justicia, en el pluralismo, la inclusión social y la democracia.

SOLIDARIDAD CON LOS DAMNIFICADOS

3. Ante todo, expresamos nuestro afecto y más viva solidaridad con las víctimas de las copiosas lluvias caídas en la mayor parte del territorio nacional durante los últimos meses del pasado año 2010. Ellas, y la carencia de una política de prevención y de planificación sostenida que minimice los efectos de las catástrofes naturales, han ocasionado la lamentable pérdida de algunas vidas humanas y de numerosas viviendas, especialmente de compatriotas de escasos recursos materiales. Damos gracias a Dios por la solidaridad y diligencia que han demostrado con nuestros hermanos necesitados los organismos del Gobierno tanto nacional, como estadales y municipales, así como instituciones, asociaciones privadas y personas particulares. La acción solidaria de la Iglesia no se hizo esperar. Numerosas parroquias, escuelas e instituciones han sido centros de acopio, y recibieron en sus instalaciones a los damnificados. Caritas de Venezuela recibió toneladas de alimentos y artículos de primera necesidad, provenientes de comunidades parroquiales y de entidades privadas, y distribuyó dicha ayuda a nuestros hermanos, sin ningún tipo de discriminación social, religiosa o ideológica (3).

4. Ahora, pasada la etapa de la emergencia, es necesario que el Estado realice un trabajo serio, responsable y eficaz para solucionar problemas estructurales de vialidad y vivienda. Además, mientras haya damnificados en los refugios, los venezolanos hemos de apoyarlos con nuestra solidaridad concreta. En este sentido pedimos a los agentes de pastoral, y a los grupos apostólicos organizarse para continuar aliviando el sufrimiento de nuestros hermanos. Recordemos que en cada persona, y especialmente en los más necesitados, encontramos a Nuestro Señor Jesucristo (4), quien nos exige amar preferencial y desinteresadamente a los pobres.

5. El 5 de julio de este año 2011 celebraremos, Dios mediante, el Bicentenario de la Declaración de nuestra Independencia como nación. Ya en enero del año pasado, el Episcopado venezolano publicó una Carta Pastoral donde compartía con la comunidad nacional algunas reflexiones sobre el significado y actualidad de este acontecimiento para la Venezuela contemporánea (5). Hoy queremos recordar que aquella solemne Declaración de 1811 comenzaba invocando y poniendo a Dios por testigo de la rectitud de sus propósitos, manifestando explícitamente su ubicación dentro del marco espiritual de la tradición cristiana e inspirándose en ideales de libertad y de justicia, de unidad y de paz (6).

DOSCIENTOS AÑOS DE LA DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA

6. Los fundadores de la República emprendieron, con valentía y sacrificio, el largo camino de construir una nación libre, soberana e independiente, fundamentados en el respeto de la dignidad y en la vocación a la libertad de toda persona. El mejor homenaje que hoy podemos tributar a su memoria es honrar y profundizar, en nuestras leyes y en nuestras instituciones republicanas, los ideales que los inspiraron para buscar el bien de la Patria, y respetar la voluntad y decisión del pueblo.

LA SITUACIÓN POLÍTICA Y SOCIAL

7. En este sentido, los Obispos de Venezuela consideramos un ineludible imperativo ético y legal el respeto a la letra y al espíritu de la Constitución vigente. Ella es el fundamento jurídico del estado de derecho y la garante principal de los derechos del pueblo y de cada persona en particular, de la convivencia pacífica entre los ciudadanos y del correcto funcionamiento de las instituciones públicas y privadas.

8. Ahora bien, en diciembre pasado, en medio de la calamidad pública provocada por las persistentes lluvias, y durante el acostumbrado receso de actividades, el Gobierno y la Asamblea Nacional priorizaron una agenda ideológica destinada a la implantación de un sistema socialista y totalitario de Estado y de gobierno contrario a la vigente Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, aprobada por votación popular el 15 de diciembre 1999. Recordemos que la propuesta de reforma para adecuarla al actual proyecto ideológico del Ejecutivo Nacional, que excluye y discrimina a quienes no compartan la ideología socialista, fue rechazada por la voluntad del pueblo expresada en el referendum del 2 de diciembre de 2007.

9. En ese marco se ha dictado una ley habilitante que confiere poderes especiales al Presidente de la República para legislar por un lapso de 18 meses con la justificación de la gravísima emergencia de infraestructura en vialidad y viviendas provocada por las lluvias. Esta ley confiere al Presidente poderes especiales para legislar en aspectos que nada tienen que ver con dicha emergencia, y delega en el Ejecutivo una facultad extraordinaria, más allá del período para el cual fueron electos los anteriores diputados, limitando así a la nueva Asamblea Nacional en una de sus facultades esenciales. Esto es un inaceptable desconocimiento de la voluntad popular expresada en las elecciones legislativas del pasado 26 de septiembre.

10. La Asamblea, en menos de un mes, aprobó veinticinco leyes, muchas de las cuales contienen disposiciones que restringen derechos y garantías de los venezolanos, e incorporan propuestas de la reforma a la Constitución que fueron rechazadas por el pueblo en el referendum del 2 de diciembre de 2007 (7). Nos preocupan, entre otras, las así llamadas “leyes del Poder Popular”, que confieren atribuciones a las “comunas, directamente vinculadas al Ejecutivo Nacional, con menoscabo de la forma federal descentralizada del Estado (8), pues no se corresponden con la organización político- territorial de la República establecida en la Constitución, crean unas estructuras nuevas, con un contenido ideológico excluyente, centralizador y presidencialista, e invaden el ámbito de competencias de las Gobernaciones, Alcaldías y Parroquias.

11. Leyes relacionadas, entre otras cosas, con las telecomunicaciones y la responsabilidad social de radio y televisión, con Partidos Políticos, con las Universidades – ley aprobada por la Asamblea y devuelta por el Presidente -, conllevan limitaciones a derechos fundamentales de los ciudadanos, condicionan la libertad de conciencia y pretenden afianzar el pensamiento único y la hegemonía comunicacional del Gobierno. Por otra parte el Ejecutivo prosigue las expropiaciones, sin cumplir los procedimientos establecidos en la Constitución, atentando así contra la propiedad, derecho inalienable y constitucional de cualquier persona.

12. Las nuevas leyes poco tienen que ver con los problemas reales del país. En efecto: la situación de Venezuela es ya muy grave por el auge incesante de la inseguridad y de la violencia que impera especialmente en las grandes ciudades y en las zonas fronterizas; por la contracción económica, y el progresivo endeudamiento del país; por el inmenso déficit de viviendas y los problemas en la vialidad; por el encarecimiento continuo del costo de la vida que afecta especialmente a los más pobres, y los problemas de suministro de alimentos; por la inhumana situación de las cárceles y la deficiente administración de justicia, caracterizada por el retardo procesal en la mayoría de los juicios. En vez de resolver estos problemas, las recientes leyes crean una gravísima situación política, pues con ellas se pretende imponer a los venezolanos un sistema socialista estatizante y totalitario, que amplía el círculo de la pobreza, y agudiza la dependencia del pueblo respecto de un poder centralista. Desde el punto de vista ético, consideramos que esta manera de proceder no resuelve los problemas de la gente, cercena algunos de sus derechos, e irrespeta y desconoce la voluntad popular mayoritaria expresada reiteradamente por medio del voto.

13. La Asamblea realizó además una nueva modificación al Reglamento Interior y de Debates que minimiza al Poder Legislativo como institución democrática de representación, control y legislación, pues no sólo reduce las posibilidades de intervención de los diputados, sino que obstaculiza el funcionamiento del Parlamento, institución esencial del sistema democrático.

14. Como ciudadanos, como cristianos y pastores de la Iglesia, los Obispos no podemos callar. Jesús nos enseña que el poder no debe ser ejercido como un dominio sobre los demás, como si los gobernantes fueran dueños de las naciones, sino más bien como un servicio a todos (8). Por lo tanto, para nosotros los cristianos el poder no es un fin en sí mismo. Es un servicio de los gobernantes al bien común de todos los ciudadanos. Las autoridades del Estado no pueden asumir el control total de la vida de las personas, y tampoco establecer las condiciones para eternizarse en el ejercicio del poder. Es contrario a los valores cristianos, a los derechos humanos y al sentido común destruir al que piensa diferente, o condenarlo al silencio (9).

15. Nos preocupa hondamente la nueva radicalización política, pues sin duda provoca una gravísima situación de conflicto. En 1998, La Conferencia Episcopal Venezolana manifestó su rechazo a cualquier tentación totalitaria (10). Ahora nos encontramos ante la pretensión de imponer un sistema político socialista-marxista y totalitario, contrario al sistema democrático consagrado en la Constitución de 1999, y reafirmado con el rechazo a la propuesta de reforma constitucional. Los Obispos consideramos que esta imposición es moralmente inaceptable, pues ofende la dignidad de cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios, desconoce la soberanía popular y vulnera gravemente el bien común, la institucionalidad democrática y los derechos de los venezolanos.

TRABAJAR POR LA PAZ : EXIGENCIA IRRENUNCIABLE

16. Por ese motivo hacemos un respetuoso pero apremiante llamado al Gobierno Nacional y a los dirigentes del partido de gobierno a que tomen conciencia de la peligrosa situación que están generando, y de la gravísima responsabilidad que tienen ante Dios y ante el país. Les pedimos respetar las exigencias democráticas del pueblo venezolano plasmadas en la Constitución de 1999, y rectificar su propósito de establecer la hegemonía absoluta del Estado sobre todos los espacios y aspectos de la vida de Venezuela. Esta pretensión compromete la libertad, la justicia y los derechos constitucionales del pueblo. Sería un gesto positivo para la estabilidad democrática si, en acatamiento a la voluntad popular expresada en las elecciones legislativas del pasado 26 de septiembre de 2010, se devolviera a la Asamblea Nacional todas sus facultades legislativas.

17. A los otros actores políticos los convocamos a trabajar firme y democráticamente en defensa de los derechos de los ciudadanos descartando cualquier tentación de fuerza. A los líderes del Gobierno y de la oposición los llamamos a la sensatez y a la reflexión, al diálogo verdadero, y a promover el encuentro y la unidad entre todos los venezolanos. Todos debemos resolver los conflictos de manera pacífica y estamos obligados a trabajar por la paz. Por supuesto, los líderes políticos deben trabajar desinteresada y democráticamente en la promoción y defensa del bien común, y de los derechos y aspiraciones del pueblo venezolano. Igualmente, los otros actores sociales, empresariales, laborales, culturales, y comunicadores sociales, tienen una responsabilidad que han de ejercer cabalmente. Todo actor social debe escuchar a la gente, estar con ella, defender sus derechos y trabajar por el bien común.

18. A quienes se sienten agredidos y angustiados por la actual situación política les corresponde constitucionalmente participar en forma responsable y activa, de manera pacífica y democrática, pero firme y decidida, en la promoción y defensa de sus irrenunciables derechos, de la libertad, de la justicia y de la paz. Todos los ciudadanos y, de manera particular los cristianos, estamos llamados a dar nuestra contribución al bien común, exigiendo con firmeza el respeto del orden constitucional y legal, y colaborando a la resolución pacífica de los conflictos. Esta es la actitud que esperamos marque el ejercicio legislativo y contralor de la recién instalada Asamblea Nacional. Nadie debe delegar en otros su propia responsabilidad de ser constructor de la paz.

19. Por nuestra parte, los Obispos de Venezuela, pastores y hermanos de todos sin distinción de ningún tipo, y consagrados por vocación al servicio de nuestro pueblo, manifestamos nuestra indeclinable disponibilidad a trabajar por Venezuela, a ser factores de unidad, y a ejercitar y a promover el diálogo constructivo entre todos los sectores de la sociedad.

CONCLUSIÓN

21. Escuchemos las palabras de Jesucristo: Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados los hijos de Dios” (12). Oremos intensa y confiadamente a Cristo, “Rey pacífico” (13), para que nos conceda a todos ser esforzados constructores de la paz. Colocamos estas intenciones en las manos amorosas de María Santísima, Nuestra Señora de Coromoto, a quien rogamos interceda por el futuro, la prosperidad y la reconciliación de todos los venezolanos. ¡Dios bendiga a su pueblo con la paz! (14)
20. En este Año Bicentenario fortalezcamos la esperanza en Dios, fuente de todo bien, y trabajemos decididamente por una sociedad fraterna y solidaria, justa, libre y pacífica, como la que soñaban los Padres de la Patria hace doscientos años. Es preciso que todos los sectores políticos y sociales descarten la violencia verbal, legal o física como medio para resolver los problemas. Hacemos un llamado a desterrar el odio y la discordia, el revanchismo el insulto y las consignas de muerte. Se ha de respetar incluso a quienes tienen opiniones políticas diferentes. Todo se pierde con la violencia. Todo se gana con el respeto, el diálogo y el encuentro cívico y fraterno.


Con nuestra afectuosa bendición episcopal,
Caracas, 11 de enero de 2011.


Los Arzobispos y Obispos de Venezuela.

Invitamos a que este documento sea difundido y estudiado en las parroquias, en los institutos educativos de la Iglesia, en los movimientos apostólicos, en las Universidades católicas y en las diversas instituciones eclesiales.

Notas
1. I Jn,4,8
2. Mt, 28,20)
3. Hasta el 31 de diciembre Caritas de Venezuela ha distribuido 180 toneladas de alimento y enseres varios; 2000 kits de higiene y 20 toneladas de ropa; 37 toneladas de agua; 1000 colchonetas con sus respectivas sábanas; 500 kits de limpieza; se le proporcionó ayuda psicológica a 200 damnificados; se dotaron 100 albergues con primeros auxilios; con el apoyo de Sánitas de Venezuela se entregaron 200 cajas de Cruz Roja con medicamentos para la atención primaria. En todos los Estados en emergencia a través de agentes pastorales y voluntarios de Cáritas, con el apoyo de los párrocos locales, se prodigó acompañamiento espiritual y pastoral. Hasta el 31 de diciembre se recibió un millón de Bs. en alimentos y enseres y 800.000 Bs F en donación a las cuentas de Cáritas.
4. Cf. Mt. 25, 40.
5. Conferencia Episcopal Venezolana: “Carta Pastoral sobre el Bicentenario de la Declaración de Independencia de la República”, XCIII Asamblea Ordinaria del Episcopado Venezolano, Caracas 12 de enero de 2010.
6. Op. cit. nn 6 y 8.
7. En este sentido han sido denunciadas por los Presidentes de las Academias Nacionales como un “desconocimiento del estado de derecho” Pronunciamiento, 22 de diciembre de 2010.
8. Cf. Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999), art 4
9. Cf. Mc 10, 42-44.
10. “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones”… Declaración Universal de los Derechos Humanos, art.19 , ONU, 1948.
11. Reiteramos lo afirmado por la Conferencia Episcopal Venezolana en vísperas de las elecciones presidenciales del año 1998: “La Iglesia en Venezuela, que ha acompañado el proceso democrático, rechaza todo inmovilismo y tentación totalitaria, ratifica su compromiso por una auténtica democracia, se compromete en su fortalecimiento… (Declaración ante las elecciones” 23 de octubre de 1998, en “Compañeros de Camino, CEV, Ediciones Trípode, 2000).
12. (Mt 5, 9)
13. Is 9,5
14. Cf. Sal. 29,11

Fuente de la información: http://www.cev.org.ve/noticias_det.php?id=3715

jueves, 6 de enero de 2011

No llegues con las manos vacías.

“La luz que en Navidad brilló en la noche, iluminando la gruta de Belén, donde están en silenciosa adoración María, José y los pastores, hoy resplandece y se manifiesta a todos. La Epifanía es el misterio de luz, simbólicamente indicado por la estrella que guió en su viaje a los Magos” (Benedicto XVI, Homilía 6 enero 2006).

En esta llegada de Jesús en el misterio de Belén, aparecen unos personajes simpáticos, exóticos, aventureros, que pueden ofrecernos el día de hoy materia de reflexión y meditación. Tratamos de repasar de modo sintético la aventura que representó para aquellos buenos hombres el ponerse a seguir una estrella, la estrella de Jesús. Como ellos, también nosotros vamos en pos de una estrella, una estrella que busca guiarnos, acompañarnos y dejarnos a las puertas de la felicidad, de la paz, del verdadero amor, de una vida eterna. Es curioso, pero estando ahí para todos, no todos la han querido seguir.

"Hemos visto su estrella". Los Reyes Magos son proclamadores del misterio de Cristo. Quien al menos por un instante haya contemplado la estrella de Cristo, se siente invitado a proclamarla. Es el caso de la Samaritana, es la experiencia de Sta. Teresa de Jesús, de Juan Pablo II, de la Madre Teresa de Calcuta: cuando se experimenta el amor de Dios, todo se hace fácil y ligero.

Anunciemos gozosos que Cristo ha nacido en nuestro corazón. No hay lugar para la tristeza, cuando Cristo nace en el alma. ¿Qué palabras de aliento y esperanza he llevado en mis labios a lo largo de estos días santos de la Navidad?

Anunciar a Cristo, para el cristiano, es vivir alegre y feliz, es aspirar a la santidad propia de su estado, es construir su familia con la sencillez de su alma y la confianza puesta en Dios. El seguimiento de Cristo no es un camino sembrado de rosas, es, más bien, un sendero estrecho, de grandes alturas y para corazones audaces. Ante todo, ellos se ponen en marcha sin tener la totalidad de la ruta, tienen la corazonada, tienen la inspiración, la estrella que se cruzó por su telescopio, pero nada más. Quien espere tener la hoja de ruta en su experiencia de Dios, se quedará siempre atado a la orilla. Con Dios, una buena dosis de aventura y de confianza en Él, son indispensables.

Ahora bien, esa estrella no siempre brillará esplendorosa. Hay momentos en que se oculta. En la vida hay que seguir, pues sabemos que aunque la estrella desaparezca por las nubes de alguna posible tormenta, la estrella sigue estando ahí, los magos nos dan una gran lección, de fe y constancia. En estos momentos hay que preguntar a Dios, no a mis propias seguridades, no a mi egoísmo, no a la ciencia o al ambiente que nos envuelve, tú sigue buscando la estrella. Cuando tengas dudas, cuando la vida te duela, pregunta, pregunta siempre a tu estrella.

El Papa Benedicto XVI, en la pasada jornada de la juventud, nos decía a todos los jóvenes del mundo: “Quisiera decir a todos insistentemente: abrid vuestro corazón a Dios, dejad sorprenderos por Cristo. Dadle el «derecho a hablaros». Presentad vuestras alegrías y vuestras penas a Cristo, dejando que Él ilumine con su luz vuestra mente y acaricie con su gracia vuestro corazón”.

Es cierto que hoy no buscamos ya a un rey; pero estamos preocupados por la situación del mundo y preguntamos: ¿Dónde encuentro los criterios para mi vida?, ¿dónde los criterios para colaborar de modo responsable en la edificación del presente y del futuro de nuestro mundo?, ¿de quién puedo fiarme; a quién confiarme?, ¿dónde está aquel que puede darme la respuesta satisfactoria a los anhelos del corazón?”. La respuesta nos la dan en este día los mismos Reyes Magos. Los Magos, una vez que oyeron la respuesta «en Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta», decidieron continuar el camino y llegar hasta el final y ¡vaya, que gran sorpresa!, ahí se encontraron con Dios, se encontraron con el Rey que iban a adorar. «Los Magos están asombrados ante lo que ahí contemplan: el cielo en la tierra y la tierra en el cielo; el hombre en Dios y Dios en el hombre; ven encerrado en un pequeñísimo cuerpo, aquello que no puede ser contenido en todo el mundo».

Al terminar estas fiestas navideñas, tal vez valga la pena hacernos algunas preguntas, ¿qué Navidad he vivido?, ¿me he encontrado con este Niño Dios?, ¿hoy entro a la cueva como los Reyes Magos, después de ser invitado a Belén, por mi estrella?, ¿entro con las manos vacías o están llenas de regalos?, ¿me siento satisfecho con Dios y conmigo mismo por lo que he hecho?

Tal vez hoy le podríamos ofrecer a Jesús todas las buenas obras realizadas a lo largo de este año que acaba de terminar, tal vez le ofrezca aquellos proyectos que estoy dispuesto a realizar a lo largo de este nuevo año, no sé, todo está en tus manos y en tu corazón. Hoy, cuando vayas a Misa, cuando entres una vez más a esa cueva que se llama Iglesia y te encuentres con Cristo, y cuando lo vayas a recibir, recuerda: es el día en el que tengo que ofrecer algo al recién nacido. Ojalá no sean sólo las sobras de tu vida, o un mero sentimiento o pensamiento de algo que tienes en mente, llévale algo diferente, llévale algo que signifique para tí un verdadero compromiso con Él, tal vez sea una buena confesión, el reconciliarte con algún pariente, el ir a Misa cada domingo, el ser menos gruñón, el compartir tus cosas con tus hermanos, el obedecer siempre con una sonrisa a papá y a mamá, el ser más tolerante….

P. Dennis Doren, L.C.

ddoren@legionaries.org

miércoles, 5 de enero de 2011

Los Sentimientos y la Vida Espiritual

Consejos para después de Navidad…y siempre


   «¡Año nuevo, vida nueva!» se suele escuchar en estos primeros días de enero. ¿Pero de verdad es «vida nueva»? Para muchas personas el término del período navideño y el inicio de las labores ordinarias supone un momento anímicamente difícil en donde todo cuesta. Tal vez de ahí venga la expresión «cuesta de enero». Tenemos que levantarnos más pronto en las mañanas, retomar asuntos complejos que habíamos dejado inconclusos antes de Navidad, reincorporarnos al trabajo. En pocas palabras: nos cuesta aterrizar de nuevo en nuestra realidad. Es natural por ello que también nuestra relación personal con Dios se vea afectada, ¡cuánto cuesta orar! ¿Fallan las buenas intenciones y propósitos de ser mejores cristianos que tal vez nos propusimos en Navidad?

   Muchos de los problemas en la vida espiritual tienen su origen en el complejo substrato psicológico humano que es preciso conocer y educar. Es el hombre lo que falla. Los estados de ánimo y los sentimientos influyen en nuestro comportamiento y, en consecuencia, en nuestro trato con Dios. No es malo sentirlos sino el dejar que la propia conducta fluctúe debido a ellos. Por esto es necesario conocer muy bien su naturaleza para facilitar de esta manera su educación. Todo ello nos dará una base humana sólida sobre la cual el Espíritu Santo podrá edificar al santo: primero el hombre, después el santo .

   Estas reflexiones, si bien no pretende agotar el tema, sí en cambio ofrecer una visión de conjunto de los sentimientos y del papel tan importante que juegan tanto en la propia psicología del individuo como en su vida espiritual(1).
I.- Los sentimientos: distinciones necesarias
   Aunque hablaremos indistintamente de estados de ánimo y de sentimientos, vale la pena no obstante hacer las siguientes distinciones:
  
  1) El humor: Son estados afectivos variables, relacionados con estímulos y emociones pasajeras. Por ejemplo: todos nosotros podemos encontrarnos en la mañana eufóricos de alegría y de buen humor, y en la tarde, en cambio, deprimidos o con un humor pésimo. El humor procede sobre todo de la perturbación del equilibrio fisiológico hormonal y también del neuronal; por eso los niños manifiestan con mayor frecuencia su malestar inmediatamente antes de las comidas o poco antes de irse a la cama, a causa del hambre y del sueño.

   2) Los sentimientos: Son estados afectivos más conscientes, es decir, con más carga cognoscitiva; su intensidad es moderada pero duran más en el tiempo, como son, por ejemplo, los sentimientos de simpatía, compasión, alegría… No cabe duda que enriquecen al hombre y lo humaniza, pues gracias a ellos podemos disfrutar de las pequeñas cosas de la vida y también comunicarnos de manera humana con las personas. Pero también los sentimientos pueden degenerar hacia un desequilibrio y transformarse en sentimentalismos(2) , y así de ser un aliado en la propia vida, acabamos por encontrarnos con un enemigo que convierte al hombre en un juguete a merced de la variabilidad típica de unos sentimientos a la deriva.

   3) Las emociones: Son estados afectivos agudos y poco duraderos; la emotividad es sinónimo de impresionabilidad; va acompañada por la viva percepción de un objeto o de una situación que provoca una conmoción somática característica, y que en ocasiones es paralela al sentimiento que la causa, por ejemplo: miedo-temblor, alegría-risa, angustia-depresión, tristeza-lágrimas, etc. Cuando la impresión es verdaderamente violenta origina auténticas crisis y se habla de «shock emocional».

   4) Las pasiones: Consisten en un afecto muy vivo por una persona o cosa e impulsan fuerte y constantemente hacia ella: se parecen a las emociones por su intensidad y violencia, y a los sentimientos por su duración y constancia; ciertos sentimientos, como el amor, el odio o los celos, se pueden transformar en pasiones al crecer la intensidad(3).

   La característica momentánea de los sentimientos obedece generalmente a dos tipos de factores: factores de orden físico y factores de orden psíquico. Una cosa tan simple como un cambio de presión atmosférica, una mala digestión, una desvelada o un cansancio general pueden provocar estas oscilaciones del humor. También estos cambios pueden deberse a alteraciones hormonales del propio organismo, o como efecto secundario de un determinado medicamento. Pero también confluyen elementos de orden psíquico. Por ejemplo: Determinadas experiencias del pasado, un día de fiesta, un éxito, una noticia positiva o negativa que nos alegra, una relación difícil con alguien, falta de adaptación al ambiente o a las personas, etc… pueden alterar los sentimientos. En este sentido conviene aceptar que también nuestros estados de humor ocasionalmente se deben a otros factores desconocidos, precisamente por situarse entre la frontera de lo psíquico y lo físico.

   ¿Qué tipos de sentimientos pueden emerger de los factores mencionados? Principalmente tres tipos: Sentimientos vitales, sentimientos de la propia individualidad y sentimientos espirituales. Los primeros nacen del conjunto de percepciones que tienen como objeto nuestro propio organismo y, según sean, confieren a la vida un sentido de bienestar o de malestar, de frescura o de pesadez. El humor es una resonancia de los sentimientos vitales que repercute en todas las esferas de la vida. Algunos de estos sentimientos vitales pueden ser corporales (hambre, cansancio, sed, etc) o de índole psíquica, como la tristeza que oprime, la alegría que exalta, la gratitud que conmueve, el amor que enternece, etc. Los sentimientos de la propia individualidad nos ayudan a percibir el propio valor; son los sentimientos de capacidad o inferioridad, de suficiencia o insuficiencia que se basa en la percepción de la propia dignidad, dotes y cualidades; pueden fundarse más sobre la propia opinión o más sobre la opinión de los demás. Por último, los sentimientos espirituales representan el don más precioso de la sensibilidad humana: una simpatía afectiva o empatía con el bien y la virtud, suscitados en el alma por la presencia o ausencia del bien moral: gratitud, amistad, aprecio por la sinceridad, etc. Todo el desarrollo de nuestra psique debe colaborar en el desarrollo y fortalecimiento de tales sentimientos sin por ello atropellar los demás que son también parte característica del hombre.

II.- Educación de los sentimientos
   
    Es evidente que dentro del cuadro de sentimientos que acabamos de ver debe existir una jerarquía y armonía. Jerarquía para que la vida del espíritu, y en general la del hombre, no sea caótica. Cuando se deja curso anárquico a los sentimientos, la vida de las personas se hace caprichosa e imprevisible. Cuando los sentimientos corporales acaparan a la persona, el centro de su personalidad se traslada a la piel (el llamado «culto a la belleza») o al estómago (ya no se «come para vivir» sino que se «vive para comer»). Y lo mismo podemos decir de los sentimientos psíquicos: en cuando son puramente sensitivos carecen de razón y mesura, no buscan sino desahogarse. Pero en ese desahogo pueden llevar a remolque toda la vida de la persona, como quienes se refugian, para desahogarse, en el alcohol o las drogas. Por ello, educar los sentimientos básicamente es aprovechar el cúmulo de factores positivos que contienen para polarizarlos en una dirección. Se entiende, obviamente, que éstos nos sirvan para conseguir algo positivo, para edificar, para hacer el bien en nuestras vidas y en las vidas de los demás. Esta labor de educación, formación o jerarquización, como se quiera llamar, necesita sin embargo de dos preámbulos o consideraciones antes de indicar una «hoja de ruta», que son la necesidad de conocerse y aceptarse:

1.- La necesidad de conocerse y de aceptarse

   ¿Cuál es mi estado de ánimo fundamental?, ¿básicamente suelo estar triste o llena de alegría, pesimista u optimista?, ¿cuál es mi tendencia?, ¿cuáles son los sentimientos que predominan en mí?, ¿cuál es el grado de influencia de ellos en mi comportamiento? Aquí tenemos un interesante campo de trabajo personal y de autoanálisis de la persona que, ayudada por el director espiritual y a la luz del Espíritu Santo, dará tantos frutos. Conocerse implica también saber qué elementos se incluyen en la propia condición masculina o femenina, sea en el campo psíquico afectivo, sea en el fisiológico. Todo el comportamiento y toda la personalidad se encuentra impregnada por una femineidad o masculinidad esenciales que influyen en el alma y en el cuerpo.

   Si el conocimiento de sí es obra del propio intelecto, la aceptación es el momento de la voluntad, es decir, del propio querer: me quiero como soy. Ello implica aceptarse como hombre o como mujer, conel propio temperamento con los propios dones psíquicos, corporales, afectivos y emotivos, y en conjunto como un don de Dios creador hacia nosotros. La aceptación incluye también el propio pasado familiar y personal, el ambiente donde se desarrolló la infancia como los demás períodos de la vida. «Aceptar» quiere decir también admitir los propios límites y fallos con humildad sabiendo que Dios nuestro Señor, con su gracia, construye sobre el cimiento de la miseria humana. Aceptar por ello las propias miserias no significa hundirse en ellas, sino decidirse a trabajar con nuevas fuerzas y con la mirada más puesta en Él que en nosotros mismos. Esta aceptación incluye igualmente la propia vocación (matrimonial o consagrada, según corresponda) como un don que invita a una entrega desinteresada por hacer felices a los que están a nuestro lado.

   Llega el momento de trazar la mencionada «hoja de ruta», es decir, elaborar un programa que tenga en cuenta los dos elementos necesarios para cualquier trabajo espiritual: el divino y el humano. La gracia perfecciona la naturaleza y hace posible una educación paciente y fructuosa de los propios sentimientos. Los dones del Espíritu Santo influyen positivamente en las virtudes humanas al reforzar la voluntad, y al hacer posible un crecimiento real…Pero la gracia supone también la naturaleza, no la sustituye, y cuanto el sustrato humano sea más rico, la gracia encontrará tierra buena donde germinarán frutos de santidad. Al fin y al cabo la santidad no es sino la síntesis armoniosa del desarrollo de los dones naturales y sobrenaturales recibidos de Dios. Veamos ahora cada uno de estos dos «pulmones» que deben «oxigenar» todo trabajo espiritual: los principios sólidos de la vida espiritual y la educación en la ecuanimidad.

2.- Construir la propia vida sobre principios sólidos de vida espiritual.

   Estos principios firmes de la vida espiritual nos permite tener a la vista aquellos ideales a los que aspiro. Estos ideales los podemos resumir en cuatro «amores» o convicciones:

    1) El amor a Jesucristo: Este amor, cuando es verdadero, motivará a superar siempre los momentos de dificultad y de oscuridad. No hay nada como mirar a Jesucristo en la cruz cuando pasamos por sentimientos negativos: su amor será siempre más fuerte que mi estado de humor y me levantará de nuevo. La fe y el amor a Cristo refuerza mi voluntad para que pueda ser dueña de mis sentimientos.

    2) El amor a la voluntad de Dios: Es la respuesta personal a Jesucristo, que me ha amado primero. Por esto buscaré hacer su voluntad me sienta bien o totalmente desganado. Que nunca sean los sentimientos quienes determinen lo que hago o dejo de hacer, sino solamente la voluntad del Señor: Si lo quiere Dios me basta.

    3) El amor por la propia familia: ¡Qué buen acto de caridad ofrece un rostro alegre, una sonrisa, un saludo afectuoso aunque los sentimientos digan lo contrario! Esto es verdadera virtud que embellece al alma y contagia a todos los miembros de la familia. Mi rostro, mis sentimientos, mis reacciones, por así decirlo, pertenecen a los demás, pues como persona soy un ser relacional; por eso, movido por una caridad auténtica, buscaré dar lo mejor que tengo a los demás, para hacerles felices y llevarles a Dios.

    4) El amor por la Iglesia y por la salvación de las almas: Ofrecer estos sentimientos negativos por la Iglesia y por las intenciones del Papa es una fuente de gracias para todo el Cuerpo Místico de la Iglesia. El ofrecerlos también por tantas personas que sufren o que están alejadas de Dios posee, sin dudas, un gran mérito en orden a su salvación eterna.

   Estos principios de vida espiritual nos mantienen con un grado muy alto de motivación. Necesitamos, recordemos, la gracia de Dios para tender a ellos con nuestra voluntad, pues la ayuda de la gracia es tanto más necesaria cuanto difícil y prolongada sea esta verdadera educación de los sentimientos. Este don sobrenatural, como mencionamos anteriormente, no cambia la propia naturaleza humana, pero la perfecciona y facilita este esfuerzo de la voluntad en la consecución de sus ideales.

   ¿Cómo adquirir esta gracia de Dios? Principalmente por medio de la oración y de los sacramentos. Más en concreto la adquirios por la oración diaria (meditación de la mañana, lectura espiritual, rosario, balance de conciencia al final del día), la vida eucarística (misa frecuente, visitas a la Eucaristía) y la confesión periódica. En la oración el Espíritu Santo ilumina nuestra conciencia para conocernos mejor, para discernir el origen de los sentimientos y si éstos son buenos o malos (generalmente los que nos llenan de paz vienen de Dios(4) ). También en la oración encontramos la fuerza del Espíritu para superar quizás un determinado sentimiento negativo persistente, y también la solución concreta para superarlo (orar, manifestarlo al director espiritual, «provocar» otros sentimientos positivos, hacer una visita a la Eucaristía, etc.). En cierto modo, el ascenso hacia Dios facilita el descenso hacia uno mismo, a la propia interioridad, para descubrir la verdadera identidad. Son dos movimientos y procesos hacia la verdad de nosotros mismos que la vida de los santos confirma. La gracia, en definitiva, actúa de modo oculto estimulando la voluntad a tender al ideal.

3.- Educarse en la ecuanimidad

   Fijada la importancia insustituible del papel de la gracia en la tarea de educar los propios sentimientos, corresponde el turno a la acción de la voluntad, orientada y fortalecida por aquella. Cualquier virtud humana por alcanzar implica paciencia, constancia, y fuerte determinación. Sobre todo la conquista de la ecuanimidad de carácter, virtud encaminada a la educación y formación de los sentimientos.

   La ecuanimidad consiste en el predominio habitual de un estado de ánimo sereno, equidistante entre la alegría desorbitante y el desánimo y abatimiento excesivo. Desde el punto de vista espiritual o ascético, la ecuanimidad no es otra cosa sino habituarse a cumplir la voluntad de Dios, sostenidos por la voluntad, la fe, el amor y la abnegación frente a las diversas circunstancias de la vida.

   Esta virtud ayuda a superar el engaño o verdad aparente –sofisma- de creer que todo va bien cuando «siento» a Dios; y que todo va pésimamente mal cuando «no siento nada», o «no siento» a Dios. La ecuanimidad impide que nos abandonemos al fatalismo de pensar que «yo soy así», lo que en el fondo encerraría cierta pereza espiritual, o incluso cobardía, puesto que realmente hay miedo de cambiar de actitud y dar así a Dios lo que me está pidiendo. Todo cambio de actitud supone una verdadera conversión que compromete a una entrega mayor a Dios y a dar un giro a la propia vida, cambiar esquemas y puntos de vista mantenidos durante mucho tiempo como inviolables. Ante semejante visión es normal que surja el miedo. Pero es necesario dar el paso para poder crecer y madurar. Frente al «yo soy así», la ecuanimidad me llevará a preguntarme: «¿Cómo debo ser?». «¿qué me pide Dios»?, «¿qué ideal de esposo o esposa, padre o madre cristiana quiero encarnar en mi vida? 
  
   Otro fruto del trabajo en la ecuanimidad es la madurez afectiva emocional. La persona madura controla sus estados emocionales, domina en ella la razón iluminada por la fe y es dueña de sí misma. Logra también equilibrar adecuadamente el ámbito de la emotividad y el ámbito de la interioridad: por eso no confunde sentimiento con pecado, y sabe distinguirlos objetivamente . No se deja dirigir por sus estados de humor y por su sensibilidad, sino por valores objetivos que le dan seguridad. Es cierto que la persona no puede mantenerse absolutamente tranquila y serena en todo momento, porque nadie es dueño del tiempo y por la propia naturaleza debilitada en la raíz por el pecado original. Su humor puede variar, y a veces mostrarse pesimista, incluso deprimida; los acontecimientos más graves –un examen, una cita temida y difícil, un golpe duro en la vida- le afectan, pero con una justa proporción y despojados de todo lo que no es esencial y real, porque esta persona ha aprendido a ser dueña de sus sentimientos, a ser razonable y adquirir un sano realismo ante las distintas situaciones que diariamente se presentan en la vida. A medida que la persona crece en madurez crece también en seguridad personal, y va asumiendo progresivamente más responsabilidades, siendo capaz de afrontar los riesgos y posibilidades de fracaso(6).

   ¿Cómo educarse en la ecuanimidad? He aquí algunos medios que pueden favorecer la conquista de esta virtud:

    1) Trabajar en positivo: Es decir, orientar más que reprimir fomentando lo positivo y rectificando lo negativo: La disciplina es necesaria en la medida que yo oriento mi riqueza emotiva y sentimental hacia el cumplimiento de la voluntad de Dios. Es como poner cauce a un torrente caudaloso para que produzca energía y fecunde los campos sin destruirlos. A este propósito, algo muy necesario para lograr el dominio y la formación de los sentimientos es educar la imaginación y no dejarla divagar inútilmente, pues las imágenes, por su naturaleza, llevan a la acción que representan y provocan los sentimientos correspondientes: imágenes positivas suscitarán sentimientos positivos; imágenes negativas, en cambio, harán emerger los contrarios.

    2) Renovar el ideal de vida todos los días: Y esto es posible gracias a la oración. Por esto es tan importante iniciar el día orientados con nuestra mente, corazón, sentimientos y todo nuestro ser hacia Dios y hacia el cumplimiento de su voluntad. La orientación habitual hacia el ideal de vida será, sin dudas, la mejor forma de educar los propios estados de ánimo. Jesucristo, su Reino, la plenitud en la entrega en el estado de vida al que Dios me ha llamado…polarizarán extraordinariamente el propio trabajo espiritual, formativo y apostólico. ¡Todo es gracia para el corazón enamorado de Dios! (cf Rm 8,28).

   3) Distinguir entre estados de ánimo y principios que deben guiar nuestro comportamiento. De frente a la inestabilidad característica de los sentimientos, es necesario encontrar factores de estabilidad, válidos para toda situación. Ya hemos tocado este punto líneas arriba al mencionar los cuatro “amores”. Estos principios o factores constituyen la “roca” sobre la cual edificar la propia santificación: «Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca». (Mt 7,24-27). Estos principios libremente escogidos dejan de ser así, como la ayuda de la oración, algo frío e intelectual, y pasan a ser convicciones operantes. A la atracción objetiva que el valor suscita se añade una carga subjetiva de grande resonancia.

    4) La educación de los propios estados de ánimo necesita estas otras virtudes: paciencia, sinceridad consigo mismo, tenacidad, voluntad y método. Siempre que debemos afrontar un problema hacerlo con pleno control de los propios sentimientos. Esto conlleva mucha tenacidad y voluntad que, perseverando en el tiempo, lograrán en nosotros un buen hábito de dominio propio. De esta manera logramos ser dueños de las situaciones, y no al revés: sujetos al vaivén de las circunstancias exteriores.

    5) El diálogo espiritual: Este encuentro entre el formador y el formando, a la luz del Espíritu Santo, es muy importante en la formación de los sentimientos. El director espiritual que conoce bien a la persona (temperamento, tendencias, gustos, línea de trabajo espiritual, pasado, circunstancias actuales, vocación...), puede ayudarle a descubrir cuál es la componente habitual de su temperamento, con sus potencialidades, sus aspectos positivos y negativos y sus implicaciones; le ayudará a aceptarse serena, gozosa y agradecidamente, y a ejercitar una labor constante y positiva de control, armonía, equilibrio y progreso. Con él elaborará un programa de vida espiritual estratégico, y encontrará en el director un legítimo estímulo y paciente apoyo también cuando haya dificultades, recaídas o al inicio del trabajo espiritual.

   La ayuda del director espiritual es muy importante para el discernimiento. No es nada fácil comprender lo que sucede en el interior del alma y más el conocer las causas profundas que motivan tal o cual actitud o comportamiento. ¿Cómo saber si lo que siento se trata de desolación espiritual o de una depresión?  Esta cuestión nos lleva a una distinción necesaria que el director espiritual conoce bien. La desolación se trata de un estado espiritual, mientras que la depresión en cambio es un estado psíquico. La desaparición de los efectos sensibles en la oración (lo que san Ignacio de Loyola llamaba consolación), conlleva una «oscuridad del alma» que se expresa en un malestar espiritual caracterizado por la tristeza, el desánimo y la dejadez. Estas perturbaciones interiores tienden a debilitar la voluntad y a eliminar el gusto por la vida espiritual. Muchos santos, en este estado de desolación espiritual, experimentaron lo que para ellos aparecía como la mayor de las pruebas: ¡la sensación de ser abandonados por Dios! En cambio, en la depresión, se verifica la existencia de un elemento traumático en el origen de la turbación psicológica. La persona deprimida encuentra dificultad en aceptar la imagen que más o menos conscientemente posee de sí misma, o la que piensa que los demás tienen de ella. Puesto que no logra afrontar y superar las pruebas que está atravesando, se va hundiendo cada vez más en la desesperación, se inhibe cada vez más de la realidad circundante, aislándose en su mundo interior y dejándose arrastrar hacia el descuido y la inacción. Este estado depresivo se caracteriza también por otros síntomas como son: desvalorización de sí misma, angustia, insomnio y pérdida de interés por el mundo y por las personas. Sobra decir que en estos casos la persona necesita una oportuna y conveniente atención psicológica.

    6) La formación de la sensibilidad: La educación de los sentimientos está relacionada con la correcta formación de la sensibilidad como capacidad de reconocer y valorar la belleza de la naturaleza y de las obras de arte.


III.- Motivaciones conclusivas:
  
   De lo expuesto anteriormente podemos afirmar que cuanto más unificada e integrada se encuentre la propia personalidad en torno a unos principios basilares, o ideal de vida, más fácil y profunda será la relación personal y diálogica con Cristo. La vida espiritual encontrará así siempre más equilibrio y armonía cuando está apoyada en una sólida base humana. Trabajar para hacer la base humana más sólida y auténtica significará colaborar con la acción divina para poner los cimientos de un sólido edificio espiritual, en el que la gracia pueda no sólo actuar, sino hacerlo además de un modo más perfecto. En este sentido la educación de los sentimientos va en la línea de integrarlos en el conjunto de toda la personalidad, de tal manera que ellos están al servicio del ideal de vida que aúna toda la personalidad del individuo: Una vida emocional sana contribuye a una vida espiritual sana. La persona debe esforzarse por discernir los elementos integradores de aquellos otros disgredadores, aprovechando los primeros y haciendo caso omiso de los segundos de tal modo que cuando éstos nos ayuden y concurran en la misma dirección que el plan de Dios, bienvenidos sean. Cuando no, es mejor seguir adelante, guiados por la fe y la razón: tras las nubes, sigue fija y brillante la estrella polar.
  
   Otro elemento que conviene siempre recordar es que el sentimiento acompaña la vida espiritual y la oración de la persona desde sus manifestaciones más sencillas hasta otras más complejas, asumiendo poco a poco toda la riqueza espiritual de la personalidad y ennobleciéndose cada vez más. La piedad de un niño, que nace con sentimientos de amistad, de sinceridad ante Jesucristo, como el Amigo fiel, puede ir madurando y enriqueciendo, hasta percibir más adelante, sentimientos más profundos de su filiación divina, por ejemplo. El sentimiento es una ayuda necesaria para el amor, tanto en la relación con el prójimo como en relación con Dios pues ellos son un don de Dios, una parte de nosotros que hay que cuidar, cultivar, educar e integrar en la personalidad. En definitiva: la educación de los sentimientos contribuye a formar una esfera emocional sana que favorece una relación auténtica y cálida con el Señor.
  
   Por último, trabajar en la educación de los propios sentimientos es ya luchar por la santidad. Lo que distingue precisamente al santo es la unidad alcanzada; vida espiritual, vida personal, vida social, quehaceres, dificultades, éxitos y fracasos…todo es uno, en la unidad entre la obra del Espíritu, que actúa en él y por medio de él, y la colaboración personal. Todos estamos llamados a la santidad, la cual no es ausencia de problemas o un “no sentir”; más bien es ese esfuerzo constante que es fruto del amor a Jesucristo que sólo busca imitarle teniendo los mismos sentimientos suyos, como nos dice San Pablo en su carta a los Filipenses: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo» (Filp 2,5).


P. José María Moriano, L.C.

jmoriano@legionaries.org


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[1] El Papa Benedicto XVI, hacía una interesante reflexión sobre la relación entre la fe y la naturaleza humana. Fue en su último encuentro con los sacerdotes de la diócesis de Bolzano-Bressanone (Italia) durante sus vacaciones de verano. A la respuesta de una de las preguntas respondía así: «la fe no implica sólo un aspecto sobrenatural; además, reconstruye al hombre, devolviéndolo a su humanidad, como lo muestra el paralelo entre el Génesis y el capítulo 20 del Evangelio de san Juan. La fe se basa precisamente en la virtudes naturales:  la honradez, la alegría, la disponibilidad a escuchar al prójimo, la capacidad de perdonar, la generosidad, la bondad, la cordialidad entre las personas. Estas virtudes humanas indican que la fe está realmente presente, que verdaderamente estamos con Cristo. Y creo que, también por lo que se refiere a nosotros mismos, deberíamos poner mucha atención en esto:  hacer que madure en nosotros la auténtica humanidad, porque la fe implica la plena realización del ser humano, de la humanidad». (Fuente: Zenit, 15 de agosto de 2008).
[2] Se podría describir el sentimentalismo como el estado habitual en el que los sentimientos llega a subyugar a la persona haciéndole experimentar temores infundados, esperanzas ilusorias, alegrías vanas, complejos de inferioridad, etc. Los sentimientos pueden llegar incluso, si adquieren el dominio sobre todo el hombre, a privarle de la rectitud del juicio, de la capacidad de análisis, y también de la fuerza y decisión de la voluntad. 
[3] El conocimiento de la clasificación tradicional de las pasiones puede ser muy útil para nuestro fin. Cuando se trata de un bien cualquiera, la primera reacción es siempre el amor, que es la fuente de todas las emociones. Si el bien está presente en el sujeto, al amor se une a la alegría por su posesión; en cambio, cuando el bien está ausente, provoca el deseo de acercarlo; cuando se trata de un bien difícilmente alcanzable, la reacción agresiva de la mente es de esperanza o desesperación, según se vea o no la posibilidad de superar el obstáculo. En cambio, cuando se refiere al mal la primera reacción es siempre el odio, que es una especie de repugnancia instintiva; si el mal está presente en el sujeto, se añade la tristeza o la ira, si este mal además de presente es difícil de evitar; en cambio, si no lo está, la reacción es de aversión, que es una especie de huida del objeto considerado como un mal; cuando el objeto es difícilmente evitable, la reacción es o de audacia, si se ve una vía de escape, o de temor, si no se ve. Con estas once expresiones del ámbito emotivo se pueden establecer los componentes de las otras pasiones, más complejas; por ejemplo, en los celos se pueden distinguir amor, temor y odio .
[4] San Ignacio de Loyola, en sus «Ejercicios Espirituales» dice: «Proprio es de Dios y de sus ángeles en sus mociones dar verdadera alegría y gozo spiritual, quitando toda tristeza y turbación, que el enemigo induce».
[5] Esto se desprende de la doctrina definida en el concilio de Trento que la concupiscencia habitual no es pecado en los bautizados: «Ahora bien, que la concupiscencia o fomes permanezca en los bautizados, este santo concilio o confiesa y siente; la cual, como haya sido dejada para el combate, no puede dañar a los que no le consienten y virilmente le resisten por la gracia de Jesucristo» (Concilio Tridentino, sess 5: DS 1515). Los sentimientos y las pasiones desordenadas (esto es: la concupiscencia) nos podría llevar al pecado, pero ella en sí no es pecado. Se trata sólo de no dejarnos determinar humanamente por ella.
[6] En cambio el individuo inmaduro, ante el peligro pierde la cabeza, arma un alboroto exagerado, se desorganiza emocionalmente y reacciona de una manera paradójica, imprevisible y desproporcionada a la causa, como por ejemplo: un regaño excesivo ante una pequeña falta de algún súbdito. En definitiva, acaba asumiendo mecanismos de defensa (de reacción), y actitudes de dependencia que lo convierte en víctima del ambiente o de los juicios ajenos.
[7] Benedicto XVI, en la citada entrevista con los sacerdotes, expone magistralmente el contributo de la belleza a la razón humana, como expresión exterior de la fe del cristiano: «El arte cristiano es un arte racional -pensemos en el arte gótico o en la gran música, o incluso en nuestro arte barroco-, pero es expresión artística de una razón muy amplia, en la que el corazón y la razón se encuentran. Esta es la cuestión. A mi parecer, esto es, de algún modo, la prueba de la verdad del cristianismo: el corazón y la razón se encuentran, la belleza y la verdad se tocan. Y cuanto más logremos nosotros mismos vivir en la belleza de la verdad, tanto más la fe podrá volver a ser creativa también en nuestro tiempo y a expresarse de forma artística convincente».  (Fuente: Zenit, 15 de agosto de 2008).


BIBLIOGRAFÍA
MENDIZÁBAL, Luis M. Dirección Espiritual, Teoría y práctica, BAC, Madrid, 1994
GOYA, Benito, Psicología y vida espiritual, San Pablo, Madrid, 2001
SAN JUAN DE LA CRUZ, Subida al Monte Carmelo. Ediciones Monte Carmelo, Burgos, 2000SAN IGNACIO DE LOYOLA. Ejercicios espirituales
JEANGUENIN, Gilles, Discernere, pensare e agire secondo Dio, San Paolo, Cinisello Balsamo (Milano), 2008