Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



domingo, 21 de febrero de 2010

La Mujer en la búsqueda de su vocación y de su misión

Para poder llevar a cabo el proyecto que Dios estableció en ella al momento de su creación, la mujer debe aprender a conocerse, debe saber quién es, cuáles son sus potencialidades y sus limitaciones. Debe pedirle a Dios en oración que le muestre cuál es su vocación personal y su misión en la vida y que le dé el valor para cumplirla porque no hay duda de que el tener claro cuál es nuestra misión y el buscar la guía y el apoyo principalmente de Dios, sabiendo que Él siempre estará a nuestro lado, proporciona las fuerzas necesarias para llevar a cabo cualquier empresa.

Debemos preguntarnos: ¿Quiénes somos nosotras y cómo debemos ser? Y preguntarnos también ¿En qué punto del camino nos encontramos entre lo que somos y lo que debemos ser?, ¿Estamos caminando por el camino que nos lleva al cumplimiento de nuestra misión o aun no la hemos descubierto?

Se entiende por vocación el proyecto de aquello que debo ser; mi verdadero yo. Al inicio se encuentra oculta y solo poco a poco se desvela a la conciencia. No viene nunca impuesta al hombre sino propuesta. Por su parte, la misión es una dimensión exclusiva del hombre. Toda acción debe surgir de nuestra vocación, brotar de nuestra existencia y acercarnos a su realización.

La mujer tiene una triple exigencia: desarrollar sus valores humanos, es decir, aquellos que conciernen a la especie humana y que nos diferencian de las otras especies, desarrollar su feminidad y desarrollar su individualidad, es decir, aquellas cualidades y habilidades propias. Descubriendo y desarrollando sus cualidades y habilidades, la mujer, podrá también descubrir su misión, pues Dios ha dotado a cada mujer de aquellas características y habilidades propias que la ayudarán en el cumplimiento de su misión.

En su libro La Mujer la filosofo alemana Edith Stein, hoy Santa Teresa Benita de la Cruz, describe tres modos en los que la mujer puede llevar a cabo el cumplimiento de su misión:
“En tres modos, correspondientes a sus dotes e inclinaciones individuales, la mujer puede cumplir su misión según el orden de la naturaleza y de la gracia: en el matrimonio, en el ejercicio de un profesión que ponga en acción la tarea nobilísima de la mujer de formar al hombre y bajo el velo de la Esposa de Cristo. La “doble” función de compañera del alma y de madre de las almas no está limitada a los estrictos límites de las relaciones matrimoniales y maternas, ésta se extiende a todos los seres humanos que entran en su horizonte”.

El cumplimiento de la misión, cualquiera que ésta sea, requiere de la mujer una debida formación, de no ser así corre el riesgo de fracasar en ello. También hace falta tener fuerza, coraje y paciencia para afrontar los obstáculos que se presenten.

Las mujeres que poseen una mayor y mejor formación tienen el deber moral de ayudar a otras, con escasa o ninguna formación, en el descubrimiento de su vocación y misión y en su formación.

Finalizo con el hermoso agradecimiento que Juan Pablo II, en su Carta a las Mujeres en el N. 12, hace a Dios por las mujeres, y a cada mujer por el rol que desempeña y el aporte que cada una desde su condición hace a la humanidad:
Dar gracias al Señor por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo se convierte en un agradecimiento concreto y directo a las mujeres, a cada mujer; por lo que representa en la vida de la humanidad. Te doy gracias, mujer-madre, mujer-esposa, mujer-hija y mujer-hermana, mujer-trabajadora y mujer-consagrada. Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanes”.


Esther María Iannuzzo.

LA MIEL DE LAS ABEJAS

¡Cuánto ayuda a nuestro crecimiento personal el saber contemplar la naturaleza!
Muchos hombres de ciencia, de arte, de literatura han sabido crecer y al mismo tiempo aportar al mundo grandes descubrimientos, obras de arte, best sellers simplemente maravillándose con la naturaleza.
Son también por todos conocidas las grandes enseñanzas de las religiones orientales basadas en la observación de la naturaleza, del comportamiento de los animales, del crecimiento de una planta…
Un famoso poeta latino, Virgilio, nos dejó un legado de enseñanzas en la contemplación de las abejas. Su égloga IV es un verdadero himno a este animalito que le llamó particularmente la atención. La abeja, principal productora de la miel, es un animalito muy trabajador. Cada mañana y hasta el ponerse el sol, va y viene, entra y sale del panal al que pertenece. Se posa en cada flor para extraer la materia prima de tan preciado manjar. Su máxima atracción es el perfume que emana de una y otra flor. Sólo son aceptadas para extraer la materia prima, las flores bellas y frescas, las de mejor calidad para hacer competitivo y bueno su producto. Las flores secas y podridas no son dignas de participar en la producción de la miel.
Por los valles y montañas de Antioquia vuela otro animal: el gallinazo
[1]. Éste trabaja poco. Simplemente planea por los aires buscando alguna víctima, ya muerta, para comer. A diferencia de las abejas, mientras más podrido y mal oliente esté el cadáver, mucho mejor. Ciertamente con estas características de materia prima no sale absolutamente nada. No hay miel, no hay manjares, no hay ningún producto capaz de entrar al mercado.
Muchos jóvenes de nuestro tiempo son como los gallinazos: les atrae lo podrido y mal oliente de nuestra sociedad. No tienen ojos para ver la hermosura de las flores frescas y perfumadas. Sus vidas no producen absolutamente nada. A ellos les hacen falta gafas más agudas, pues casi han perdido la vista. Los jóvenes abejas son más pequeños, imperceptibles a veces, pero producen un preciado manjar para el mundo: La esperanza.

P. Daniel Muñoz, L.C.

dmuñoz@legionaries.org


[1] Que en otros países se llama comúnmente buitre.


El Dispositivo Intrauterino (DIU): ¿Anticonceptivo o abortivo?

Uno de los métodos anticonceptivos mayormente utilizados por las mujeres es el dispositivo intrauterino (DIU). Este método es preferido por muchas mujeres que buscan evitar los efectos que las hormonas contenidas en la píldora anticonceptiva causan en el organismo y, además, porque ofrece la comodidad de no tener que estar atentas a ingerir una píldora cada día con el riesgo de olvido de tomar la correspondiente uno de los días.

Un número importante de mujeres que usan el DIU como método anticonceptivo, desconocen que este método más que anticonceptivo es abortivo, puesto que no evita la concepción, es decir no evita que el ovulo sea fecundado por el espermatozoide, lo que evita es que el embrión logre implantarse en el útero. Entre este número de mujeres que utilizan esté método se encuentran muchas mujeres católicas, quienes no han tenido la orientación apropiada ni por parte del médico que coloca el dispositivo ni por parte de un guía espiritual, y así, además de caer en el uso de anticonceptivos no naturales que no son los permitidos por la iglesia católica, por razones bien justificadas, caen también en el hecho de dar muerte a varios de sus hijos engendrados puesto que al no lograr implantarse en el útero materno estos son abortados involuntariamente. No obstante esto, hay algunos embriones que sí logran implantarse en el útero y continuar su desarrollo, otros, sin embargo, logran implantarse pero fuera del útero, como por ejemplo en las trompas de Falopio, produciéndose así un embarazo ectópico (fuera de lugar) que en mucho casos pone en riesgo también la vida de la madre.

Otras consecuencias negativas para la mujer provenientes del uso del DIU son: hemorragias, infecciones y perforación del útero.

El uso del dispositivo intrauterino y otros métodos anticonceptivos no naturales es inmoral porque separa voluntariamente las dos dimensiones del acto conyugal que son la unitiva y la procreativa. Separar estas dos dimensiones significa perjudicar la verdad íntima de la sexualidad.

Ante la elección por parte de una pareja de tener, distanciar o evitar un embarazo, ésta puede decidir sí realiza o no los actos conyugales en los momentos en los que es posible o no que ocurra la concepción.

¿Cuál es la diferencia que hay entre los métodos naturales de regulación de la fertilidad y los métodos anticonceptivos artificiales?
La diferencia radica en el estilo de vida y en el comportamiento sexual de la persona.
Con los métodos naturales, es el sujeto el que tiene que modificar su comportamiento sexual mediante el acto libre de abstenerse de realizar el acto sexual. En la anticoncepción artificial no interviene la voluntad del sujeto de abstenerse o no, en determinado momento, de realizar dicho acto, no existe una modificación del comportamiento sexual y esta posibilidad se descarga sobre el artificio técnico.

Los métodos naturales son: la lactancia, el método de la temperatura basal, el método del ritmo, el método de la ovulación “Billings” y el método sintotérmico.
El uso de los métodos naturales no debe ser realizado únicamente con un fin “no procreador” sido que debe estar guiado bajo el criterio de paternidad responsable y no solo por motivaciones egoístas y hedonísticas.

Esther María Iannuzzo.

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2010


« La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo »
(cf. Rm 3,21-22)

Queridos hermanos y hermanas:
Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: «La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (cf. Rm 3,21-22).
Justicia: “dare cuique suum”
Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra “justicia”, que en el lenguaje común implica “dar a cada uno lo suyo” - “dare cuique suum”, según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste “lo suyo” que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia “distributiva” no proporciona al ser humano todo “lo suyo” que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios” (De Civitate Dei, XIX, 21).

¿De dónde viene la injusticia?
El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene “de fuera”, para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar ―advierte Jesús― es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?

Justicia y Sedaqad
En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que “levanta del polvo al desvalido” (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en “escuchar el clamor” de su pueblo y “ha bajado para librarle de la mano de los egipcios” (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?

Cristo, justicia de Dios
El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: “Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).
¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la “propiciación” tenga lugar en la “sangre” de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la “maldición” que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la “bendición” que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de “lo suyo”? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.
Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.
Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.
Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, 30 de octubre de 2009
BENEDICTUS PP. XVI