Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



martes, 26 de enero de 2010

El Evangelio de la Vida


En marzo de 1995 Juan Pablo II publicó su encíclica "Evangelium Vitae" como respuesta a la ya imperante cultura de la muerte. En el número 7.1 destaca que el primer servicio del Evangelio de la vida son los pobres y los indefensos. Los indefensos son los no nacidos y los ancianos, aquellos que ya no son productivos para la sociedad. Para eliminar al bebe que se teje en el vientre de su madre está el aborto y para quitar de en medio a quien comienza a ser un estorbo porque ya se han mermado sus fuerzas, comienza a ser más lento y sufre de algunos males propios de la ancianidad está la eutanasia.

La defensa de la vida es un tema que concierne a todos por igual: católicos y no católicos. Pero deberíamos ser los que nos llamamos católicos los primeros en estar al frente de esta batalla contra la cultura de la muerte; votando en contra de los políticos que no tengan una posición a favor de la vida y de las leyes anti-vida, así como, de aquellas leyes que pretenden abolir el derecho natural a la objeción de conciencia por parte de médicos y de todo el personal sanitario, quienes, de ser abolido este derecho, no podrán negarse a practicar abortos.

Otra manera de promover la vida y la dignidad de la persona humana es la promoción de la abstinecia y la castidad dirigida a todos aquellos que no esten unidos por el sagrado vinculo matrimonial teniendo en cuenta que la unión intima entre un hombre y una mujer solo debe producirse entre el esposo y la esposa y que los hijos deben ser el producto de esa unión.

Debemos tambíen brindar apoyo a aquellas mujeres que no siendo casadas, o siendo casadas pero de muy bajos recursos económicos, se encuentren embarazadas y estén pensado que el aborto es la única salida a su problema. Aquí somos llamados a practicar la caridad, a no juzgar y a colaborar brindando ayuda espiritual y material.

Seamos, pues, mensajeros y practicantes del Evangelio de la vida, fieles seguidores de Jesús quien dijo: "He venido para que tengan vida y la tengan en abundacia".

Nuevas tendencias en el afrontar la cuestión femenina


En los últimos años se han delineado nuevas tendencias en el afrontar la cuestión femenina. La primera tendencia acentúa fuertemente la condición de subordinación de la mujer, con el propósito de inducir una respuesta por parte de ésta. La mujer reacciona convirtiéndose, para sí misma, en antagonista del hombre. Ante los abusos de poder, ella responde con una estrategia de búsqueda del poder. La segunda tendencia surge de la huella de la primera. Para eliminar cualquier primacía del uno o del otro sexo, se tiende a eliminar sus diferencia consideradas como simples efectos de un condicionamiento histórico-cultural. En este nivelamiento, la diferencia corpórea, llamada sexo, viene minimizada, mientras la dimensión solamente cultural llamada genere, es acentuada al máximo y considerada primaria. La motivación más profunada de esta tendencia se dirige en la búsqueda del tentativo de la persona humana de librarse de los propios "condicionamiento biológicos". Así, la mujer, cree que es libre de considerar o no la posibilidad de ejercer la maternidad para la cual su cuerpo y alma fueron diseñados.

La mujer en muchos casos considera que la maternidad es una freno a su libertad y a su derecho de medirse profesionalmente con el hombre. Quienes así piensan ven al hombre no como un compañero, en cualquier ambito, que posee condicionamientos biológicos diferentes a los suyos, más complementarios, sino como un rival al que hay que enfrentarse y vencer a cualquier precio.

Buscando imitar al hombre, la mujer se despoja de lo que le es propiamente femenino, se aleja de su esencia, actúa contra natura y esto ocaciona un gran malestar y una enorme frustración. Vemos los consultorios de los sicólogos y de los psiquiatras llenos de mujeres con una carrera profesional brillante, un gran éxito económico y con sus vidas personales destrozadas, vacias.

La mujer, cualquiera sea su condición social, su condición económica y la sociedad en la que viva sólo podrá realizarse plenamente haciendo uso de las características inherentes a su sexo y desarrollando las habilidades y cualidades personales que Dios le ha dado para su propio bien y para colocarlas al servicio de sus hermanos.

lunes, 25 de enero de 2010

La Mujer en el matrimonio y la familia


Dentro del matrimonio cristiano la mujer haya su espacio para realizarse en su vocación esposa y de madre, en el sentido espiritual y en el sentido biológico, mediante la entrega voluntaria y amorosa al esposo y a los hijos para todos juntos formar una familia que tendrá como ejemplo a la familia de Nazaret.

Tiene la mujer en la familia una doble misión; la de servirle de apoyo y ayuda a su marido y la de cuidar educar a sus hijos. Con relación al marido el apoyo no consiste solo en encargarse ella de la administración y organización del hogar y del cuidado de los hijos, sino en ayudar a éste en su crecimiento como persona y en el acercarlo más a Dios, en sus manos está también hasta un cierto punto, el alma de ese a quien Dios le ha dado como esposo y que le ha confiado a su cuidado.

En la educación de los hijos la mujer debe:

- Saberlos guiar de acuerdo a sus características según su sexo y de acuerdo a sus características personales para que sepan descubrir cuál es su vocación y su misión en la vida.

- Enseñarles el respeto a su cuerpo y ayudarles en el fortalecimiento de su voluntad para que sepan dominar sus instintos.

- Ser para ellos un modelo de quien actúa con dignidad.


Es prudente que la madre esté informada y formada sobre diversos temas que constituyen verdaderos problemas en el mundo y que asechan a los niños y a los jóvenes para que a su vez ella pueda preparar y orientar debidamente a sus hijos y así prevenir que ellos sean presa de esos males. La madre no debe tomar una postura ni pasiva, ni ingenua y pensar que sus hijos nunca caerán y ni serán victimas de esas situaciones, entre estos males están: la prostitución y los abusos sexuales, el alcoholismo y el uso de drogas y la homosexualidad.

La mujer debe ver en cada uno de sus hijos un don de Dios, ellos son almas que Dios coloca a su cuidado y que debe preparar para regresar al Él.

Ser- imagen- de- Dios


"Ser-imagen-de-Dios significa sobretodo que el hombre no puede estar cerrado a sí mismo. Y cuando lo intenta se equivoca. Ser-imagen-de-Dios significa remisión. Es la dinámica que pone en movimiento al hombre hacia todo lo demás. Significa, pues, capacidad de relación; es la capacidad divina del hombre. En consecuencia, el hombre lo es en su más alto grado cuando se sale de sí mismo, cuando llega a ser capaz de decirle a Dios: Tú. De ahí que a la pregunta de qué es lo que diferencia propiamente al hombre del animal y en qué consiste su máxima novedad se debe contestar que el hombre es el ser que Dios fue capaz de imaginar; es el ser que puede orar y que está en lo más profundo de sí mismo cuando encuentra la relación con su creador. Por eso, Ser-imagen-de-Dios significa tambíen que el hombre es un ser de la palabra y del amor; un ser del movimiento hacia el otro, destinado a darse al otro, y precisamente en la entrega de sí mismo se recobra a sí mismo.

Joseph Ratzinger, Creación y Pecado, 73