Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



viernes, 29 de abril de 2011

Juan Pablo II y la Misericordia Divina


« Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo ».

Con gran alegría la iglesia universal se prepara para la beatificación de Juan Pablo II este domingo 01 de Mayo, segundo domingo de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia. Ha sido un detalle muy delicado por parte del Santo Padre Benedicto XVI escoger este día para declarar beato a su predecesor, y es que no podía escoger una fecha, una fiesta para este evento que estuviese más relacionada con lo que fue el pontificado del papa polaco que la Fiesta de la Divina Misericordia.

Dios le asigna a cada persona  una misión en la vida y cuando esta persona cumple a cabalidad con su misión, se cumple, en esa persona y en la humanidad entera, el plan de Dios derivado de esa misión. Es hermoso y sorprendente ver como de las entrañas de una tierra tan oprimida como Polonia Dios escogió a dos personas, una religiosa y un sacerdote, para desde allí proclamar al mundo entero su misericordia.

Me pregunto qué hubiese pasado si Sor Faustina, de quien incluso llegaron a pensar que tenía algún problema mental por decir que Jesús se le presentaba y por transmitir sus mensajes, hubiese decidido no seguir adelante ante las humillaciones a las que era expuesta. Qué hubiese sucedido si Karol Wojtyla hubiese desistido de ser sacerdote cuando ser seminarista pudo haberle costado la vida. Podríamos imaginarnos hoy a la iglesia sin el Pontificado de Juan Pablo II, seguro que no. Muchos jóvenes nacieron y crecieron bajo su pontificado y él fue siempre parte de sus vidas. Con su vida, sus escritos y sus viajes; Juan Pablo II dejó un gran legado a la humanidad. No tendríamos hoy la alegría que tantos y en tantas partes del mundo sentimos desde que fue anunciada la fecha de su beatificación y muchos pensamos que sin duda se ha escogido la mejor fecha para ello.

La Divina Misericordia en la vida y en el pontificado de Juan Pablo II


En su discurso en el Santuario de la Divina Misericordia el día 7 de junio de 1997, Juan Pablo II, pronunció estas palabras: Siempre he apreciado y sentido cercano el mensaje de la Divina Misericordia. Es como si la historia lo hubiera inscrito en la trágica experiencia de la segunda guerra mundial. En esos años difíciles fue un apoyo particular y una fuente inagotable de esperanza, no sólo para los habitantes de Cracovia, sino también para la nación entera. Ésta ha sido también mi experiencia personal, que he llevado conmigo a la Sede de Pedro y que, en cierto sentido, forma la imagen de este pontificado. Doy gracias a la divina Providencia porque me ha concedido contribuir personalmente al cumplimiento de la voluntad de Cristo, mediante la institución de la fiesta de la Divina Misericordia”.


Ese día en su discurso Juan Pablo II agradece a la divina providencia el que le haya concedido contribuir personalmente al cumplimiento de la voluntad de Cristo mediante la institución de la Fiesta de la Misericordia y como una señal de que esto era cierto, de que él había cumplido con la voluntad de Cristo; Juan Pablo II regresó a la casa del Padre el sábado 02 de abril del 2005, la víspera de la fiesta de la Divina Misericordia.

Escritos, homilías y discursos en los que Juan Pablo II exalta la Misericordia Divina

Dives in Misericordia

Encíclica publicada en noviembre de 1980, en ella exaltó que Dios es rico es misericordia por el gran amor con que nos ama y estando muertos nosotros por nuestros delitos nos dio vida por Cristo.

En esta encíclica manifiesta: La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de ≤misericordia≥ parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado. Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia.[…] La Situación del mundo contemporáneo pone de manifiesto no sólo transformaciones tales que hacen esperar en un futuro mejor del hombre sobre la tierra, sino que revela también múltiples amenazas que sobrepasan con mucho las hasta ahora conocidas. Revelada en Cristo, la verdad acerca de Dios como ≤Padre de Misericordia≥, nos permite ≤verlo≥ especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad[1].

Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exigía al mismo tiempo a los hombres que a su vez se dejanse guiar en su vida por el amor y la misericordia. Esta exigencia forma parte del núcleo mismo del mensaje mesiánico y constituye la esencia del ethos evangélico[2].

Homilía de Canonización de Sor Faustina el 30 de abril del 2000.
En esta oportunidad el papa pronuncia unas palabras tomadas del diario de Sor Faustina para así hacer ver hasta qué punto de comunión lleva el amor cuando se mide según el amor de Dios: “Experimento un dolor tremendo cuando observo los sufrimientos del prójimo. Todos los dolores del prójimo repercuten en mi corazón; llevo en mi corazón sus angustias de modo que me destruyen también físicamente. Desearía que todos los dolores recayeran sobre mí, para aliviar al prójimo”.  Y añade el Papa: En ese amor debe inspirarse la humanidad hoy para afrontar la crisis del sentido, los desafíos de las necesidades más diversas y, sobre todo, la exigencia de salvaguardar la dignidad de toda persona humana. Así el mensaje de la misericordia divina es, implícitamente, también un mensaje sobre el valor de todo hombre. Toda persona es valiosa a los ojos de Dios, Cristo dio su vida por cada uno, y a todos el padre concede su Espíritu y ofrece el acceso a su intimidad. Este mensaje consolador se dirige sobre todo a quienes, afligidos por una prueba particularmente dura o abrumados por el peso de los pecados cometidos, han perdido la confianza en su vida y han caído en la tentación de caer en la desesperación. […] ¡A cuántas almas ha consolado ya la invocación “Jesús en Ti confío”.
La canonización de Sor Faustina tiene una elocuencia particular: con este acto quiero transmitir hoy este mensaje al nuevo milenio. Lo transmito a todos los hombres para que aprendan a conocer cada vez mejor el verdadero rostro de Dios y el verdadero rostro de los hermanos. El amor a Dios y el amor a los hermanos son efectivamente inseparables. No es fácil amar con un amor profundo, constituido por una entrega autentica de sí. Este amor se aprende solo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de gratitud y comunión, de generosidad y perdón. ¡Todo esto es misericordia![3].

A partir de este día en el que se celebraba el II domingo de Pascua, quedó instituida la Fiesta de la Misericordia Divina que ha de celebrarse cada II domingo de Pascua según instrucciones de Jesús a Sor Faustina.

Homilía en la Celebración Eucarística de la Misericordia Divina, domingo 22 de abril del 2001.

Allí él agradece el inmenso amor que Jesús siente por la humanidad con estas palabras: Queremos dar gracias al Señor por su amor, que es más fuerte que la muerte y el pecado. Ese amor se revela y se realiza como misericordia en nuestra existencia diaria, e impulsa a todo hombre a tener, a su vez, “misericordia” hacia el crucificado. ¿No es precisamente amar a Dios y amar al próximo, e incluso a los “enemigos”, siguiendo el ejemplo de Jesús, el programa de vida de todo bautizado y de la iglesia entera?[4].

¡El corazón de Cristo! Su “Sagrado Corazón” ha dado todo a los hombres: la redención, la salvación y la santificación. De ese Corazón rebosante de ternura, santa Faustina Kowalska vio salir dos haces de luz que iluminaban el mundo. “Los rayos – como le dijo el mismo Jesús- representan la sangre y el agua” (Diario, p 132). La sangre evoca el sacrificio del Gólgota y el misterio de la Eucaristía; el agua, según la rica simbología del evangelista San Juan, alude al bautismo y al don del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5; 4, 14). A través del misterio de este Corazón herido, no cesa de difundirse también entre los hombres y las mujeres de nuestra época el flujo restaurador del amor misericordioso de Dios. Quien aspira a la felicidad auténtica y duradera, sólo en él puede encontrar su secreto[5].
Homilía en la Misa de Consagración del Santuario de la Divina Misericordia, 17 agosto 2002.       
 “Hoy en este Santuario quiero consagrar el mundo a la Misericordia Divina”.

Fuera de la misericordia de Dios no existe otra fuente de esperanza para el hombre. De este anuncio, que expresa la confianza en el amor omnipotente de Dios, tenemos particular necesidad en nuestro tiempo, en el que el hombre se siente perdido ante las múltiples manifestaciones del mal. Es preciso que la invocación de la misericordia de Dios brote de lo más íntimo de los corazones llenos de sufrimiento, de temor e incertidumbre, pero, al mismo tiempo, en busca de una fuente infalible de esperanza[6].

¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de hoy! En todos los continentes, desde lo más profundo del sufrimiento humano parece elevarse la invocación de la misericordia. Donde reinan el odio y la sed de venganza, donde la guerra causa el dolor y la muerte de los inocentes se necesita la gracia de la misericordia para calmar las mentes y los corazones, y hacer que brote la paz. Donde no se respeta la vida y la dignidad del hombre se necesita el amor misericordioso de Dios, a cuya luz se manifiesta el inexpresable valor de todo ser humano. Se necesita la misericordia para hacer que toda injusticia en el mundo termine en el resplandor de la verdad. Por eso hoy, quiero consagrar solemnemente el mundo a la misericordia Divina. Lo hago con el deseo ardiente de que el mensaje de amor misericordioso de Dios, proclamado aquí a través de santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la tierra y llene su corazón de esperanza[7].
Qué la alegría que nos embarga por la beatificación de Juan Pablo II nos haga voltear la mirada y abrir nuestros corazones a aquél que es la fuente inagotable de misericordia y que seamos nosotros también, a ejemplo de Santa Faustina Kowalska y del Siervo de Dios Juan Pablo II, trasmisores e imagenes del amor misericordioso de Dios.
Padre eterno, por la dolorosa pasión y resurrección de tu Hijo, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Amén.

Esther María Iannuzzo P.

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[1] JUAN PABLO II, Dives in Misericordia, N II pto. 1.
[2] JUAN PABLO II, Dives in Misericordia, N I pto. 2.
[3] JUAN PABLO II, Homilía de Canonización de Sor Faustina. 30 de abril del 2000. Pto. 4. 
[4] JUAN PABLO II, Homilía en la Celebración Eucarística de la Misericordia Divina. 22 de abril de 2001. Pto. 2. 
[5] JUAN PABLO II, Homilía en la Celebración Eucarística de la Misericordia Divina. 22 de abril de 2001. Pto. 5.
[6] Cf. JUAN PABLO II, Misa de consagración del Santuario de la Divina Misericordia, 17 agosto 2002, pto1.
[7] Cf. JUAN PABLO II, Misa de consagración del Santuario de la Divina Misericordia, 17 agosto 2002, pto5.

martes, 26 de abril de 2011

MENSAJE URBI ET ORBI DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Benedicto XVI desde un balcón en la Basílica San Pedro.
PASCUA 2011


In resurrectione tua, Christe, coeli et terra laetentur. En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra (Lit. Hor.)

Queridos hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo:

La mañana de Pascua nos ha traído el anuncio antiguo y siempre nuevo: ¡Cristo ha resucitado! El eco de este acontecimiento, que surgió en Jerusalén hace veinte siglos, continúa resonando en la Iglesia, que lleva en el corazón la fe vibrante de María, la Madre de Jesús, la fe de la Magdalena y las otras mujeres que fueron las primeras en ver el sepulcro vacío, la fe de Pedro y de los otros Apóstoles.

Hasta hoy —incluso en nuestra era de comunicaciones supertecnológicas— la fe de los cristianos se basa en aquel anuncio, en el testimonio de aquellas hermanas y hermanos que vieron primero la losa removida y el sepulcro vacío, después a los mensajeros misteriosos que atestiguaban que Jesús, el Crucificado, había resucitado; y luego, a Él mismo, el Maestro y Señor, vivo y tangible, que se aparece a María Magdalena, a los dos discípulos de Emaús y, finalmente, a los once reunidos en el Cenáculo (cf. Mc 16,9-14).

La resurrección de Cristo no es fruto de una especulación, de una experiencia mística. Es un acontecimiento que sobrepasa ciertamente la historia, pero que sucede en un momento preciso de la historia dejando en ella una huella indeleble. La luz que deslumbró a los guardias encargados de vigilar el sepulcro de Jesús ha atravesado el tiempo y el espacio. Es una luz diferente, divina, que ha roto las tinieblas de la muerte y ha traído al mundo el esplendor de Dios, el esplendor de la Verdad y del Bien.

Así como en primavera los rayos del sol hacen brotar y abrir las yemas en las ramas de los árboles, así también la irradiación que surge de la resurrección de Cristo da fuerza y significado a toda esperanza humana, a toda expectativa, deseo, proyecto. Por eso, todo el universo se alegra hoy, al estar incluido en la primavera de la humanidad, que se hace intérprete del callado himno de alabanza de la creación. El aleluya pascual, que resuena en la Iglesia peregrina en el mundo, expresa la exultación silenciosa del universo y, sobre todo, el anhelo de toda alma humana sinceramente abierta a Dios, más aún, agradecida por su infinita bondad, belleza y verdad.

«En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra». A esta invitación de alabanza que sube hoy del corazón de la Iglesia, los «cielos» responden al completo: La multitud de los ángeles, de los santos y beatos se suman unánimes a nuestro júbilo. En el cielo, todo es paz y regocijo. Pero en la tierra, lamentablemente, no es así. Aquí, en nuestro mundo, el aleluya pascual contrasta todavía con los lamentos y el clamor que provienen de tantas situaciones dolorosas: miseria, hambre, enfermedades, guerras, violencias. Y, sin embargo, Cristo ha muerto y resucitado precisamente por esto. Ha muerto a causa de nuestros pecados de hoy, y ha resucitado también para redimir nuestra historia de hoy. Por eso, mi mensaje quiere llegar a todos y, como anuncio profético, especialmente a los pueblos y las comunidades que están sufriendo un tiempo de pasión, para que Cristo resucitado les abra el camino de la libertad, la justicia y la paz.

Que pueda alegrarse la Tierra que fue la primera a quedar inundada por la luz del Resucitado. Que el fulgor de Cristo llegue también a los pueblos de Oriente Medio, para que la luz de la paz y de la dignidad humana venza a las tinieblas de la división, del odio y la violencia. Que, en Libia, la diplomacia y el diálogo ocupen el lugar de las armas y, en la actual situación de conflicto, se favorezca el acceso a las ayudas humanitarias a cuantos sufren las consecuencias de la contienda. Que, en los Países de África septentrional y de Oriente Medio, todos los ciudadanos, y particularmente los jóvenes, se esfuercen en promover el bien común y construir una sociedad en la que la pobreza sea derrotada y toda decisión política se inspire en el respeto a la persona humana. Que llegue la solidaridad de todos a los numerosos prófugos y refugiados que provienen de diversos países africanos y se han viso obligados a dejar sus afectos más entrañables; que los hombres de buena voluntad se vean iluminados y abran el corazón a la acogida, para que, de manera solidaria y concertada se puedan aliviar las necesidades urgentes de tantos hermanos; y que a todos los que prodigan sus esfuerzos generosos y dan testimonio en este sentido, llegue nuestro aliento y gratitud.

Que se recomponga la convivencia civil entre las poblaciones de Costa de Marfil, donde urge emprender un camino de reconciliación y perdón para curar las profundas heridas provocadas por las recientes violencias. Y que Japón, en estos momentos en que afronta las dramáticas consecuencias del reciente terremoto, encuentre alivio y esperanza, y lo encuentren también aquellos países que en los últimos meses han sido probados por calamidades naturales que han sembrado dolor y angustia.

Se alegren los cielos y la tierra por el testimonio de quienes sufren contrariedades, e incluso persecuciones a causa de la propia fe en el Señor Jesús. Que el anuncio de su resurrección victoriosa les infunda valor y confianza.

Queridos hermanos y hermanas. Cristo resucitado camina delante de nosotros hacia los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. Ap 21,1), en la que finalmente viviremos como una sola familia, hijos del mismo Padre. Él está con nosotros hasta el fin de los tiempos. Vayamos tras Él en este mundo lacerado, cantando el Aleluya. En nuestro corazón hay alegría y dolor; en nuestro rostro, sonrisas y lágrimas. Así es nuestra realidad terrena. Pero Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros. Por eso cantamos y caminamos, con la mirada puesta en el Cielo, fieles a nuestro compromiso en este mundo.


Feliz Pascua a todos.

lunes, 25 de abril de 2011

Solo el amor construye

La Familia a la luz del pensamiento de Juan Pablo II

Libro del P. José María Moriano, L.C.


En un momento en el que el mundo quiere imponer un modelo distorsionado de familia donde se llama matrimonio a lo que no es matrimonio alterando así tanto el concepto original de lo que es el matrimonio como el verdadero concepto de familia y donde aun las familias bien constituidas atraviesan por una serie de amenazas y dificultades se nos presenta este libro como una luz, una guia que nace de las enseñanzas de nuestro amado Juan Pablo II.

Las páginas de este libro encierran un intento de descifrar la mirada de Juan Pablo II sobre uno de las prioridades de su pontificado: la familia. Una mirada rica en contenido y que abarca todos los elementos que la constituyen como son el significado y la belleza del amor humano, la sexualidad, el matrimonio y la educación de los hijos. Sin duda un mensaje siempre actual y, más que nunca necesario, ante los continuos movimientos telúricos que hoy en día pretenden socavar los cimientos mismos del matrimonio y de la familia. Merece la pena pues, emprender el esfuerzo por descubrir este mensaje sobre un tema que nos importa mucho: «¡No tengáis miedo de los riesgos! ¡La fuerza divina es mucho más potente que vuestras dificultades!» (JUAN PABLO II, Carta a las familias,19).

El Padre JOSÉ MARÍA MORIANO es sacerdote legionario de Cristo, nació en Vitoria, España, en 1968. Es licenciado en teología moral con un diplomado en bioética. Además de colaborar en la secretaría general de la Legión de Cristo, en Roma, imparte cursos en el Istituto di Scienze Religiose del Ateneo Regina Apostolorum. Cuenta con experiencia pastoral en la formación de la juventud y de la familia en España, México, Venezuela y Colombia.

Este libro es el fruto del estudio de varios años sobre el matrimonio y la familia a la luz de los escritos de Juan Pablo II. Se trata de un libro virtual que puede ser adquirido para descargar o puede ser adquirido para recibirlo de manera impresa.

Para su adquisición ingresar a la siguiente dirección:


Esther María Iannuzzo.