Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



martes, 10 de enero de 2012

Dime cómo amas y te diré quien eres... conoce, vive y transmite el amor.

Madre Teresa de Calcuta.


Cuando hemos leído o escuchado las palabras de Jesús "hay que amarse los unos a los otros", son muchos los que se te quedan mirando y te preguntan: ¿Y amar, qué es?, ¿una ebullición de afectos?, ¿cómo se hace eso de amar, sobre todo cuando se trata de desconocidos, semi conocidos o personas que te han dañado?, ¿amar son, tal vez, solamente algunos impresionantes gestos heroicos?, ¿amar será un sentimiento que emerge en nuestro interior por determinados afectos o palabras bonitas que hemos escuchado?

"El arte de amar", “el arte de conocer el amor, vivirlo y de trasmitirlo”, es el arte de trascender en la vida y darle el verdadero sentido. No se necesitan de actos heroicos extremos. La vida que verdaderamente ama, está toda ella acompañada de muchos y pequeños gestos de amor, de esos que seguramente no cambian el mundo, pero que, por un lado, lo hacen más llevadero y, por otro, estiran el corazón de quien los hace.

Te ofrezco aquí una simple lista de 24 pequeñas maneras de amar:

Aprenderse los nombres de la gente que trabaja con nosotros o de los que nos cruzamos en el ascensor y tratarles luego por su nombre.

Estudiar los gustos ajenos y tratar de complacerles.

Pensar, por principio, bien de todo el mundo.

Tener la manía de hacer el bien, sobre todo a los que no se lo merecerían teóricamente.

Sonreír. Sonreír a todas horas, con ganas o sin ellas.

Multiplicar el saludo, incluso a los semi conocidos.

Visitar a los enfermos, sobre todo a aquellos que están marcados por sufrimientos prolongados.

Prestar libros aunque te pierdan alguno. Devolverlos tú.

Hacer favores, y concederlos antes de que terminen de pedírtelos.

Juan Pablo II y su agresor
Ali Agca
Olvidar ofensas, y sonreír especialmente a los ofensores. Tiene que ser un acto de la voluntad y del corazón.

Aguantar a los pesados. No poner cara de vinagre escuchándolos.

Tratar con antipáticos. Conversar con los sordos sin ponerte nervioso.

Contestar, si te es posible, a todas las cartas.

Entretener a los niños pequeños. No pensar que con ellos pierdes el tiempo.

Animar a tus mayores. No engañarles como chiquillos; pero subrayar todo lo positivo que encuentres en ellos.

Recordar las fechas de los santos y cumpleaños de los conocidos y amigos

Hacer regalos muy pequeños, que demuestren el cariño pero no crean obligación de ser compensados con otro regalo.

Acudir puntualmente a las citas, aunque tengas que esperar tú.

Contarle a la gente cosas buenas que alguien ha dicho de ellos, es decir, cultivar la beneficencia en medio de la crítica.

Dar buenas noticias.

No contradecir por sistema a todos los que hablan con nosotros.

Exponer nuestras razones en las discusiones, pero sin tratar de aplastar.

Mandar con tono suave, no gritar nunca. Si tienes que dar una negativa, hazlo con cariño.

Corregir de modo que se note que te duele el hacerlo.

La lista podría ser interminable y los ejemplos similares e infinitos. ¡Qué programa tan valioso y a la vez sencillo para los que queremos sembrar semillas de amor, en medio de nuestra sociedad tantas veces agresiva, indiferente, envidiosa y prepotente…! amémonos los unos a los otros, con un corazón magnánimo, así como Jesús nos amó, dispuestos siempre a dar lo mejor de nosotros mismos a los demás, sin esperar nada a cambio. Así como los primeros cristianos comprendieron tan hondamente, y sobre todo, practicaron tan heroicamente el gran principio que el Maestro les había dejado en su testamento antes de morir, que los mismos paganos, extrañados, les apuntaban con el dedo y tenían que confesar: "Mirad cómo se aman".

Que ésta sea nuestra tarjeta de presentación a donde queramos presentarnos y que no tengamos miedo a que nos apunten con el dedo, para decirnos, “¡MIRA CÓMO AMA!”. Tal vez me dirás, ¡cuántas minucias! Pero con muchos millones de pequeñas minucias como éstas el mundo se haría más habitable.

P. Dennis Doren, L.C.

jueves, 5 de enero de 2012

La paz sólo es posible en la justicia, la verdad y la libertad.





Felices los que trabajan por la paz, porque se llamarán
hijos de Dios (Mt, 5,9).

  
   La paz no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversas, ni surge de una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud y propiedad se llama obra de la justicia[1].

   Cada primero de enero, primer día del año, se celebra la jornada mundial por la paz. Es costumbre que el Santo Padre dirija al mundo desde Roma un mensaje que guie a los hombres en la construcción de tan anhelada y necesaria paz, pero de la verdadera paz, aquella basada en la justicia para todos, la verdad y la libertad.

     La Justicia.

   Continuamente, ante diversas situaciones ya sean personales, ya sea que afecten a nuestro entorno inmediato o que estén sufriendo un grupo de personas en determinado lugar, nos manifestamos diciendo: ¡Qué injusticia!, ¡las leyes no se cumplen!, ¡hace falta alguien que haga justicia!, e incluso pedimos a Dios que haga justicia. Todo esto en muchos casos es verdad, y porque no decirlo, hay que admitir que hay leyes que son injustas y discriminatorias, como las leyes que favorecen el aborto alegando defender el “derecho” de la mujer a decidir y a la “libertad” del uso del propio cuerpo suprimiendo la vida del propio hijo. Para el niño que está por nacer esta ley es injusta, de hecho le suprime el derecho fundamental para todo ser humano y sobre el cual se erigen los demás derechos, que es la vida. O las leyes que en algunos países le otorgan algunos derechos a los hombres que le son negados a la mujer. E incluso algunos de estos derechos humillan y vejan directamente la dignidad de las mujeres. Pero, ¿qué es la justicia? El Catecismo de la iglesia católica nos da una definición y nos dice que: la justicia es una virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo aquello que les corresponde[2]. La justicia hacia los hombres dispone respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común[3]. De este modo, la paz para todos nace de la justicia de cada uno y ninguno puede eludir este compromiso esencial de promover la justicia, según las propias competencias y responsabilidades[4] .

   «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados» (Mt 5,6). Serán saciados porque tienen hambre y sed de relaciones rectas con Dios, consigo mismos, con sus hermanos y hermanas, y con toda la creación[5].

    La Verdad

   La verdad no es aquella que de manera egoísta se construye cada uno a su medida y conveniencia y que hace caer al hombre en un relativismo moral, aquella que se llama verdad dependiendo de quién la perciba y de las circunstancias que rodeen el hecho. Algunas corrientes del pensamiento moderno han atribuido a la conciencia individual las prerrogativas de una instancia suprema del juicio moral, que decide categórica e infaliblemente sobre el bien y el mal. Ha desaparecido la necesaria exigencia de verdad en aras de un criterio de sinceridad, de autenticidad, de «acuerdo con uno mismo», de tal forma que se ha llegado a una concepción radicalmente subjetivista del juicio moral[6] . No es ajena a esta evolución la crisis en torno a la verdad. Se está orientado a conceder a la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia[7]. La Revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios[8]. En realidad, la libertad del hombre encuentra su verdadera y plena realización en esta aceptación[9].

   El hombre es un ser que alberga en su corazón una sed de infinito, una sed de verdad –no parcial, sino capaz de explicar el sentido de la vida– porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios[10]. Ningún hombre puede eludir las preguntas fundamentales: ¿qué debo hacer?, ¿cómo puedo discernir el bien del mal? La respuesta es posible sólo gracias al esplendor de la verdad que brilla en lo más íntimo del espíritu humano[11]. En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello[12]. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad[13].

   Cristo ha enseñado «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32). De hecho, es libre tan sólo el hombre que conoce la verdad.

   La Libertad.

   La libertad que no es aquella de hacer lo que me plazca aun en detrimento de mi persona y de los demás. Con frecuencia, la libertad es fomentada de forma depravada, como si fuera pura licencia para hacer cualquier cosa, con tal que deleite, aunque sea mala[14]. Se trata, más bien, de la libertad que me lleva a decidir y a hacer aquello que es bueno y justo tanto para mí como para mis semejantes y que resalta la dignidad de la persona humana. La libertad es una en sí, es decir, una condición del ser humano; pero la libertad como realidad está en relación con la ≤verdad≥ y con el ≤bien≥[15]. Sólo en la relación con Dios comprende el hombre el significado de la propia libertad. El hombre que cree ser absoluto, no depender de nada ni de nadie, que puede hacer todo lo que se le antoja, termina por contradecir la verdad del propio ser, perdiendo su libertad[16]. La verdadera libertad es en el hombre signo altísimo de la imagen divina[17]. El uso recto de la libertad es, central en la promoción de la justicia y la paz, que requieren el respeto hacia uno mismo y hacia el otro, aunque se distancie de la propia forma de ser y vivir[18].

    Hechos Actuales

   El año que termina ha aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad, al mundo del trabajo y la economía; una crisis cuyas raíces son sobre todo culturales y antropológicas. Parece como si un manto de oscuridad hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver con claridad la luz del día[19].

  El Papa hace un llamado: Educar a los jóvenes en la justicia y en la paz.

   El mensaje del Santo Padre para la XLV Jornada Mundial de la Paz es una llamada a «Educar a los jóvenes en la justicia y la paz», convencido de que ellos, con su entusiasmo y su impulso hacia los ideales, pueden ofrecer al mundo una nueva esperanza[20].  
Este mensaje está dirigido principalmente a los padres, las familias y a todos los estamentos educativos y formativos, así como a los responsables en los distintos ámbitos de la vida religiosa, social, política, económica, cultural y de la comunicación. Les exhorta a prestar atención al mundo juvenil, saber escucharlo y valorarlo, y les dice que esto no es sólo una oportunidad, sino un deber primario de toda la sociedad, para la construcción de un futuro de justicia y de paz[21]. 

¿Cuáles son los lugares donde madura una verdadera educación en la paz y en la justicia?

   Ante todo la familia, puesto que los padres son los primeros educadores. La familia es la primera escuela donde se recibe educación para la justicia y la paz[22]. La paz observada en el seno de la familia es la garantía contra todo riesgo de destrucción[23]. En una sociedad sacudida y disgregada por tensiones y conflictos a causa del choque entre los diversos individualismos y egoísmos, los hijos deben enriquecerse no solo con el sentido de la verdadera justicia, que lleva al respeto de la dignidad personal de cada uno, sino también y más aun del sentido del verdadero amor, como solicitud sincera y servicio desinteresado hacia los demás, especialmente a los más pobres y necesitados[24]. También los jóvenes han de tener el valor de vivir ante todo ellos mismos lo que piden a quienes están en su entorno. Les corresponde una gran responsabilidad: que tengan la fuerza de usar bien y conscientemente la libertad. También ellos son responsables de la propia educación y formación en la justicia y la paz[25].

     La Paz

    La palabra paz deriva del latín pax. Es generalmente definida, en sentido positivo, como un estado a nivel social o personal, en el cual se encuentran en equilibrio y estabilidad las partes de una unidad, y en sentido negativo, como ausencia de inquietud, violencia o guerra. Desde el punto de vista del Derecho internacional y por extensión de la definición anterior, el término Paz es un convenio o tratado que pone fin a la guerra. Puede hablarse de una paz social como entendimiento y buenas relaciones entre los grupos, clases o estamentos sociales dentro de un país. En el plano individual, la paz designa un estado interior, exento de cólera, odio y de sentimientos negativos[26].  

   Las injusticias, las desigualdades excesivas de orden económico o social, la envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los hombres y las naciones, amenazan sin cesar la paz y causan las guerras. Todo lo que se hace para superar estos desórdenes contribuye a edificar la paz y evitar la guerra[27].
   
   La humanidad no podrá llevar a cabo la tarea que tiene ante sí, es decir, construir un mundo más humano para todos los hombres en toda la extensión de la tierra, sin que todos se conviertan con espíritu renovado a la verdadera paz[28]. Es absolutamente necesario el firme propósito de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y el apasionado ejercicio de la fraternidad en orden a construir la paz. De este modo, la paz es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar[29].

   La paz no es un bien ya logrado, sino una meta a la que todos debemos aspirar[30].


Esther María Iannuzzo.


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[1] Const. Past. Gaudium et spest, n. 78.
[2] Catecismo de la iglesia católica, n. 1807.
[3] Ibid.
[4] BENEDICTO XVI, Mensaje para la celebración de la XLV Jornada Mundial de la Paz 01 de enero 2012, n 5.
[5] Ibid. n.4.
[6] JUAN PABLO II, Veritatis splendor, n. 32. 

[7] Cf. Ibid.
[8] Ibid. n. 35.
[9] Ibid.
[10] BENEDICTO XVI, Mensaje para la celebración de la XLV Jornada Mundial de la Paz 01 de enero 2012, n. 3.
[11] JUAN PABLO II, Veritatis splendor, n. 2.
[12] Const. Past. Gaudium et spest, n. 16.
[13] Ibid.
[14] Ibid., n. 17.
[15] FERNANDEZ, A., Teologia Morale Fondamentale. Catechesi Teologica., Edizioni Ares, Milano, 2003, p 67. (Tilulo original: Moral fundamental, Ediciones Rialp, S.A., Madrid, 2000).
[16] Cf. BENEDICTO XVI, Mensaje para la celebración de la XLV Jornada Mundial de la Paz 01 de enero 2012, n. 3.
[17] Const. Past. Gaudium et spest, n. 17.
[18] BENEDICTO XVI, Mensaje para la celebración de la XLV Jornada Mundial de la Paz 01 de enero 2012, n. 3.
[19] Ibid., n. 1.
[20] Ibid.
[21] Ibid.
[22] Ibid., n. 2.
[23] Madre Teresa de Calcuta.
[24] JUAN PABLO II,  Exhortación Apostolica Familiaris Consortio, n. 37.
[25] BENEDICTO XVI, Mensaje para la celebración de la XLV Jornada Mundial de la Paz 01 de enero 2012, n. 2.
[26] http://es.wikipedia.org/wiki/Paz.
[27] Catecismo de la iglesia católica, n. 2317.
[28] Const. Past. Gaudium et spest, n. 77.
[29] Ibid., n. 78.
[30] BENEDICTO XVI, Mensaje para la celebración de la XLV Jornada Mundial de la Paz 01 de enero 2012, n. 6.