Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



lunes, 15 de agosto de 2011

Misericordia de generación en generación.

Altar de la Divina Misericordia en la Iglesia del Santo Espíritu en Sassia - Roma.

“Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso
ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus
 fieles de generación en generación” (Lc, 48-50).


Las palabras del Magnificat mariano tienen un contenido profético, que afecta no sólo al pasado de Israel, sino también al futuro del Pueblo de Dios sobre la tierra[1].

Nosotros, el pueblo de Dios que peregrina actualmente por la tierra, también somos beneficiarios de esa misericordia que proclamó la virgen María y que se hace presente de generación en generación. Hoy, a más de dos mil años de ser proclamadas esas palabras, la humanidad entera clama la misericordia divina y mientras muchos se aferran a ella otros, en cambio, pretenden anularla, hacer como que no existe.

Si bien a lo largo de la historia muchos pueblos han alcanzado un gran desarrollo económico, tecnológico, social y cultural, en otros lugares de la tierra reinan la pobreza extrema, el abandono, la falta de asistencia social y sanitaria, y la educación. Reinan también el abuso y la indolencia de quienes se aprovechan del hambre, la ignorancia y las necesidades de sus hermanos más desfavorecidos para explotarlos en muchos sentidos y obtener algún beneficio. Y hasta pareciera que en estos lugares faltase también Dios ya que en algunos de ellos no se ha llevado a cabo un proceso de evangelización ni se les ha manifestado Dios en el rostro de sus hermanos más afortunados tendiéndoles la mano y manifestándoles su amor. Pero aun así, aunque no lo parezca a simple vista, la misericordia Divina está siempre con ellos, los que más sufren están más cercanos del corazón Dios y del corazón de su Hijo Jesucristo quien al encarnarse en el seno de la virgen María encarnó también la misericordia que su Padre desde siempre había manifestado a la humanidad y que podemos ver reflejada en algunas historias del Antiguo Testamento. Al revelar el amor-misericordia de Dios entre sus contemporáneos, Jesucristo, exigía al mismo tiempo a los hombres que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la misericordia [2]. 

≤La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de “misericordia” parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado. Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia. […] “De esta forma, el mundo moderno parece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar por la libertad y la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado, y que pueden aplastarle o salvarle”[3]. […] Los medios técnicos a disposición de la civilización actual, ocultan, en efecto, no solo la posibilidad de una autodestrucción por vía de un conflicto militar, sino también la posibilidad de una subyugación “pacifica” de los individuos, de los ambientes de vida, de sociedades enteras y de naciones, que por cualquier motivo pueden resultar incómodos a quienes disponen de medios suficientes y están dispuestos a servirse de ellos sin escrúpulos≥[4]. 

En el mundo de hoy existen tanto el mal físico como el mal moral. Es un mundo sumergido en contradicciones y lleno de amenazas contra la libertad de las personas y contra la libertad de conciencia y religiosa. Un mundo en el que contemplamos el ocaso de los valores fundamentales como el respeto a la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, el respeto al matrimonio y a su unidad indisoluble, el respeto a la estabilidad familiar cada vez más amenazada por quienes promueven la ideología de género y las uniones de facto. Existe un permisivismo moral al que están unidas las crisis de las verdaderas relaciones interhumanas, la falta de responsabilidad al hablar, la relación meramente utilitaria del hombre con el hombre, la disminución del sentido del auténtico bien común y la facilidad con que este es enanejado. Existe también la desacralización que a veces se transforma en deshumanización: el hombre y la sociedad para quienes nada es ≤sacro≥ van decayendo moralmente, a pesar de las apariencias[5]. 

Aunque la humanidad contemporánea mereciese por sus pecados un nuevo ≤diluvio≥, como lo mereció en su tiempo la generación de Noé. Recurramos al amor paterno que Cristo nos ha revelado en su misión mesiánica y que alcanza su culmen en la cruz, en su muerte y resurrección [6].

Supliquemos por intercesión de aquella que no cesa de proclamar ≤la misericordia de generación en generación≥, y también de aquellos en quienes se han cumplido hasta el final las palabras del sermón de las montañas: ≤Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia≥[7].  



Esther María Iannuzzo.


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1 JUAN PABLO II, DIVES IN MISERICORDIA, N 10.
2 Cfr. Ibid, N 3.
3 Ibid, N 2.
4 Ibid, N11.
5 Cfr. Ibid, N 12.
6 Ibid, N 15.
7 Ibid.


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