Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



lunes, 11 de julio de 2011

De regreso al hogar

No olvides que habrá seres cuyo amor y comprensión siempre estarán contigo, aún cuando te sientas solo.

«El único camino para la paz es el perdón». Éste fue el mensaje de Juan Pablo II para la Cuaresma del 2001. ¡Dios mío, qué difícil es perdonar! Y, sin embargo, no habrá paz en la tierra hasta que no se aprenda a perdonar. No sanará nuestro corazón hasta que perdone, se deje perdonar.

El perdón sigue siendo un arma secreta en la vida cristiana para conquistar corazones y para ayudar al mundo a ser más humano y vivir en paz.

Es precisamente de esta misericordia y capacidad de perdón de lo que tenemos necesidad hoy, para no resbalar cada vez más en el abismo de una violencia y un sufrimiento sin sentido. El Apóstol escribía a los Colosenses: «Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas [literalmente] de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros» (Col 3,12-13).

Corría el tren por la vía en busca de las estaciones que se acercaban sin cesar. Entre el bullicio que había en el pasillo, nadie reparó en un joven que estaba sentado con el rostro entre las manos. Cuando levantaba el rostro se veían en él las huellas de la tristeza, el desencanto y la preocupación.

Después de varias estaciones, un señor mayor que estaba sentado frente a él, se animó a preguntarle cuál era el motivo de su turbación, siendo adolescente, era muy rebelde y no hice caso a mi madre que me aconsejaba a dejar las malas compañías. En una pelea, maté a una persona...

Fui juzgado, condenado a diez años de cárcel y mi sentencia la tuve que purgar en un presidio lejos de mi casa.

Nadie me escribió durante ese tiempo y todas la cartas que envié no tuvieron respuesta. Unos meses atrás, cuando supe la fecha de mi liberación le escribí a mi madre una carta.

- En ella le decía más o menos así:

“Querida mamá sé que has sufrido mucho por mi causa en estos diez años. Sé que he sido un mal hijo y que entiendo tu silencio al no querer comunicarte conmigo. Dentro de unos meses voy a quedar libre y quisiera regresar a casa.
No sé si me estarás esperando, por lo cual te ruego me des una señal que me aceptarás.

¿Te acuerdas del peral que hay en la estación de trenes?. Yo voy a comprar un pasaje que me sirva para más allá de nuestro pueblo. Si tu me perdonaste y aceptas mi regreso, te ruego le pongas una cinta amarilla a ese peral, entonces, yo al verlo me bajaré.

Si es que no aceptas mi regreso, al no ver la cinta amarilla en el árbol, seguiré de largo y nunca más te molestaré”.

- Esta es mi historia señor, y quisiera pedirle un favor. ¿Podría usted mirar en la próxima estación si ve el árbol con la cinta amarilla?. Tengo tanto miedo que no me amino a mirar. En silencio sólo interrumpido por los sollozos del joven, el tren fue avanzando, acercándose más a la estación asignada.

De repente, el señor que estaba en frente gritó lleno de júbilo: ¡joven, joven, mire!....

Alzando los ojos surcados por las lágrimas, el joven contempló el espectáculo más hermoso que podían ver sus ojos. La luz de la esperanza llenó su corazón.

El peral no tenía una cinta amarilla. Estaba llena de cintas amarillas, pero no solo él…sino todos los árboles del pueblo estaban llenos de cintas amarillas.

No hay corazón que aguante el sentirse perdonado y aceptado, después de uno o varios errores cometidos. Aprende a descubrir la serenidad y tranquilidad en un mundo imposible de entender.

Que el dolor que has vivido y los problemas que has experimentado, te den el poder de caminar por la vida enfrentando cada situación con optimismo y valor.

No olvides que habrá seres cuyo amor y comprensión siempre estarán contigo, aún cuando te sientas solo.

Perdonar, saber perdonar. ¡Saber pedir perdón! ¡Qué difícil, Dios mío! Para muchos, tal vez la mayoría, perdonar es signo de debilidad y de humillación. Y, sin embargo, el perdón requiere una enorme fortaleza, la única que vale. Es la fuerza de quien sabe vencer al mal con el bien. Sólo esta fortaleza es el antídoto que podrá salvar a este mundo enfermo.


P. Dennis Doren, L.C.

ddoren@legionaries.org

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