Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



jueves, 2 de junio de 2011

Cuarta Catequesis de Benedicto XVI sobre la Oración.


BENEDICTO XVI

ADIENCIA GENERAL
Plaza San Pedro
Miércoles, 25 mayo 2011

Queridos Hermanos y hermanas,

Hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre un texto del Libro del Génesis que narra un episodio bastante particular de la historia del Patriarca Jacob. Es un párrafo nada fácil de interpretar, pero importante para nuestra vida de fe y de oración; se trata de la historia de la lucha con Dios en el vado del Yaboc, del cual hemos escuchado un párrafo.

Como recordaran, Jacob le había robado a su gemelo Esaú la primogenitura a cambio de un plato de lentejas y había luego arrebatado con engaño la bendición de su padre Isaac, ya muy anciano, aprovechándose de su ceguera. Huyendo de la ira de Esaú, se había refugiado donde un pariente, Labano; se había casado, se había enriquecido y ahora estaba regresando a la tierra natal, listo para enfrentar a su hermano luego de haber tomado algunas medidas prudentes. Pero cuando todo estaba listo para este encuentro, luego de haber hecho atravesar a aquellos que estaban con él el vado del rio que delimitaba el territorio de Esaú, Jacob, que se quedó solo, viene agredido improvisamente por un desconocido con el cual lucha toda la noche. Justo este combate cuerpo a cuerpo – que encontramos en el capítulo 32 del Libro del Génesis se convierte para él en una singular experiencia de Dios.

La noche es el tiempo favorable para obrar a escondidas, el tiempo, por lo tanto, mejor para Jacob, para entrar en el territorio del hermano sin ser visto y quizás con la ilusión de tomar a Esaú de sorpresa.  Pero es él quien viene sorprendido por un ataque imprevisto, para el cual no estaba preparado. Había empleado toda su astucia para intentar escapar de una situación peligrosa, pensaba que podía tener todo bajo control, y ahora se encuentra que tiene que afrontar una lucha misteriosa que lo toma en la soledad y sin darle la posibilidad de organizar una defensa adecuada. Indefenso, en la noche, el Patriarca Jacob combate con alguno. El texto no especifica la identidad del agresor; usa un término hebraico que indica “un hombre” en modo genérico, “uno, alguno”; se trata por lo tanto, de una definición vaga, indeterminada, que voluntariamente mantiene al asaltador en el misterio. Está oscuro, Jacob no logra ver distintivamente a su contendiente y también para el lector, para nosotros, eso permanece desconocido; alguno se está oponiendo al Patriarca, y este es el único dato cierto suministrado por el narrador. Solo al final, cuando la lucha haya ya terminado y aquél “alguno” haya desaparecido, solo ahora Jacob lo nombrará y podrá decir que ha luchado con Dios.
 
El episodio se desarrolla por lo tanto en la oscuridad y es difícil percibir no solo la identidad del agresor de Jacob, sino también la evolución de la lucha. Leyendo el párrafo, resulta difícil establecer cuál de los dos contendientes logre estar mejor; los verbos utilizados son a menudo sin sujeto explicito, y las acciones se desarrollan en modo casi contradictorio, así que cuando se piensa que sea uno de los dos a prevalecer, la acción sucesiva rápido niega y presenta al otro como vencedor. Al inicio, de hecho, Jacob parece ser el más fuerte, y el adversario – dice el texto - «no lograba verlo» (v. 26); sin embargo golpea a Jacob en la articulación del fémur, provocándole la dislocación. Se debería ahora pensar que Jacob deba sucumbir, pero en su lugar es el otro a pedirle de dejarlo ir; y el Patriarca se niega, poniendo una condición: «No te dejaré, sino  me has bendecido» (v. 27). Aquél que con engaño había defraudado al hermano de la bendición del primogénito, ahora la pretende del desconocido, de quien quizás comienza a entrever las connotaciones divinas, pero sin poder todavía reconocerlo verdaderamente.
El rival, que parece frenado y por lo tanto derrotado por Jacob, en lugar de plegarse a la petición del Patriarca, le pide el nombre: “¿Cómo te llamas?”. El Patriarca responde “Jacob” (v. 28). Aquí la lucha sufre un cambio importante. Conocer el nombre de alguien, de hecho, implica una especie de poder sobre la persona, porque el nombre, en la mentalidad bíblica, contiene la realidad más profunda del individuo, revela su secreto y su destino. Conocer el nombre quiere decir conocer la verdad del otro y esto consiente de poder dominarlo. Así que cuando, ante la solicitud del desconocido, Jacob revela el propio nombre, se está poniendo en las manos de su opositor, es una manera de rendirse, de entrega total de sí al otro.

Pero en este gesto de rendirse también Jacob paradójicamente resulta vencedor, porque recibe un nombre nuevo, junto al reconocimiento de victoria por parte del adversario, que le dice: «No te llamarás más Jacob sino Israel, porque has combatido con Dios y con los hombres y has vencido» (v. 29). “Jacob” era un nombre que rellamaba el origen problemático del Patriarca; en hebreo, de hecho, recuerda el término “talón”, y reenvía al lector al momento del nacimiento de Jacob, cuando, saliendo del vientre materno, tenía en la mano el talón de su hermano gemelo (cfr Gen 25,26), casi prefigurando los daños al hermano que abría consumado en edad adulta; pero el nombre Jacob hace referencia también al verbo “engañar, suplantar”. Y bien, ahora, en la lucha, el Patriarca revela a su opositor, en un gesto de entrega y de rendirse, la propia realidad de engañador, de suplantador; pero el otro que es Dios, transforma esta realidad negativa en positiva: Jacob el engañador se convierte en Israel, le viene dado un nombre nuevo que señala una nueva identidad. Pero también aquí, la historia tiene su doble querida duplicidad, porque el significado de más probable del nombre Israel es “Dios es fuerte, Dios vence”.

Así que Jacob ha prevalecido, ha vencido – es el mismo adversario a afirmarlo – pero su nueva identidad, recibida del mismo adversario, afirma y testimonia la victoria de Dios. Y cuando Jacob preguntará a su vez el nombre a su contendiente, este se negará a darlo, pero se revelará en un gesto inequívoco, donando la bendición. Aquella bendición que el Patriarca había pedido al inicio de la lucha le viene ahora concedida. Y no es la bendición  arrancada con engaño, sino aquella gratuitamente donada por Dios, che Jacob puede recibir ahora solo, sin protección, sin astucias y estafas, se entrega indefenso, acepta rendirse y confiesa la verdad sobre sí mismo. Así, al final de la lucha, recibida la bendición, el Patriarca puede finalmente conocer al otro, el Dios de la bendición: «Realmente – dice - he visto a Dios cara a cara, sin embargo mi vida ha permanecido salva» (v. 31), y puede ahora atravesar el vado, portador de un nombre nuevo pero “vencido” de Dios y  marcado para siempre, cojo por la herida recibida.
Las explicaciones que la exégesis bíblica puede dar en relación a este párrafo son múltiples; en particular, los estudiosos reconocen en él objetivos y componentes literarios de diversos géneros, como también referencias a cualquier cuento popular. Pero cuando estos elementos vienen asumidos por los autores sagrados y englobados en la narración bíblica, esos cambian de significado y el texto se abre a una dimensión más amplia. El episodio de la lucha en el Yaboc se ofrece así al creyente como texto paradigmático en el cual el pueblo de Israel habla del propio origen y delinea las características de una particular relación entre Dios y el hombre. Por esto, como afirma también el Catecismo de la Iglesia Católica, «la tradición espiritual de la Iglesia ha visto en esta historia el símbolo de la oración como combate de la fe y victoria de la perseverancia» (n. 2573). El texto bíblico nos hable de la larga noche de la búsqueda de Dios, de la lucha por conocer el nombre y verle el rostro; es la noche de la oración que con tenacidad y perseverancia pide a Dios la bendición y un nombre nuevo, una nueva realidad fruto de la conversión y del perdón.
La noche de Jacob en el vado del Yaboc se convierte para el creyente en punto de referencia para entender la relación con Dios que en la oración encuentra su máxima expresión. La oración requiere confianza, cercanía, casi un cuerpo a cuerpo simbólico no con un Dios enemigo, adversario, sino con un Señor benediciente que permanece siempre misterioso, que parece inalcanzable. Por eso el autor sagrado utiliza el símbolo de la lucha, que implica fuerza de ánimo, perseverancia, tenacidad en alcanzar aquello que se desea. Y si el objeto del deseo es la relación con Dios, su bendición y su amor, ahora la lucha no podrá culminar sino en el don de sí mismos a Dios, en el reconocer la propia debilidad, que se vence justo cuando se logra entregarse en las manos misericordiosas de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, toda nuestra vida es como esta larga noche de lucha y de oración, a consumirse en el deseo y en la solicitud de una bendición de Dios que no puede ser arrancada o vencida contando con nuestras fuerzas, sino que debe ser recibida con humildad de Él, como don gratuito que permite, en fin, de reconocer el rostro del Señor, Y cuanto esto sucede, toda nuestra realidad cambia, recibimos un nombre nuevo y la bendición de Dios. Y aún más: Jacob, que recibió un nombre nuevo, se convierte en Israel, da un nombre nuevo también al lugar en el que ha luchado con Dios, lo ha orado; lo renombra Penuel, que significa “Rostro de Dios”. Con este nombre reconoce aquél lugar lleno de la presencia del Señor, hace sagrada aquella tierra imprimiéndole casi la memoria de aquél misterioso encuentro con Dios. Aquél que se deja bendecir por Dios, se abandona a Él, se deja transformar por Él, hace bendito al mundo. Que el Señor nos ayude a combatir la buena batalla de la fe (cfr 1 Tm 6,12; 2 Tm 4,7) y a pedir, en nuestra oración, su bendición, para que nos renueve en la espera de ver su Rostro. Gracias.

Traducido del Italiano al Español por Esther María Iannuzzo.

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