Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



domingo, 7 de noviembre de 2010

Jutta Burggaraf: Defender la Vida con Eficacia. La Personalidad del "defensor"

Jutta Burggraf (1952 - 2010)
La conferencia inaugural del Congreso Mundial Provida realizado en Zaragoza en noviembre del 2009 estuvo a cargo de la profesora de Teología Dogmática y Ecumenismo de la Universidad de Navarra Jutta Burggraf, quien falleciera el pasado 05 de noviembre del 2010 a la edad de 58 años.

A continuación presento un resumen de la conferencia que me he permitido realizar, he suprimido alguna historia y algunos pensamientos que se citan de otros autores debido a la amplitud de la conferencia. He mantenido todo lo concerniente a los aspectos que deben estar presentes en la personalidad del "defensor", es decir, de todos aquellos que trabajan en defensa de la vida.

                                                     DEFENDER LA VIDA CON EFICACIA
La personalidad del "defensor"

Unas de las preguntas centrales , alrrededor de las que giran mis pensamientos desde hace algún tiempo, son la siguientes: ¿cómo ayudar a quienes parecen despreciar la vida? ¿Cómo orientar a las personas que, frente a situaciones límite, han elegido una salida que supone una tragedia: han optado por el aborto o la eutanasia?

I. ALGUNAS ACTITUDES CONVENIENTES

Todos somos muy distintos los unos de los otros, y también las circunstancias en las que nos encontramos. Es bueno, además, que las diferentes personas tengamos diferentes maneras de actuar. Sin embargo, podemos destacar algunos rasgos comunes que, de un modo u otro, debería desarrollar cada defensor.

1. Fortaleza.

Hace falta una buena dosis de valentía y de fortaleza para trabajar a favor de la vida en nuestra era de dictaduras ocultas o manifiestas.

Si estamos dispuestos a trabajar a favor de la vida, necesitamos un corazón libre y fuerte. Tenemos que llegar a ser cada vez más independientes de los juicios de los otros. Un auténtico "defensor" acepta serenamente ser tomado por loco. En realidad, es más sano que una persona considerada "normal" en razón de su buena adaptación en nuestra sociedad, porque no renuncia a su capacidad de pensar por cuenta propia, ni a su espontaneidad; sigue, a pesar de los obstáculos, su propia luz interior, y se opone a todo lo que empequeñece al hombre, le masifica o cosifica, le manipula o engaña.

2. Humildad.

El "defensor de la vida" está dispuesto a oponerse -contra viento y marea- al mal en el mundo. Por esta causa, vale la pena perder el prestigio social y gastar hasta las últimas energías.

Sin embargo, tenemos que reconocer que todos somos débiles y podemos cansarnos. Todos participamos en el mal.

Hay experiencias que nos invitan a mirar hondamente la condición humana, y a hacer menos radicales nuestros juicios sobre situaciones complejas. No hay sólo dos colores, el blanco y el negro: el mundo no está lleno de pecadores, por una parte, y de mártires que mueren cantando, por otra.
Este hecho lo ilustró Juan Pablo II en su visita al campo de concentración de Auschwitz. Cuando el Papa entró en ese lugar de espanto, donde habían muerto muchos de sus amigos y compañeros de la infancia, no dio ningún sermón, ninguna amonestación. Comenzó a rezar la oración del "Yo confieso" pidiendo perdón a Dios por sus propios pecados.
Todos estamos profunda y personalmente involucrados en los acontecimientos de nuestro mundo. Si aceptamos humildemente este hecho y miramos al centro más íntimo de nuestro ser, podemos mejorar, al menos una pequeña porción de la sociedad de la que formamos parte. Y entonces podemos ver, con ojos más limpios, que, aparte de todos los errores, hay mucho bueno y bello en los demás.
Sólo cuando luchamos por ser sinceramente humildes, existe la posibilidad de que otra persona nos abra su corazón. A veces conviene hablar primero de nuestras propias faltas, de los propios errores.
Cada hombre es realmente superior a nosotros en varios aspectos. En este sentido, podemos aprender de todos.
3. Saber escuchar.
Una de las consecuencias inmediatas de la humildad es la capacidad de acoger y escuchar al otro. A veces, se necesita mucho carácter y dominio de sí mismo para no exasperarse inmediatamente.
Cuando alguien se equivoca, quizá lo admita para sus adentros. Y si le sabemos llevar, con suavidad y tacto, quizá lo admita también ante nosotros.  Pero no ocurre así cuando tratamos de convencerle a toda costa de que no tiene razón.
El secreto para actuar con tranquilidad consiste en no identificar a la persona con su obra. Todo ser humano es más grande que su culpa. Cada persona está por encima de sus errores. 
Casí todos hablamos demasiado, cuando tratamos de atraer a los demás a nuestro modo de pensar. Primero tiene que hablar la otra persona. Ella sabe más que nosotros acerca de sus problemas, de sus luchas y sus sufrimientos. Es preciso crear un clima en el que pueda hablar sin medir sus palabras, pueda mostrar sus debilidades sin temor alguno a que se le censure.
Estamos llamados a empeñarnos en el difícil arte de ir al fondo con los demás, de no quedarnos en lo que dicen, sino llegar a lo que quieren decir, de no oir solamente palabras, sino mensajes.
Si nos vemos en desacuerdo con la persona que habla, podemos tratar de interrumpirla. Pero es mejor no hacerlo; así no la ayudamos. Ella no nos prestará atención mientras tenga todavía una cantidad de ideas y vivencias propias que reclaman expresión. Lo primero no es dar consejos, sino estar al lado del otro.
Tenemos que escuchar, tranquilamente, hasta el final. La palabra que se queda dentro de una persona pueder ser la decisiva. Y justamente esta palabra tiene que salir.
Los mejores conversadores no son los que hablan bien, sino las persona que se interesan por lo que dicen los demás.
4. Comprensión.
Recuerdo a una adolescente desesperada que se había quedado embarazada y sufría fuertes presiones para abortar. Durante varias semanas, había buscado ayuda, pero no sabía a quien dirigirse. Cuando hablé con ella, le pregunté por qué no había dicho nada a su amiga que colaboraba fervorosamente en una asociacón pro vida. "Imposible -me respondió-. No puedo hablar con ella sobre estos temas. Sería un escándalo para ella. Nuestra amistad acabaría". Pero, cuando alguien ha caído en las profundidades del dolor, ¿no es precisamente el amigo, la amiga, quien debe luchar por él y con él?  "Sé solidario con los otros, sobre todo cuando sean culpables", reza un proverbio frances.
En un momento de desaliento, de fracaso o de angustia, es tremendamente importante encontrar a una persona que comprenda, que no riña, que no clasifique friamente, sino que sea capaz de compartir los sentimientos -tantas veces contradictorios-, que se encuentran en el corazón humano. Hay momentos en los que cada hombre -incluso el más cruel asesino- necesita consuelo y alivio.
¿Sabemos lo que ese hombre ha vivido? ¿Conocemos las manipulaciones y presiones a las que estaba expuesto desde su infancia, su vacio interior, su aburrimiento? ¿Qué ha provocado su desesperación y su odio? Hay una razón oculta por la que cada persona piensa y procede como lo hace. Si descubrimos esa razón, tendremos la llave de sus acciones, y quizá la de su personalidad. 
No nos compete condenar a otros, ni juzgar sobre sus intenciones.
La única liberación verdadera es aquella que toca el corazón y mueve a cambiarlo, con la gracia de Dios.
Un comentario mordaz o cínico no ayuda nada, sino que hunde al otro tadavía más en la miseria. En cambio, si éste nota un verdadero interés, una auténtica preocupación por su persona y situación, puede ser que reaccione favorablemente. La comprensión tiene un efecto sanante.
Es preciso comprender que cada uno necesita más amor del que "merece"; cada uno es más vulnerable de lo que parece.
Comprender es tener la firme convicción de que cada persona, independientemente de todo el mal que haya hecho, es un ser humano capaz de hacer el bien.
Existen, realmente, estas personas que saben dar cariño y esperanza a los demás. Su presencia engendra una sensación de bienestar. Los otros saben que están en buenas manos, cuando están con ellas; saben que son estimados y queridos, a pesar de todos sus fallos . Pueden dejar sus cargas, descansar y descubrir valores que, quizá, nunca hayan conocido.

                                                  II. SER CAPAZ PARA LA AMISTAD
Si deseamos que otro se desprenda, realmente, del error, de la equivocación, de la fealdad o de la maldad, y que se abra a nuevos conocimientos, es preciso entrar en una relación amistosa con él. Se acepta un consejo cuando hay confianza. Se sigue a un amigo y a nadie más.
La amistad proporciona un nuevo brillo a nuestra existencia y hace más amable nuestra vida.
Quien tiene amigos de otros partidos políticos, otras profesiones, religiones y nacionalidades, es una persona dichosa. Se le abre un mar sin orillas. Tratando y queriendo a la gente más variada, se amplía su mente y se ensancha su corazón. Recibe mucho y entrega mucho. Es quien mejor puede orientar a los que parecen estar en una situación sin salida.  
Por supuesto, la amistad no se puede forzar. Es un don de lo alto. Pero podemos capacitarnos para recibir ese don.
1. Una condición imprescindible.
Para aventurarme en la vida del otro, debo estar en paz conmigo mismo. Debo llevarme bien conmigo mismo y llegar a ser, de alguna manera, "mi propio amigo".
Si no estoy a gusto conmigo mismo, no estoy a gusto en nigún lugar. Si no me he encontrado a mí, no puedo realizar un verdadero encuentro con ninguna otra persona. Si no estoy en armonía conmigo, no puedo sembrar paz a mi alrrededor.
Si una persona ha realizado el crimen del aborto, sólo le quedan dos caminos: luchar vehemente en pro o en contra de la vida, para acallar la voz de su conciencia.
Cabe también una tercera posibilidad para estas personas: pueden defender la vida serenamente, si han llegado a ser "su propio amigo". Pero, ¿cómo es posibles esto? La amistad reclama una actitud de profunda sinceridad. No se puede construir sobre una mentira. Así, para ser "mi amigo", necesito comportarme con rectitud interior. No debo reprimir las grandes cuestiones que se plantean, con mayor o menor frecuencia, en mi interior. Tengo que ordenar mi propia alma, dirigirla hacia el bien y buscar el sentido completo de mi existencia .
Si una persona se ha reconciliado con Dios y con ella misma, tiene la oportunidad de dar al mundo su propio testimonio con especial convicción. Es una tarea hermosa, una ocasión para desagraviar y, por supuesto, también es un tratamiento para curar las propias heridas cada vez más hondamente.
2. El valor de la amabilidad.
Hay dos formas de mostrar nuestra fuerza en una conversación: podemos empujar al otro hacia abajo, o tirarle hacia arriba; podemos actuar de un modo destructivo o de un modo constructivo.
Un lenguaje ofensivo, unas palabras sarcásticas, cierta arrogancia, brusquedad, prepotencia y reproches son ejemplos para una conversación destructiva; producen resistencias y, en ocasiones, rebeliones abiertas.
No hacen falta habilidades para pisar al otro. Cualquiera puede hacerlo. Se hiere,  a veces, todavía más con la frialdad que con el enfado. Pero el precio es alto. Si discutimos, nos enfrentamos y contradecimos, creamos distancias. Si nos dejamos llevar por la agitación interior, terminamos ofendiendo.
La coacción puede evitar, en ocaciones, un mal. Puede evitar, por ejemplo, la muerte de inocentes. Pero no es un medio adecuado para conducir a una persona hacia el bien. Un cambio violento, normalmente, no es profundo ni duradero. No se puede forzar a nadie a ser bueno.
La suavidad es más poderosa que la furia. Sólo a través del corazón podemos llegar a la razón de otra persona. Si ella nos rechaza, no podemos hacer nada.  Pero si nota que la queremos de verdad, que es especial e importante para nosotros, y que deseamos que sea plenamente feliz, entonces se abre la posibilidad de una relación amistosa, en la que -como ya hemos visto- cada uno escucha al otro y cada uno aprende del otro.
El que ama, da algo de sí mismo, de su propia vida, de lo que está vivo en él. Comparte sus alegrías y sus penas, sus iluciones y desiluciones, sus experiencias y sus proyectos, sus reflexiones y, no en último lugar, la verdad que ha encontrado; en una palabra: se da a si mismo. En este ambiente no es dificíl hablar de todo, también de las propias faltas, aunque sean muy graves.
3. Transmitir la verdad.
Para elevar al otro hacia una comunicación constructiva, conviene que profundicemos en la relación positiva que ya existe entre nosotros. Es importante ver lo bueno del otro, porque todos tendemos a comportarnos según las expectativas de los demás. En este sentido, aconseja la sabiduría popular : "Si quieres que los otros sean buenos, tratáles como si ya lo fuesen".
Quien quiere al otro de verdad, no palia ni encubre el mal que éste haya hecho. Intentará transmitir las exigencias éticas con toda claridad, adaptadas a las circunstancias de cada caso. No buscará compromisos falsos, porque sabe que ellos no pueden llevar a nadie a una paz estable. No es honesto eludir principios éticos elementares. Hay cosas buenas y cosas malas, y su bondad o maldad es independiente de consensos. 
El otro tiene derecho a conocer la verdad, aun allí donde a primera vista puede resultarle amarga. Por esto, tenemos la obligación grave de hacerle partícipe de la luz que tenemos, probablemente por la generosidad de otros.  
Para ganar en sinceridad en cualquier relación humana, es conveniente y necesario dar a conocer la propia identidad. El otro quiere saber quién soy yo, tal como quiero saber quién es él. Si reprimimos las diferencias y nos acostumbramos a callarlo todo, tal vez podamos gozar durante algún tiempo de una armonía aparente. Pero en el fondo, no nos aceptaríamos mutuamente tal como somos en realidad, y nuestra relación se tornaría cada vez más superficial, más decepcionante, hasta que, antes o después, se rompería.
Si creamos un ambiente de confusión, no ayudamos a nadie. Por esto es preciso exponer la verdad tan clara e íntegramente como sea posible. Cuando actuamos de esta manera, no obstaculizamos la verdad sino, muy al contrario, la fomentamos, si guardamos la delicadeza y el respeto.
4. Ayudar a salir de las dificultades.
En psicología se habla de la "intención robada" : si quiero hacer algo -incluso con mucho afán-, y otra persona me dice que debo hacer justamente esto, puede ser que disminuyan mis ganas. Me siento mandado, no el protagonista de la obra. A nadie le agrada recibir órdenes sobre algo que ha decidido hacer.
Así, conviene apelar a los motivos más nobles del otro y ayudarle a que él mismo quiera realizar el bien o arrepentirse del mal. Él mismo puede y debe decidirse a salir del pozo en el que ha caído. En la proximidad de un amigo, esto es posible. Junto al amigo, una persona puede entrar en relación con su auténtico yo; puede percibir lo sincero y lo verdadero en su propio corazón.
Nuestra tarea consiste en poner al otro en relación con sus sentimientos más íntimos y auténticos, y en incitarle a expresar los silenciosos impulsos de su corazón. Podemos asegurarle nuestra cercanía, echarle una mano y transmitir la creencia firme de que el camino hacia la salvación es viable.
Un buen amigo da ánimo, luz y esperanza, aunque la noche sea oscura. Ayuda al otro a salir de una depresion, después de una gran caída. Le da valor para levantarse, y fuerza para asumir su propia culpa -con todas sus consecuencias-. Y, no en último lugar, le despierta la ilución de decidirse, nuevamente, por la vida.
NOTA FINAL
El amor a la vida se expresa, muchas veces, en la valentía, en la fortaleza y en la justica. Y se muestra, al mismo tiempo, en la humildad, en la escucha y en la compasión. Siempre defiende la verdad y, en el mejor de los casos, llega a construir , una auténtica amistad.
Queremos dar la vida a todos, tanto a los que están en peligro material de perderla como a los que están en peligro espiritual de robarla. Todos necesitan nuestra solicitud, y no debemos olvidar que aquel que hace el mal se daña aún más que aquel que lo sufre.
Por esto, hemos puesto nuestra mirada en las víctimas quizá todavía más destrozadas que los niños que no nacerán, o los ancianos que mueren antes de tiempo. Queremos dar vida también a los responsables del aborto y de la eutanasia. Queremos ofrecerles nuestra ayuda para salir de su error y revisar sus actitudes. Con ello, tenemos muy claro que "la verdad no se impone sino por la fuerza misma de la verdad".
Si un "defensor" se acostumbra a descubrir el núcleo bueno de todos los hombres, y a realizar un encuentro con quien ha actuado mal, entonces, aumentará incluso su propia vida. En el trato sincero con los demás crece su vitalidad. Se le ocurren más ideas, relucen más sus valores. El "defensor" se hace, sobre todo, cada vez más capaz de amar, más apto para orientar. Adquirirá, en medio de un mundo caótico, sabiduría para comprender, paciencia para luchar, y una alegría inexpresable, que es fruto del empeño de conducir a otros desde la oscuridad a la luz. Su estilo de vida se resume en el famoso lema de Antonio Machado: "Pensar alto, sentir hondo, hablar claro".

Nota: 
Para quienes deseen ver la conferencia en su totalidad pueden encontrarla en esta dirección: http://www.zenit.org/article-33280?l=spanish

1 comentario:

Anónimo dijo...

UN ARTÍCULO MUY BELLO, Y VÁLIDO ADEMÁS DE PARA DEFENDER LA VIDA, PARA LO QUE SE VIVA A DIARIO. ME PARECIÓ QUE EL DEFENSOR TIENE TANTAS BUENAS CUALIDADES, COMO SITUACIONES QUE SE LE PRESENTEN. EL DEFENSOR ES UN TESORO, PARA QUIEN LO CONSIGA EN SU HISTORIA. MARY ADRIANA.