Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



martes, 24 de mayo de 2011

Tercera Catequesis de Benedicto XVI sobre la Oración.



Audiencia General
Plaza San Pedro
Miércoles, 18 de mayo 2011.

Queridos hermanos y hermanas,

En las dos pasadas catequesis hemos reflexionado sobre la oración como fenómeno universal, que – mientras que en diversas formas – está presente en las culturas de todos los tiempos. Hoy, en vez, quisiera iniciar un recorrido bíblico sobre este tema, que nos guiará a profundizar el dialogo de alianza entre Dios y el hombre que anima la historia de la salvación, hasta el culmine, a la palabra definitiva que es Jesucristo. Esta camino nos llevará a detenernos en algunos textos importantes y figuras paradigmáticas del Antiguo y nuevo Testamento. Será Abraham, el gran patriarca, padre de todos los creyentes (cfr. Rm 4,11-12.16-17) , a ofrecernos un primer ejemplo de oración, en la intersección por las ciudades de Sodoma y Gomorra. Y quisiera también invitarlos a aprovechar el recorrido que haremos en las próximas catequesis para aprender a conocer más la Biblia, que espero tenga en sus casas, y, durante la semana, se detengan a leerla y meditarla en la oración, para conocer la maravillosa historia de la relación entre Dios y el hombre, entre Dios que se comunica con nosotros y el hombre que responde, que ora.

El primer texto sobre el que reflexionaremos se encuentra en el capítulo 18 del Libro del Génesis; se narra que la maldad de los habitantes de Sodoma y Gomorra había llegado al culmine, tanto como para hacer necesaria la intervención de Dios para cumplir un acto de justicia y para parar el mal destruyendo aquellas ciudades. Es aquí que interviene Abraham con su oración de intersección. Dios decide revelarle aquello que está por suceder y le hace conocer la gravedad del mal y sus terribles consecuencias, porque Abraham es su elegido, escogido para  convertirse en un gran pueblo y hacer llegar la bendición divina a todo el mundo. La suya es una misión de salvación, que debe responder al pecado que ha invadido la realidad del hombre; a través de él el Señor quiere reconducir la humanidad a la fe, a la obediencia, a la justicia. Y ahora, este amigo de Dios se abre a la realidad y a la necesidad del mundo, ora por aquellos que están por ser castigados y pide que sean salvados.


Es ésta solicitud de justicia que Abraham expresa en su intersección, una solicitud que se basa en la certeza de que el Señor es misericordioso. Abraham no pide a Dios una cosa contraria a su esencia, toca la puerta del corazón de Dios conociendo la verdadera voluntad. Cierto Sodoma es una gran ciudad, cincuenta justos parecen poca cosa, pero la justicia de Dios y su perdón no son acaso manifestaciones de la fuerza del bien, aun si parece más pequeño y más débil que el mal? La destrucción de Sodoma debía frenar el mal presente en la ciudad, pero Abraham sabe que Dios tiene otros modos y otros medios para poner frenos a la difusión del mal. Es el perdón que interrumpe la espiral del pecado, y Abraham, en su dialogo con Dios, apela exactamente a esto. Y cuando el Señor acepta perdonar la ciudad si encuentra a los cincuenta justos, su oración de intersección comienza a bajar hacia los abismos de la misericordia divina. Abraham – como recodamos – hace disminuir progresivamente el numero de los inocentes necesarios para la salvación: sino son cincuenta, podrían bastar cuarenta y cinco, y luego siempre más abajo hasta diez, continuando con su suplica, que se hace casi valiente en la insistencia: ≤quizás allá se encontraran cuarenta… treinta… veinte… diez≥ (cfr. vv. 29.30.31.32). Y más bajo se hace el número, más grande se revela y se manifiesta la misericordia de Dios, que escucha con paciencia la oración, la acoge y repita a cada súplica: ≤perdonaré, … no destruiré, … no haré≥ (cfr. vv. 26.28.29.30.31.32).


Así, por la intersección de Abraham, Sodoma podrá ser salvada, si en ella se encuentran solamente diez inocentes. Es esta la potencia de la oración. Porque a través de la intersección, la oración a Dios por la salvación de los otros, se manifiesta y se expresa el deseo de salvación que Dios vierte siempre sobre el hombre pecador. El mal, de hecho, no puede ser aceptado, sebe ser señalado y destruido a través de la punición. Pero el Señor no quiere la muerte del malvado, sino que se convierta y viva (cfr. Ez 18,23; 33,11); su deseo es siempre el de perdonar, salvar, dar vida, transformar el mal en bien. Y bien, es justo este deseo divino que, en la oración, se convierte en deseo del hombre y se expresa a través de las palabras de intersección. Con su súplica, Abraham está prestando su voz, y también su corazón a la voluntad divina: el deseo de Dios es misericordia, amor y voluntad de salvación, y este deseo de Dios ha encontrado en Abraham y en su oración la posibilidad de manifestarse en modo concreto al interno de la historia de los hombres, para estar presente donde hay necesidad de gracia. Con la voz de su oración, Abraham está dando voz al deseo de Dios, que no es aquél de destruir, sino de salvar Sodoma, de dar vida al pecador convertido.


Abraham asume inmediatamente el problema en toda su gravedad, y le dice al Señor: ≤De verdad exterminaras al justo con el impío? Quizás hay cincuenta justo en la ciudad: de verdad los quieres eliminar? Y no perdonarás a aquel lugar para resguardar a los cincuenta justos que allí se encuentran? Lejos de ti el hacer morir al justo con el impío, así que el justo sea tratado como el impío; lejos de ti! Quizás el juez de la tierra no practicará la justicia?≥ (vv. 23-25). Con estas palabras, con gran coraje, Abraham pone delante de Dios la necesidad de evitar una justicia total: si la ciudad es culpable, es justo condenar su falta e infligir una pena, pero – afirma el gran patriarca – sería injusto punir en modo indiscriminado a todos sus habitantes. Si en la ciudad hay inocentes, estos no pueden ser tratados como culpables. Dios, que es un juez justo, no puede obrar así, dice Abraham justamente a Dios.


Si leemos, pero, más atentamente el texto, nos damos cuenta que la petición de Abraham es aun más seria y más profunda, porque no se limita a solicitar la salvación para los inocentes. Abraham pide el perdón para toda la ciudad y lo hace apelando a la justicia de Dios; dice, de hecho, al Señor: ≤Y no perdonaras a aquél lugar para resguardar a los cincuenta justo que allí se encuentran?≥ (v. 24b). Así, pone en juego una nueva idea de justicia: no aquella que se limita a punir a los culpables, como hacen los hombres, sino una justicia diferente, divina, que busca el bien y lo crea a través del perdón que transforma al pecador, lo convierte y lo salva. Con su oración, por lo tanto, Abraham no invoca una justicia meramente retributiva, sino una intervención de salvación, que, teniendo en cuenta a los inocentes, libera de la culpa también a los impíos, perdonándolos. El pensamiento de Abraham, que parecía casi paradójico, se podría sintetizar así: obviamente no se puede tratar a los inocentes como culpables, esto sería injusto, se necesita en vez tratar a los culpables como a los inocentes, haciendo un acto de justicia “superior”, ofreciéndoles a ellos una posibilidad de salvación, porque si los delincuentes aceptan el perdón de Dios y confiesan su culpa dejándose salvar, no continuarán haciendo el mal,  se convertirán ellos también en justos, sin que haya más necesidad de que sean punidos.
  

Es esto lo que el Señor quiere, y su dialogo con Abraham es una prolongada e inequívoca manifestación de su amor misericordioso. La necesidad de encontrar hombres justos al interno de la ciudad se hace siempre menos exigente y al final bastarán diez para salvar la totalidad de la población. Por cuál motivo Abraham se para en diez, no se menciona en el texto. Quizás es un número que indica un núcleo comunitario mínimo (todavía hoy, diez personas son un quórum necesario para la oración hebraica). Sin embargo, se trata de un número pequeño, una pequeña parte de bien del cual partir para salvar un gran mal. Pero ni siquiera diez justos se encontraron en Sodoma y Gomorra, y las ciudades fueron destruidas. Una destrucción paradójicamente testimoniada como necesaria propio por la oración de intersección de Abraham. Porque propio aquella oración reveló la voluntad salvífica de Dios: el Señor era dispuesto a perdonar, deseaba hacerlo, pero las ciudades estaban encerradas en un mal total y paralizante, sin ni siquiera pocos inocentes de donde partir para transformar el mal en bien. Porque es propio este el camino de la salvación que también Abraham pedía: ser salvados no quiere decir simplemente escapar de la punición, sino ser liberados del mal en que se vive. No es el castigo que debe ser eliminado, sino el pecado, aquél rechazo de Dios y del amor que lleva ya en sí el castigo. Dirá el profeta Jeremías al pueblo rebelde: ≤Tu misma maldad te castiga y tus rebeliones te punicen. Date cuenta y prueba cuánto es  triste y amargo abandonar al Señor, tu Dios≥  (Jer 2,19). Es de esta tristeza y amargura que el Señor quiere salvar al hombre liberándolo del pecado. Pero es necesaria una transformación desde el interior, cualquier punto de apoyo de bien, un inicio del cual partir para transmutar el mal en bien, el odio en amor, la venganza en perdón. Por eso los justos deben estar dentro de la ciudad, y Abraham continuamente repite: ≤quizás allá se encontrarán…≥. ≤Allá≥: es dentro de la realidad enferma que debe haber aquél germen de bien que pueda sanar y volver a dar la vida. Es una palabra dirigida también a nosotros: que en nuestras ciudades se encuentre el germen del bien; que hagamos de todo para que sean no solo diez los justos, para hacer realmente vivir y sobrevivir nuestras ciudades y para salvarnos de esta amargura interior que es la ausencia de Dios. Y en la realidad enferma de Sodoma y Gomorra aquél germen de bien no se encontraba.

Pero la misericordia de Dios en la historia de su pueblo se extiende ulteriormente. Si para salvar Sodoma bastaban diez justos, el profeta Jeremías dirá, a nombre del omnipotente, que basta un solo justo para salvar a Jerusalén: ≤Recorran la vías de Jerusalén, observen bien e infórmense, busquen en sus plazas si hay un hombre que practica el derecho, y busca la fidelidad, yo la perdonaré.≥ (5,1). El número ha bajado todavía, la bondad de Dios se muestra todavía más grande. Y este todavía no basta, la sobreabundante misericordia de Dios no encuentra la respuesta del bien que busca, y Jerusalén cae bajo el asedio del enemigo. Será necesario que Dios mismo sea aquél justo. Y este es el misterio de la encarnación: para garantizar un Justo Él mismo se hace hombre. El justo estará siempre porque es Él: se necesita, pero, que Dios mismo sea ese justo. El infinito y sorprendente amor divino será plenamente manifestado cuando el Hijo de Dios se haga hombre, el Justo definitivo, el perfecto inocente, que llevará la salvación al mundo entero muriendo sobre la cruz, perdonando e intercediendo por aquellos que ≤no saben lo que hacen≥ (Lc 23,34). Ahora la oración de cada hombre encontrará su respuesta, ahora cada una de nuestras intersecciones será plenamente escuchada.

Queridos hermanos y hermanas, la súplica de Abraham, nuestro padre en la fe, nos enseñe a abrir siempre más el corazón a la misericordia sobreabundante de Dios, para que en la oración cotidiana sepamos desear la salvación de la humanidad y a pedirla con perseverancia y con confianza al Señor que es grande en el amor. Gracias.


Traducido del italiano al español por: Esther María Iannuzzo.
Fuente de la información:
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2011/documents/hf_ben-xvi_aud_20110518_it.html

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La catequesis es muy buena, nos recuerda que nuestro Señor Jesús nos dijo mucha veces: Pedid, Llamad..y que se nos daría, porque el Padre es muy Misericordioso...

byron ledezma valerio dijo...

Ecxeléntes las catequesis dek papa traducidas, exelentes los artículos, ecxelentes los sacerdotes colaboradores Legionrios de Cristo. Ecxelete el Blogger. Vorrei sapere una cosa sola, questo Blogger esiste anche in italiano? Gracias por evangelizar en un mundo cada vez más secularizado. Byron Ledezma valerio, Costa Rica, blwroma@gmail.com