Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



jueves, 17 de febrero de 2011

Juan Pablo II y el Sufrimiento Humano


   El sufrimiento es padecer el mal, ante el que el hombre se estremece. Él dice: pase de mí≥, precisamente como  dice Cristo en el Getsemaní.

Luego de las palabras en el Getsemaní vienen las pronunciadas en el Gólgota, que atestiguan la profundidad del sufrimiento que se padece, cuando Cristo dice: ≤Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?≥.
 

El hombre en medio de su sufrimiento pregunta a Dios: ¿Por qué?, quiere conocer la causa y la razón de su sufrimiento, también pregunta: ¿Para qué?, quiere así mismo conocer la finalidad de su sufrimiento.

Juan Pablo II a lo largo de toda su vida estuvo muy cerca del dolor y el sufrimiento humano, él mismo lo experimentó en diversas formas, quizás por eso siempre manifestó su cercanía y su empatía con los que más sufrían. Antes de nacer perdió a su hermana y entre las edades de 9 y 21 años perdió a su madre, a su hermano mayor y a su padre. Experimentó con profundidad tanto el sufrimiento físico como el sufrimiento moral. Desde que inició sus estudios para el sacerdocio hasta el final de sus días fue espiado y perseguido, casi muere como consecuencia de una atentado contra su vida. Una vida nada fácil.

En varias de sus cartas y en varios de sus mensajes, y también con sus visitas se acerca a los sufren y les dice que les ama, que les comprende y dentro de lo que puede no escatima esfuerzos para mitigar ese sufrimiento de acuerdo a cada circunstancia en particular.

Al igual que Cristo, Juan Pablo II se acercó incesantemente al mundo del sufrimiento humano y ≤Pasó haciendo el bien≥.

Algunos hechos y mensajes que muestran cuán cercano estuvo Juan Pablo II a los que sufrían.

En su visita en el hospital a los damnificados del terremoto de Potenza, Italia en 1980 les dice: “He venido aquí para compartir vuestras penas y daros un signo de esa esperanza que un hombre debe ser para otro hombre[1].

Estuve preso o enfermo y me viniste a visitar….

A los jóvenes de la cárcel de menores de Casal del Marmo en Roma, se les hace cercano pronunciando estas palabras: “Sabed que he venido a vosotros porque os quiero y tengo confianza en vosotros; para manifestaros personalmente este amor mío, esta confianza mía y para deciros que no ceso de elevar oraciones a Dios para que os sostenga siempre con el amor que nos ha mostrado al enviarnos a su Hijo unigénito Jesucristo”[2].

Cuando visita a los jóvenes de la cárcel de Papuda en Brasilia les dice: “Es la visita de un amigo. Como amigo, me gustaría traeros al menos un poco de serenidad y de esperanza, para encontrar la voluntad de ser mejores y valentía para ello[3].

Dirigiéndose a los enfermos en el Evangelium Vitae dice: “Incluso en el momento de la enfermedad, el hombre está llamado a vivir con la misma seguridad en el señor y a renovar su confianza fundamental en Él, que le cura todas las enfermedades (CF. Sal 103/102)"[4].

Dejad que los niños se acerquen a mí…


En su Carta a los Niños manifiesta su pesar por el sufrimiento de tantos niños en el mundo: “¡Queridos amigos! En lo sucedido al niño de Belén podéis reconocer la suerte de los niños de todo el mundo. Si es cierto que un niño es la alegría no sólo de sus padres, sino también de la iglesia y de toda la sociedad, es cierto igualmente que en nuestros días muchos niños, por desgracia, sufren o son amenazados en varias partes del mundo: padecen hambre y miseria, mueren a causa de las enfermedades y de la desnutrición, perecen víctimas de la guerra, son abandonados por sus padres y condenados a vivir sin hogar, privados del calor de una familia propia, soportan muchas formas de violencia y de abuso por parte de los adultos. ¿Cómo es posible permanecer indiferente ante el sufrimiento de tantos niños, sobre todo cuando es causado de algún modo por los adultos?"[5]

Ya anciano, Juan Pablo II, sintiendo él mismo las fatigas que conlleva la ancianidad, escribe la Carta a los Ancianos y experimentando lo que escribe dice: “Mis queridos ancianos, que os encontráis en precarias condiciones por la salud u otras circunstancias, me siento afectuosamente cercano a vosotros. Cuando Dios permite nuestro sufrimiento por la enfermedad, la soledad u otras razones relacionadas con la edad, nos da siempre la gracia y la fuerza para que nos unamos con más amor al sacrificio de su Hijo y participemos con más intensidad en su proyecto salvífico[6].

Se sorprendían de que hablara con las mujeres (Jn, 4,27)

Al igual que Jesucristo, Juan Pablo II fue un verdadero promotor y defensor de la dignidad de la mujer y se manifestó abiertamente en contra de las diversas injusticias a las que han sido sometidas las mujeres a los largo de la historia y esto quedó expresado En la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem y en su Carta a las Mujeres.

En el Nro. 3 de la Carta a las Mujeres expresa: “Por desgracia somos herederos de un historia de enormes condicionamientos que, en todos los tiempos y en cada lugar, han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, olvidada en sus perrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud[7] .

Cercano a los emigrantes y refugiados

En uno de sus mensajes con motivo de la celebración de la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado expresa: “Lamentablemente nos estamos acostumbrando a ver el peregrinar desconsolado de los desplazados, la fuga desesperada de los refugiados, la llegada, con todo tipo de medios, de inmigrantes a los países más ricos en busca de soluciones para sus numerosas exigencias personales y familiares”[8]. “Nadie debe quedar insensible ante las condiciones en que se encuentran multitud de emigrantes. Se trata de personas que están a merced de los acontecimientos y que a menudo han vivido situaciones dramáticas”[9].

Salvifici Doloris

En su carta Apostólica Salvifici Doloris Juan Pablo II nos describe el sentido del sufrimiento humano y el valor salvífico del mismo, en ella destaca:

≤El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido “destinado” a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo[10]. El sufrimiento humano suscita compasión, suscita también respeto, y a su manera atemoriza[11]. El sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera “duele el cuerpo”, mientras que el sufrimiento moral es “dolor del alma”. La extensión y la multiformidad del sufrimiento moral no son ciertamente menores que las del físico; pero a la vez aquél parece como menos identificados y menos alcanzable por la terapéutica [12].

Otros tipos de situaciones que llevan al sufrimiento moral

Además de las situaciones citadas anteriormente cuando se hizo referencia a algunas cartas y mensajes de Juan Pablo II que llevan al sufrimiento moral, existen otro tipo de situaciones que lo provocan: El peligro de muerte, la muerte de los propios hijos, y especialmente del hijo primogénito y único. También la falta de prole, la nostalgia de la patria, la persecución y hostilidad del ambiente, el escarnio y la irrisión hacia quien sufre, la soledad y el abandono. El remordimiento de conciencia, la dificultad en comprender por qué los malos prosperan y los justos sufren, la infidelidad e ingratitud por parte de amigos y vecinos, las desventuras de la propia nación[13].


El sufrimiento es, en sí mismo probar el mal.

Se puede decir que el hombre sufre cuando experimenta cualquier mal. El hombre sufre a causa del mal, que es una cierta falta, limitación o distorsión del bien. Se podría decir que el hombre sufre a causa de un bien del que él no participa, del cual es en cierto modo excluido o del que él mismo se ha privado. Sufre en particular cuando « debería » tener parte —en circunstancias normales— en este bien y no lo tiene. Así pues, en el concepto cristiano la realidad del sufrimiento se explica por medio del mal que está siempre referido, de algún modo, a un bien[14].

Otros aspectos del sufrimiento

Los hombres que sufren se hacen semejantes entre sí a través de la analogía de la situación, la prueba del destino o mediante la necesidad de comprensión y atenciones. El mundo del sufrimiento tiene un sentido personal y a la vez colectivo, particularmente en algunos periodos y en algunos espacios de la existencia humana. Esto sucede, por ejemplo, en casos de calamidades naturales, epidemias, catástrofes, cataclismos o diversos flagelos sociales, en las guerras[15].

En cuanto al sentido del sufrimiento como castigo o no dice: si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad, por el contrario, que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo. La figura del justo Job es una prueba elocuente en el Antiguo Testamento[16]. El caso de Job fue una prueba a la que fue sometido y no un castigo. El libro de Job pone de modo perspicaz el « por qué » del sufrimiento; muestra también que éste alcanza al inocente, pero no da todavía la solución al problema[17].
 El sufrimiento debe servir para la conversión, es decir, para la reconstrucción del bien en el sujeto, que puede reconocer la misericordia divina en esta llamada a la penitencia. La penitencia tiene como finalidad superar el mal, que bajo diversas formas está latente en el hombre, y consolidar el bien tanto en uno mismo como en su relación con los demás y, sobre todo, con Dios[18].
El sufrimiento, en efecto, es siempre una pruebaa veces una prueba bastante dura—, a la que es sometida la humanidad[19].

En el sufrimiento está como contenida una particular llamada a la virtud, que el hombre debe ejercitar por su parte. Esta es la virtud de la perseverancia al soportar lo que molesta y hace daño. Haciendo esto, el hombre hace brotar la esperanza, que mantiene en él la convicción de que el sufrimiento no prevalecerá sobre él, no lo privará de su propia dignidad unida a la conciencia del sentido de la vida[20].
El valor salvífico del sufrimiento
Salvación significa liberación del mal, y por ello está en estrecha relación con el problema del sufrimiento. Según las palabras dirigidas a Nicodemo, Dios da a su Hijo al ≤mundo≥ para librar al hombre del mal, que lleva en sí la definitiva y absoluta perspectiva del sufrimiento.


Cristo no escondía a sus oyentes la necesidad del sufrimiento. Decía muy claramente: ≤Si alguno quiere venir en pos de mí… tome cada día su cruz. La senda que lleva al Reino de los cielos es ≤estrecha y angosta≥


Esto os lo he dicho para que tengáis paz en mí; en el mundo habéis de tener tribulación; pero confiad: yo he vencido al mundo. Como resultado de la obra salvífica de Cristo, el hombre existe sobre la tierra con la esperanza de la vida y de la santidad eternas. Y aunque la victoria sobre el pecado y la muerte, conseguida por Cristo con su cruz  y resurrección no suprime los sufrimientos temporales de la vida humana, ni libera del sufrimiento toda la dimensión histórica de la existencia humana, sin embargo, sobre toda esa dimensión y sobre cada sufrimiento esta victoria proyecta una luz nueva, que es la luz de la salvación. Es la luz del Evangelio, es decir la Buena Nueva[21].


Cristo se acercó sobre todo al mundo del sufrimiento humano por el hecho de haber asumido este sufrimiento en sí mismo. Durante su actividad pública probó no sólo la fatiga, la falta de casa, la incomprensión incluso por parte de los más cercanos; pero sobretodo fue rodeado cada vez más herméticamente por un círculo de hostilidad y se hicieron cada vez más palpables los preparativos para quitarlo de entre los vivos. Cristo se encamina hacia su propio sufrimiento, consciente de su fuerza salvífica; va obediente hacia el Padre pero ante todo está unido al Padre en el amor con el cual Él ha amado el mundo y al hombre en el mundo[22].
El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo[23].  A los ojos del Dios justo, ante su juicio, cuantos participan en los sufrimientos de Cristo se hacen dignos de su reino. Mediante sus sufrimientos, éstos devuelven en un cierto sentido el infinito precio de la pasión y de la muerte de Cristo, que fue el precio de nuestra redención: con este precio el reino de Dios ha sido nuevamente consolidado en la historia del hombre, llegando a ser la perspectiva definitiva de su existencia terrena. Cristo nos ha introducido en este reino mediante su sufrimiento. Y también mediante el sufrimiento maduran para el mismo reino los hombres, envueltos en el misterio de la redención de Cristo[24].


  Quienes participan en los sufrimientos de Cristo están también llamados, mediante sus propios sufrimientos, a tomar parte de la gloria[25]. Los que participan en los sufrimientos de Cristo conservan en sus sufrimientos una especialísima partícula del tesoro infinito de la redención del mundo, y pueden compartir este tesoro con los demás[26].
 
El Buen Samaritano


La parábola del buen Samaritano pertenece al Evangelio del sufrimiento. Indica cuál debe ser la relación de cada uno de nosotros con el prójimo que sufre. Buen samaritano es todo hombre, que se para junto al sufrimiento de otro hombre de cualquier género que ése sea. Ofrece ayuda, dentro de lo posible, eficaz. En ella pone todo su corazón y no ahorra ni siquiera medios materiales. Se da a sí mismo, su propio ≤yo≥, abriendo este ≤yo≥ al otro. Tocamos aquí uno de los puntos clave de toda la antropología cristiana. El hombre no puede « encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás », Buen Samaritano es el hombre capaz precisamente de ese don de sí mismo[27].

Podría decirse que el mundo del sufrimiento humano invoca sin pausa otro mundo: el del amor humano; y aquel amor desinteresado, que brota en su corazón y en sus obras, el hombre lo debe de algún modo al sufrimiento. No puede el hombre « prójimo » pasar con desinterés ante el sufrimiento ajeno, en nombre de la fundamental solidaridad humana; y mucho menos en nombre del amor al prójimo. Debe « pararse », « conmoverse », actuando como el Samaritano de la parábola evangélica[28].


La parábola del Buen Samaritano está en profunda armonía con el comportamiento de Cristo mismo. En el programa mesiánico de Cristo, que es a la vez el programa del reino de Dios, el sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo, para transformar toda la civilización humana en la ≤civilización del amor≥[29].

Concluyendo, este es el sentido del sufrimiento, verdaderamente sobrenatural y a la vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es también profundamente humano, porque en él el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión[30].
Esther María Iannuzzo.




[1] DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II EN EL HOSPITAL DE POTENZA, Martes 25 de noviembre de 1980.
[2].DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II A LOS JÓVENES DE LA CÁRCEL DE MENORES DE CASAL DEL MARMO, ROMA, Fiesta de la Epifanía del Señor, Domigo 06 de enero de 1980.
[3] DISCURSO DELSANTO PADRE JUAN PABLOII A LOS PRESOS DE LA CÁRCEL DE PAPUDA, Brasilia, Martes 1 de julio de 1980.
[4] EVANGELIUM VITAE, Nros. 46 y 47.
[5] CARTA A LOS NIÑOS, 13 de diciembre de 1994.
[6] CARTA A LOS ANCIANOS, 1 de octubre 1999.
[7] CARTA A LAS MUJERES, 29 de junio 1995.
[8] MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II PARA LA JORNADA MUNDIAL DEL EMIGRANTE Y EL REFUGIADO 2004, Nro. 1.
[9] MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II PARA LA JORNADA MUNDIAL DEL EMIGRANTE Y EL REFUGIADO 2004, Nro. 4
[10] Cf. SALVICI DOLORIS, 11 de febrero 1984, Nro. 2
[11] Cf. Ibid, Nro. 4

[12] Cf. Ibid, Nro. 5
[13] Cf. Ibid, Nro. 6
[14] Cf. Ibid, Nro. 7
[15] Cf. Ibid, Nro. 8
[16] Cf. Ibid, Nro. 11
[17] Cf. Ibid, Nro. 12
[18] Cf. Ibid
[19] Cf. Ibid, Nro. 23
[20] Cf. Ibid.
[21] Cf. Ibid, Nro. 14.
[22] Cf. Ibid, Nro. 16.
[23] Cf. Ibid, Nro. 18.
[24] Cf. Ibid, Nro. 21.
[25] Cf. Ibid, Nro. 22.
[26] Cf. Ibid, Nro. 27.
[27] Cf. Ibid, Nro. 28.
[28] Cf. Ibid, Nro. 29.
[29] Cf. Ibid, Nro. 30.
[30] Cf. Ibid, Nro. 31.

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