Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI para el mes de Septiembre 2011

PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy comenzamos de nuevo con las catequesis del Año de la fe, reflexionando sobre la resurrección de Jesús. ¿Cómo se ha transmitido esta verdad de fe? En las Escrituras encontramos dos tipos de testimonios al respecto: el primero, las breves fórmulas como la que hemos escuchado en la lectura del Apóstol, que indican con concisión el núcleo de la fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. El segundo, las narraciones que relatan el acontecimiento. Es significativo el hecho de que sean mujeres, que según la ley no podían dar un testimonio fiable, las primeras en anunciar la resurrección. Dios no las elige con criterios humanos sino que mira a su corazón. Su experiencia parte del amor, que las mueve a acudir al sepulcro, y que las hace capaces de acoger el signo de la tumba vacía y el anuncio del mensajero de Dios, y trasmitirlo, pues la alegría y la esperanza que las invade no se puede contener.

Audiencia General 03 de abril del 2013.



jueves, 29 de abril de 2010

Origen y significado de la dignidad de la mujer

≤Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó: mujer y hombre los creó≥ (Gn, 1,27).

La dignidad de la mujer, pues, tiene su origen en el haber sido creada a imagen y semejanza de su creador que es Dios, quien desde el primer momento la ama, la llama a ser su hija y la coloca al cuidado del hombre. Y es en comunión con Dios que esa dignidad puede mantenerse en alto.

Esta dignidad que desde el principio de la creación posee la mujer viene confirmada y realzada por Jesucristo, por su manera amable y respetuosa de tratar a las mujeres. Cristo fue ante sus contemporáneos el promotor de la verdadera dignidad de la mujer y de la vocación correspondiente a esa dignidad[1]. En varios pasajes de la biblia podemos ver como Jesús las trata como a un igual en medio de una sociedad que consideraba a la mujer un ser de inferior calidad. No tuvo reparos en dejarse tocar por prostitutas y por adulteras, por la hemorroisa, por mujeres en condiciones que las hacían ser consideradas, y aun hoy lo son, impuras, despreciables. Se dejaba tocar, y él a su vez las tocaba, para sanarlas de cuerpo y de alma. Una vez que estas mujeres se topaban con Jesús en su camino sus vidas cambiaban para siempre. A partir de ese momento es como sí comenzaran a renacer, comenzaran a descubrirse a sí mismas, a valorarse, a reconocerse como hijas de Dios y a dejar que su gracia actuara en ellas.

≤Se sorprendían de que hablara con una mujer≥ (Jn 4,27) porque era un comportamiento contrario a los israelitas de su tiempo, se sorprendían incluso los mismos discípulos de Cristo[2]. El modo de actuar de Cristo, el Evangelio de sus obras y de sus palabras, es un coherente reproche a cuanto ofende la dignidad de la mujer[3].

La dignidad de la mujer se relaciona íntimamente con el amor que ella recibe por su feminidad y también con el amor que, a su vez, ella da. La mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás[4]. Y es que amar es la vocación a la que están llamados todos los seres humanos, hemos sido creados por un ser que es amor y a imagen y semejanza de ese amor, y por ende, nuestra realización plena no puede darse sí no es en el amor.

Corresponde a cada mujer vivir de acuerdo a la dignidad que le ha dado Dios y que ha confirmado Jesucristo, no solo por el trato que le dio a las mujeres que encontró en su camino, sino también por habernos redimido. El acto de la redención es un hecho que confirma y eleva la dignidad de cada ser humano.

La mujer de todas las épocas y de todas las culturas y religiones siempre ha tenido un gran desafío ante sí: el descubrir su dignidad, el aprender a valorarla y el hacerla respetar. Esa tarea toca a todas y cada una de nosotras sin excepción. Si no valoramos y respetamos nuestra dignidad nadie lo hará. Debemos reflejar esa dignidad en todos los actos de nuestra vida, en nuestra forma de actuar, lo que decimos, como lo decimos, en nuestra manera de vestirnos y de conducirnos, en la forma como tratamos a los demás y la manera como realizamos nuestro trabajo.

Sí tú no tuvieras el valor que tienes, Dios no hubiera enviado a su hijo a dar su vida por ti, Jesús vino a redimirnos a todos por igual; a los hombres y a las mujeres.
[1] JUAN PABLO II, Mulieris Dignitatem, N. 12[2] Cf. Ibid.[3] MD, N. 1.5[4] Cf. Ibid., 30

Esther María Iannuzzo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Siempre he considerado que el regalo más grande que me ha dado Dios es la VIDA y el segundo haberme dado la vida como MUJER. Desde que Dios creó al hombre y a la mujer,nosotras hemos tenido que luchar, luchamos y seguiremos luchando para que los hombres, las culturas y religiones terminen difinitivamente dandose cuenta de lo importantes que somos. Hay movimientos, que a mi modo de ver, han luchado de forma erronea por los derechos de la mujer, buscando que seamos iguales a los hombres, y es que no terminan de entender que NO somos hombres, SOMOS MUJERES, y cuando todas entendamos y apreciemos de verdad lo que somos y los que valemos, se pondrá fin a una competencia absurda que existe entre ambos sexos y que en muchos casos esta llevando a la destrucción de los hogares y por consiguiente de nuestra sociedad. La familia es el núcleo de la sociedad, y dependiendo de lo que salga de cada núcleo así será la sociedad en la cual tenemos que vivir. Los cabezas de familia son la madre y el padre, pero en nosotras esta la mayor responsabilidad, por que? esta comprobado que los hijos siguen más los ejemplos de las madres que el de los padres, ya que somos la parte de las normas,las reglas, el orden, pero al mismo tiempo tierna, amorosa, que tiene más tiempo y paciencia para escuchar, para jugar, para desvelarnos....... Valoremos y respetemos nuestra condición de mujer, somos el bien más preciado de la creación. GRACIAS DIOS.