Muchos hombres de ciencia, de arte, de literatura han sabido crecer y al mismo tiempo aportar al mundo grandes descubrimientos, obras de arte, best sellers simplemente maravillándose con la naturaleza.
Son también por todos conocidas las grandes enseñanzas de las religiones orientales basadas en la observación de la naturaleza, del comportamiento de los animales, del crecimiento de una planta…
Un famoso poeta latino, Virgilio, nos dejó un legado de enseñanzas en la contemplación de las abejas. Su égloga IV es un verdadero himno a este animalito que le llamó particularmente la atención. La abeja, principal productora de la miel, es un animalito muy trabajador. Cada mañana y hasta el ponerse el sol, va y viene, entra y sale del panal al que pertenece. Se posa en cada flor para extraer la materia prima de tan preciado manjar. Su máxima atracción es el perfume que emana de una y otra flor. Sólo son aceptadas para extraer la materia prima, las flores bellas y frescas, las de mejor calidad para hacer competitivo y bueno su producto. Las flores secas y podridas no son dignas de participar en la producción de la miel.
Por los valles y montañas de Antioquia vuela otro animal: el gallinazo[1]. Éste trabaja poco. Simplemente planea por los aires buscando alguna víctima, ya muerta, para comer. A diferencia de las abejas, mientras más podrido y mal oliente esté el cadáver, mucho mejor. Ciertamente con estas características de materia prima no sale absolutamente nada. No hay miel, no hay manjares, no hay ningún producto capaz de entrar al mercado.
Muchos jóvenes de nuestro tiempo son como los gallinazos: les atrae lo podrido y mal oliente de nuestra sociedad. No tienen ojos para ver la hermosura de las flores frescas y perfumadas. Sus vidas no producen absolutamente nada. A ellos les hacen falta gafas más agudas, pues casi han perdido la vista. Los jóvenes abejas son más pequeños, imperceptibles a veces, pero producen un preciado manjar para el mundo: La esperanza.
Son también por todos conocidas las grandes enseñanzas de las religiones orientales basadas en la observación de la naturaleza, del comportamiento de los animales, del crecimiento de una planta…
Un famoso poeta latino, Virgilio, nos dejó un legado de enseñanzas en la contemplación de las abejas. Su égloga IV es un verdadero himno a este animalito que le llamó particularmente la atención. La abeja, principal productora de la miel, es un animalito muy trabajador. Cada mañana y hasta el ponerse el sol, va y viene, entra y sale del panal al que pertenece. Se posa en cada flor para extraer la materia prima de tan preciado manjar. Su máxima atracción es el perfume que emana de una y otra flor. Sólo son aceptadas para extraer la materia prima, las flores bellas y frescas, las de mejor calidad para hacer competitivo y bueno su producto. Las flores secas y podridas no son dignas de participar en la producción de la miel.
Por los valles y montañas de Antioquia vuela otro animal: el gallinazo[1]. Éste trabaja poco. Simplemente planea por los aires buscando alguna víctima, ya muerta, para comer. A diferencia de las abejas, mientras más podrido y mal oliente esté el cadáver, mucho mejor. Ciertamente con estas características de materia prima no sale absolutamente nada. No hay miel, no hay manjares, no hay ningún producto capaz de entrar al mercado.
Muchos jóvenes de nuestro tiempo son como los gallinazos: les atrae lo podrido y mal oliente de nuestra sociedad. No tienen ojos para ver la hermosura de las flores frescas y perfumadas. Sus vidas no producen absolutamente nada. A ellos les hacen falta gafas más agudas, pues casi han perdido la vista. Los jóvenes abejas son más pequeños, imperceptibles a veces, pero producen un preciado manjar para el mundo: La esperanza.
P. Daniel Muñoz, L.C.
[1] Que en otros países se llama comúnmente buitre.
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