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Eluana Englaro. |
No puede negarse el enorme sufrimiento que padecen las personas discapacitadas y también las personas que les circundan. Pero esto no es motivo para poner fin a la vida de un ser humano. Todos los seres humanos experimentamos el sufrimiento en alguna o en varias de sus formas. Las personas discapacitadas y las que padecen una enfermedad terminal sufren física, moral, y en muchos casos también espiritualmente. Lo que esperan de nosotros, lo mejor que podemos darles a estas personas es nuestra compañía, nuestro cariño y ayudarles a dar un sentido y un valor sobrenatural a tanto sufrimiento. Que sientan que no están solas ni física ni espiritualmente. No podemos darles a entender que son una carga para nosotros, ni económicamente ni en ningún otro sentido.
Para que nosotros podamos ser un verdadero apoyo para estas personas que no pueden valerse por sí misma y para aquellas que sufren una enfermedad terminal, debemos antes entender y valorar la dignidad que posee todo ser humano sean cuales sean las circunstancias en las que se encuentre su cuerpo. La dignidad de la persona no está presente sólo cuando la persona está físicamente activa, trabaja y es productiva y exitosa. En estas personas que están atadas a una silla de ruedas y a una cama también está presente una dignidad, su dignidad, la dignidad que les proviene de ser hijos de Dios y de haber sido creados a su imagen y semejanza. Estas personas son tan amadas por Dios como lo somos nosotros.
Estas personas que encontramos en nuestro camino, en un familiar, un amigo o un conocido, pueden ayudarnos a valorar más nuestra salud, a dar un mejor uso a nuestra libertad, a valorar más a nuestra familia, nuestro trabajo, nuestros amigos y a saber disfrutar mejor y de manera prudente nuestros lujos y nuestras comodidades.
Estas personas nos llaman a ser solicitas y a practicar la compasión y la caridad. Sus cuerpos encarnan el dolor y el sufrimiento que unidos a Cristo pueden convertirse en instrumento de redención para el mundo, para nosotros. Con nuestra cercanía y nuestra guía podemos ser ese instrumento que ayude a estas personas a unir sus sufrimientos a la cruz de Cristo y así convertirlo en un sufrimiento redentor. Les animará mucho saber que el suyo no es un sufrimiento inútil, que por el contrario el suyo es un sufrimiento de gran utilidad y de gran sentido para toda la humanidad.
Estas personas nos llaman a ser solicitas y a practicar la compasión y la caridad. Sus cuerpos encarnan el dolor y el sufrimiento que unidos a Cristo pueden convertirse en instrumento de redención para el mundo, para nosotros. Con nuestra cercanía y nuestra guía podemos ser ese instrumento que ayude a estas personas a unir sus sufrimientos a la cruz de Cristo y así convertirlo en un sufrimiento redentor. Les animará mucho saber que el suyo no es un sufrimiento inútil, que por el contrario el suyo es un sufrimiento de gran utilidad y de gran sentido para toda la humanidad.
También debemos estar cerca de aquellos que se encuentran en estado vegetativo, de aquellos que no pueden expresarse. Ellos también tienen necesidad de nosotros, de nuestra oraciones y quizás también de nuestros cuidados. Tenemos el deber moral y cristiano de estar cerca de sus familiares y de ayudarles a hacer su yugo más ligero. No podemos culparles si en algún momento se sienten agotados física y emocionalmente, también son humanos y sus cuerpos se resienten y sus fuerzas se agotan. Necesitan mucha ayuda espiritual, psicológica, y en muchos casos también la ayuda económica. Muchos familiares han tenido que renunciar a sus trabajos para poder atender a un cónyuge, un hijo a un padre o hermano en estas circunstancias. Estas personas llegan a estar incluso en situaciones precarias. Con ellas también estamos llamados a ser solícitos y a practicar la caridad.
Como el buen samaritano los cristianos, los seguidores de Cristo, estamos llamados a practicar la compasión, la compasión muy al contrario del sentido que se le quiere dar a esta palabra significa “sufrir juntos”, no significa eliminar al que sufre, aunque en el fondo la intensión sea o pretenda ser buena.
No basta con manifestar una postura en contra de la eutanasia, si bien tenemos el deber de hacerlo, es necesario también desde nuestras posibilidades brindar apoyo a quienes podrían ser víctimas de esta práctica y a sus familiares.
Como hijos de Dios creador de la vida, tenemos el deber de defender la vida desde su concepción hasta su muerte natural y tenemos el deber de ayudar a mantener la vida mientras ella exista y mientras no sea un prolongar la vida a cualquier precio y mediante el uso de terapias desproporcionadas que prolongarían el sufrimiento de la persona que se encuentra en la fase terminal de su vida.
A la hora de elegir a nuestros presidentes y a nuestros parlamentarios inclinémonos hacia aquellos que se posicionan a favor de la vida. El tema de la vida debería ser incluido entre los temas de debate político como uno de los más importantes. No podemos colocarnos del lado de un político que en su agenda de trabajo tiene como una de su prioridades eliminar la vida de sus ciudadanos en el vientre de sus madres y a aquellos que por encontrarse en situación de discapacidad o padeciendo una enfermedad terminal ya no son productivos y que en algunos casos representan una carga para los sistemas sanitarios públicos, es decir son una carga para el estado.
La vida procede de Dios y sólo a Él le pertenece a nosotros nos corresponde acogerla y protegerla.
Esther María Iannuzzo.
Esther María Iannuzzo.
Nota: En la foto Eluana Englaro muerta en Italia el 09 de Feb. del 2009 victima de la eutanasia pasiva.
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