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Edith Stein. (Santa Teresa Bendicta de la Cruz) |
Edith Stein “era una pedagoga innata” así la han definido quienes la conocieron. Preocupada siempre por ofrecer lo mejor de sí a sus alumnos y de conducirlos a ellos a un pleno conocimiento de ellos mismos, consideraba que el maestro debe iniciar al discípulo en el conocimiento de Dios, de las leyes de la creación y debe conducirlo al Reino de los Cielos.
De acuerdo a esta visión de la acción educativa el educador es llamado por Dios a abrir el alma del alumno al influjo de la gracia y a desarrollar sus energías inactivas moldeándolas a imagen de Dios. Maestro y discípulo sirven y obedecen a Dios. El maestro manda pero no por autoridad propia sino como una tarea que ha recibido de lo alto. El alumno se somete al maestro no como a una autoridad terrena que dicta las leyes a su gusto, sino como a aquella Autoridad Superior que le ha dado al maestro una tarea y una dignidad.
Adhiriéndose a la “analogía entis”(1) de Santo Tomas de Aquino, Edith Stein, admite que en el alma humana exista una semilla de la imagen de Dios y para desarrollarla plenamente la persona tiene necesidad de la ayuda sobrenatural de la gracia y de la ayuda natural de la obra educativa humana. Si esta última le viene dada el alumno podrá acercase al cuadro ideal de perfección que le es innato.
Edith Stein sostienen que una obra educativa verdaderamente fructuosa solo puede ser realizada por personas que estén profundamente formadas y preparadas para la profesión didáctica e indica que de tres maneras diferentes un maestro puede influir sobre sus alumnos: con la palabra que instruye, con la acción pedagógica y con el propio ejemplo personal. Estas tres maneras son el medio con el cual puede mover a sus alumnos a una participación intima al proceso formativo y señala que, la participación del maestro se limita a una mera influencia exterior ya que éste puede esforzarse para hacer vibrar las fibras profundas del ánimo de sus alumnos, puede ofrecerles su guía y su ayuda, pero, su obra formativa es siempre una mediación, porque cada educación es una auto-educación y cada formación es una auto-formación.
“Quien frecuenta la escuela de la Sagrada Escritura como discípulo diligente, llevará luego a su escuela al Salvador, y los niños sentirán que Él está entre ellos y que los ayuda en su trabajo, y así, Él tomará plena posesión de sus almas…El alma formada por la palabra de Dios continua, aun sin quererlo, a educar como educa la escritura”. Edith Stein.
Esther María Iannuzzo.
(1) Analogía del ente (Del latín «analogía entis»). Concepto metodológico central en la filosofía católica (Neotomismo, Escolástica, Tomismo, Tomas de Aquino). La analogía del ente implica que todo ser (trátese de un objeto material, de un fenómeno o de una idea) es parecido a otro y, al mismo tiempo, es distinto de él. Partiendo de este principio, la filosofía católica establece la escala jerárquica del ente. Por cuanto en la analogía del ente se considera que lo primario y determinante es la semejanza, la unidad, según la metafísica escolástica (Tomás de Aquino; entre los escolásticos modernos, Erich Przywara y otros), la causa, la fuente inicial de la multiplicidad cualitativa del ente no puede ser más que una fuerza exterior, sobrenatural: Dios, en quien coinciden todas las diferencias. De este modo, en el concepto de analogía del ente se da carácter absoluto a la identidad, a la semejanza de objetos» y fenómenos, mientras que sus diferencias cualitativas se reducen a cuantitativas. Dicho concepto fue introducido en la escolástica medieval.
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