Para poder llevar a cabo el proyecto que Dios estableció en ella al momento de su creación, la mujer debe aprender a conocerse, debe saber quién es, cuáles son sus potencialidades y sus limitaciones. Debe pedirle a Dios en oración que le muestre cuál es su vocación personal y su misión en la vida y que le dé el valor para cumplirla porque no hay duda de que el tener claro cuál es nuestra misión y el buscar la guía y el apoyo principalmente de Dios, sabiendo que Él siempre estará a nuestro lado, proporciona las fuerzas necesarias para llevar a cabo cualquier empresa.
Debemos preguntarnos: ¿Quiénes somos nosotras y cómo debemos ser? Y preguntarnos también ¿En qué punto del camino nos encontramos entre lo que somos y lo que debemos ser?, ¿Estamos caminando por el camino que nos lleva al cumplimiento de nuestra misión o aun no la hemos descubierto?
Se entiende por vocación el proyecto de aquello que debo ser; mi verdadero yo. Al inicio se encuentra oculta y solo poco a poco se desvela a la conciencia. No viene nunca impuesta al hombre sino propuesta. Por su parte, la misión es una dimensión exclusiva del hombre. Toda acción debe surgir de nuestra vocación, brotar de nuestra existencia y acercarnos a su realización.
La mujer tiene una triple exigencia: desarrollar sus valores humanos, es decir, aquellos que conciernen a la especie humana y que nos diferencian de las otras especies, desarrollar su feminidad y desarrollar su individualidad, es decir, aquellas cualidades y habilidades propias. Descubriendo y desarrollando sus cualidades y habilidades, la mujer, podrá también descubrir su misión, pues Dios ha dotado a cada mujer de aquellas características y habilidades propias que la ayudarán en el cumplimiento de su misión.
En su libro La Mujer la filosofo alemana Edith Stein, hoy Santa Teresa Benita de la Cruz, describe tres modos en los que la mujer puede llevar a cabo el cumplimiento de su misión:
“En tres modos, correspondientes a sus dotes e inclinaciones individuales, la mujer puede cumplir su misión según el orden de la naturaleza y de la gracia: en el matrimonio, en el ejercicio de un profesión que ponga en acción la tarea nobilísima de la mujer de formar al hombre y bajo el velo de la Esposa de Cristo. La “doble” función de compañera del alma y de madre de las almas no está limitada a los estrictos límites de las relaciones matrimoniales y maternas, ésta se extiende a todos los seres humanos que entran en su horizonte”.
El cumplimiento de la misión, cualquiera que ésta sea, requiere de la mujer una debida formación, de no ser así corre el riesgo de fracasar en ello. También hace falta tener fuerza, coraje y paciencia para afrontar los obstáculos que se presenten.
Las mujeres que poseen una mayor y mejor formación tienen el deber moral de ayudar a otras, con escasa o ninguna formación, en el descubrimiento de su vocación y misión y en su formación.
Finalizo con el hermoso agradecimiento que Juan Pablo II, en su Carta a las Mujeres en el N. 12, hace a Dios por las mujeres, y a cada mujer por el rol que desempeña y el aporte que cada una desde su condición hace a la humanidad:
“Dar gracias al Señor por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo se convierte en un agradecimiento concreto y directo a las mujeres, a cada mujer; por lo que representa en la vida de la humanidad. Te doy gracias, mujer-madre, mujer-esposa, mujer-hija y mujer-hermana, mujer-trabajadora y mujer-consagrada. Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanes”.
Esther María Iannuzzo.
1 comentario:
¡Hermoso, Esther! Le deseo una semana llena de Dios. Besos.
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