Introducción
La esterilidad no obstante, cualquiera sea la causa y el pronóstico, es ciertamente una dura prueba. En los esposos el deseo de descendencia es natural: expresa la vocación a la paternidad y a la maternidad inscrita en el amor conyugal. Este deseo puede ser todavía más fuerte si los esposos se ven afligidos por una esterilidad que parece incurable[1].
La ausencia de fertilidad produce: sentimiento de frustración en la pareja, sentimiento de frustración personal, sentimiento de soledad y problemas de comprensión y de aceptación en la pareja. Todo ello, trae como consecuencia que algunas parejas traten de superar estos sentimientos acudiendo a las técnicas de fecundación artificial como medida desesperada para ver colmado su anhelo de ser padres. Pero estas técnicas de fecundación artificial son inmorales y su juicio ético se articula en tres puntos: 1. El respeto del embrión humano: El hijo es un don, no un derecho ni un producto, 2. La naturaleza de la sexualidad humana y del acto conyugal: la fecundación artificial es profundamente inmoral porque divide en el acto conyugal la dimensión unitiva y procreativa, 3. La unidad de la familia: en la fecundación artificial el hijo es agregado o introducido en la familia desde el exterior[2].
Lugar natural de la procreación.
El lugar natural para la procreación es el matrimonio. Según el designio de Dios, el matrimonio es el fundamento de la comunidad más amplia de la familia, ya que la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y educación de la prole, en la que encuentran su coronación[3].
La procreación humana presupone la colaboración responsable de los esposos con el amor fecundo de Dios; el don de la vida humana debe realizarse en el matrimonio mediante los actos específicos y exclusivos de los esposos, de acuerdo con las leyes inscritas en sus personas y en su unión[4].
Dios, con la creación del hombre y de la mujer a su imagen y semejanza, corona y lleva a perfección la obra de sus manos; los llama a una especial participación de su amor y al mismo tiempo en su poder de Creador y Padre, mediante su cooperación libre y responsable en la transmisión del don de la vida humana: ≤Y bendíjolos Dios y les dijo: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla”≥ (Gén. 1,28)[5].
La dignidad de la procreación
Todo ser humano debe ser acogido siempre como un don y bendición de Dios. Sin embargo, desde el punto de vista moral, sólo es verdaderamente responsable, para con quien ha de nacer, la procreación que es fruto del matrimonio. El hijo tiene derecho a ser concebido, llevado en las entrañas, traído al mundo y educado en el matrimonio: sólo a través de la referencia conocida y segura de sus padres pueden los hijos descubrir la propia identidad y alcanzar la madurez humana[6].
Todo ser humano debe ser acogido siempre como un don y bendición de Dios. Sin embargo, desde el punto de vista moral, sólo es verdaderamente responsable, para con quien ha de nacer, la procreación que es fruto del matrimonio. El hijo tiene derecho a ser concebido, llevado en las entrañas, traído al mundo y educado en el matrimonio: sólo a través de la referencia conocida y segura de sus padres pueden los hijos descubrir la propia identidad y alcanzar la madurez humana[6].
La visión cristiana de la procreación contempla tres aspectos: 1. Paternidad y maternidad responsables; 2. El hijo como don y 3. Diferencia entre producir y generar.
1. Paternidad y maternidad responsables.
El amor conyugal exige a los esposos una conciencia de su misión de "paternidad responsable" sobre la que hoy tanto se insiste con razón y que hay que comprender exactamente. Entre otros aspectos, la paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismos, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores.
En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan, por tanto, libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la iglesia[7].
2. El hijo como don.
Si bien el deseo de descendencia de los esposos es natural, el matrimonio no confiere a los cónyuges el “derecho” a tener un hijo, sino solamente el derecho a realizar los actos naturales que de suyos se ordenan a la procreación. Un verdadero y propio derecho al hijo sería contrario a su dignidad y a su naturaleza. El hijo no es algo de debido y no puede ser considerado como objeto de propiedad: es más bien un don, “el más grande” y el más gratuito del matrimonio, y es el testimonio vivo de la donación reciproca de sus padres[8].
El don se acoge. |
El derecho al hijo es una expresión impropia, porque ninguno tiene el ≤derecho≥ a tener una persona como si fuera una cosa. Para el creyente el acto procreativo asume un significado aun más grande, en cuanto implica una especial intervención de Dios Creador: ≤Al origen de cada persona humana hay un acto creativo de Dios≥. La capacidad procreativa, inscrita en la sexualidad humana, es – en su verdad más profunda – una cooperación con la potencia creativa de Dios. Y deriva también, que de esta misma capacidad, el hombre y la mujer no son árbitros, no son patrones, llamados como son, en esa y a través de esa, a ser participes de la decisión creativa de Dios≥[9].
3. Diferencia entre producir y generar.
Así como el Verbo Eterno de Dios ha sido “generado en un acto de amor eterno, y no creado”, así en modo análogo las personas. Las palabras “creado por Dios” son destinadas a ser “generado en acto de amor conyugal, y no creado en laboratorio”[10]. La persona no debe ser concebida como un objeto de “producción”, sino siempre y solamente como fruto de un gesto de “procreación”. Debe ser siempre “generada” no “hecha”. Cada persona humana tiene una dignidad que le proviene del hecho mismo de ser persona, fin en sí misma.
Las nuevas tecnologías reproductivas han separado el momento reproductivo del momento sexual: la tecnología incide en la construcción del material humano. Los hijos ya no son “concebidos o generados” como resultado de una relación personal sino “producidos” como objetos de uso cotidiano, de los cuales normalmente nos servimos[11]. El respeto de la dignidad de la persona comienza por el respeto de su origen, por el respeto del modo en el que es traída a la existencia. “Respetar” significa negar a ser reducido a un objeto[12].
Conclusión
Un niño que ha sido generado y no hecho en laboratorio, encarna la unión de su padre con su madre. Ellos no se han simplemente reproducido, ni los padres son simplemente una causa de la cual el hijo es un mero efecto. Más bien, es el poder de su reciproco amor el que ha generado a otro individuo que, si bien es diferente de ambos, es igual en dignidad, y la manifestación viviente del amor que les une. El amor reciproco de los padres ha sido el amor que da la vida, este amor es un autentico acto de procreación[13].
La comunidad cristiana está llamada a iluminar y sostener el sufrimiento de quienes no consiguen ver realizada su legítima aspiración a la paternidad y a la maternidad. Los cónyuges estériles no deben olvidar que incluso cuando la procreación no es posible, no por ello la vida conyugal pierde su valor. La esterilidad física, puede ser ocasión para los esposos de hacer otros importantes servicios a la vida de las personas humanas, como son, por ejemplo, la adopción, los varios tipos de labores educativas, la ayuda a otras familias, a los niños pobres y minusvalidos[14].
Se debe impulsar a los hombres de ciencia a proseguir sus trabajos de investigación, con objeto de poder prevenir y remediar las causas de la esterilidad, de manera que los matrimonios estériles consigan procrear respetando su dignidad personal y la de quien ha de nacer[15]. Los expertos de las ciencias, sobre todo biológicas, médicas, sociales y psicológicas, pueden aportar un gran contributo al bien del matrimonio y de la familia y a la paz de las conciencias, sí, uniendo sus estudios busquen esclarecer siempre más a fondo las diversas condiciones que favorezcan una ordenada y honesta procreación humana[16].
Esther María Iannuzzo.
[1] Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Donum Vitae, II B, 8.
[2] Cfr. R. LUCAS LUCAS, Bioética para todos, Trillas, México, 20042, 51 – 52.
[3] JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, 14.
[2] Cfr. R. LUCAS LUCAS, Bioética para todos, Trillas, México, 20042, 51 – 52.
[3] JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, 14.
[4] CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, DV, Introducción 5.
[5] JUAN PABLO II, Exhort. Ap. FC, 28.
[6] CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, DV, I A, 1.
[7] PABLO VI, Cart. Enc. Humanae Vitae, 10
[8] Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, DV, II B, 8.
[9] Cfr. E. Sgreccia, Manuale di Bioética Vol. 1, Fondamenti ed etica biomedica, Vita e Pensiero, Milano 20074, 508.
[10] William May.
[11] C. Rolando, ≤“Generazione” o “Produzione” di un nuovo essere umano?≥ en Studia Bioetica Vol. 2, n 1 (2009), 48 - 57.
[13] G. MEILAENDER, Bioethics, A Primer for Christians, 41.
[14] Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE DV, N. II, 8.
[15] Ibid.
[16] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Cons. Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes, 52.
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