Otro mundo es posile. |
En una noche de insomnio, sin poder reconciliar el sueño. Una de esas noches raras que me asustan, me vino a la mente esa pregunta que me hizo un joven y me dejo inquieto: ¿Se perfila un mundo mejor? ¿Que la violencia, el hambre, los desórdenes sociales algún día terminarán? La pregunta me impresionó. En ese momento me quedé callado. Bajé la mirada y me retiré confundido. A este requerimiento se suma el recuerdo de la mirada profunda de aquel joven. Tal vez con la esperanza ya perdida. ¿Realmente caminamos hacia un mundo mejor, más humano?
Ante la situación del mundo y de las ideas que pululan en los medios de comunicación podemos entrever una respuesta algo pesimista. Da la impresión, que como dice el refrán: “vamos de mal en peor”. A este pesimismo se suma la respuesta de Dios, que como en la cruz, guarda silencio. ¿Por qué este silencio de Dios? Pero también de los hombres. Silencio de la ONU ante la hambruna en África; silencio de los gobiernos ante las propuestas del aborto y de la Eutanasia; silencio de los ricos ante las ingentes necesidades de los pobres; silencio de los buenos ante las dramáticas arremetidas de los malos; en fin, no sólo Dios calla.
La gran motivación de un joven, que yo también tuve, fue esta: cambiar el mundo. Es cierto que algunos han influido fuertemente y han cambiado el mundo. Pensemos por ejemplo en Steve Jobs que revolucionó la tecnología; pensemos en Mark Zuckerberg con la revolución de las redes sociales; pensemos en Albert Einstein que revolucionó la ciencia. Y así tantos hombres y mujeres que han cambiado las formas de relacionarnos con el mundo.
Sin embargo, ese no es el cambio que queremos; no es el cambio que alguna vez soñé; no es el cambio que hoy reclaman muchos hombres en el mundo. Pero ese cambio no se da sin una toma de conciencia profunda de la pregunta fundamental ¿Quién soy? ¿Quién es el hombre? La respuesta a esta pregunta sí que es pesimista. No estamos aquí para cambiar nada. Cuando Aristóteles se hizo esta pregunta, la respuesta no fue “cambiar el mundo”. Fue ser virtuoso y con ello alcanzar la anhelada felicidad. De aquí por tanto, podemos deducir que el mundo cambiará, siempre y cuando no nos compliquemos la vida preguntándonos por la misión que tenemos o por la forma en que cambiaríamos el mundo. La respuesta es más sencilla: seamos verdaderos hombres.
P. Daniel Muñoz, L.C.
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