La ley y la moral
Recientemente se ha dado el fenómeno de hacer leyes contrarias a la persona, no acudiendo a la opinión de una mayoría, sino peor aún, acudiendo a la opinión de la minoría.
En varios países del mundo se está legislando sobre temas muy escabrosos, acudiendo a las opiniones de las minorías. Por ejemplo, en el caso del matrimonio homosexual o del aborto, yendo en contra de la opinión de la mayoría de los ciudadanos.
Debemos tener cuidado. El pasado jueves sentí un dolor fuerte de cabeza. Le pregunté al vecino, a mi madre, a unos amigos qué me recomendaban. Lógicamente coincidieron en las aspirinas. Sin embargo, seguí con el dolor. En esas circunstancias fui al hospital y el médico me dijo que tenía sinusitis aguda agravada, y que la simple aspirina no era su recomendación. En este caso la opinión de la mayoría no sirve para descubrir la verdad. Vale más la opinión de un experto.
En el caso de las leyes aprobadas por minoría podríamos hacernos la pregunta crucial: los que legislan ¿son expertos? Una cosa es la ley y otra diversa es la ética. No es raro encontrarse con un abogado en la cárcel o con serias dudas sobre su actuar profesional. Los jueces podrían estar exentos de la ley, o ser tan astutos que podrían saltarse la ley. No así la moral, pues tarde o temprano esta ley interior les gritará que actuaron mal.
Ahora bien, un sano sentido común nos afirma que legislar por minorías va contra el bien común. Sin embargo, no es raro que esto suceda. Muchos congresistas se quejan de la baja asistencia cuando hay que decidir por ciertas leyes. Tanto así, que en algunos países se ha legislado sobre el aborto o el matrimonio homosexual con el 25 o 30 por ciento de asistencia de congresistas. ¿Es esto justo? ¿No podría ser que estas minorías ideológicas o judiciales nos están tomando el pelo a la mayoría con esas consecuencias nefastas para el bien objetivo de la persona humana?
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