
En marzo de 1995 Juan Pablo II publicó su encíclica "Evangelium Vitae" como respuesta a la ya imperante cultura de la muerte. En el número 7.1 destaca que el primer servicio del Evangelio de la vida son los pobres y los indefensos. Los indefensos son los no nacidos y los ancianos, aquellos que ya no son productivos para la sociedad. Para eliminar al bebe que se teje en el vientre de su madre está el aborto y para quitar de en medio a quien comienza a ser un estorbo porque ya se han mermado sus fuerzas, comienza a ser más lento y sufre de algunos males propios de la ancianidad está la eutanasia.
La defensa de la vida es un tema que concierne a todos por igual: católicos y no católicos. Pero deberíamos ser los que nos llamamos católicos los primeros en estar al frente de esta batalla contra la cultura de la muerte; votando en contra de los políticos que no tengan una posición a favor de la vida y de las leyes anti-vida, así como, de aquellas leyes que pretenden abolir el derecho natural a la objeción de conciencia por parte de médicos y de todo el personal sanitario, quienes, de ser abolido este derecho, no podrán negarse a practicar abortos.
Otra manera de promover la vida y la dignidad de la persona humana es la promoción de la abstinecia y la castidad dirigida a todos aquellos que no esten unidos por el sagrado vinculo matrimonial teniendo en cuenta que la unión intima entre un hombre y una mujer solo debe producirse entre el esposo y la esposa y que los hijos deben ser el producto de esa unión.
Debemos tambíen brindar apoyo a aquellas mujeres que no siendo casadas, o siendo casadas pero de muy bajos recursos económicos, se encuentren embarazadas y estén pensado que el aborto es la única salida a su problema. Aquí somos llamados a practicar la caridad, a no juzgar y a colaborar brindando ayuda espiritual y material.
Seamos, pues, mensajeros y practicantes del Evangelio de la vida, fieles seguidores de Jesús quien dijo: "He venido para que tengan vida y la tengan en abundacia".